Delacroix, el misterio y la potencia

París le dedica su primera retrospectiva desde 1963

París,
Eugène Delacroix. Nature morte au homard
Eugène Delacroix. Nature morte au homard.  Musée du Louvre © RMN-Grand Palais

Es uno de los gigantes de la pintura francesa y en las últimas décadas viene padeciendo el mal de los grandes: lo son en tal medida y sin discusión que, a veces, quedan olvidados en los programas expositivos. La última gran antología de Eugène Delacroix en París data de 1963, coincidiendo entonces con el centenario de su muerte, así que este año, sin necesidad de conmemoraciones que celebrar y sin mayor (ni menor) propósito que rendir tributo a su carrera y descubrir lo que en el día de hoy podemos aprender de su pintura, el Louvre nos ofrece hasta julio, en colaboración con el Metropolitan de Nueva York, una retrospectiva compuesta por 180 obras.

Corresponden a sus tres etapas fundamentales, y a partir de ellas se estructura la muestra: nos esperan en París desde sus primeros éxitos en los Salones en la década de 1820 hasta sus paisajes y pinturas religiosas de sus años finales, menos conocidos y más misteriosos; trabajos que prueban que el romanticismo en Delacroix consistía fundamentalmente en la fe en la individualidad, aunque no por ello dejase de mirar al pasado, sobre todo a los maestros flamencos y venecianos de los siglos XVI y XVII. Los préstamos proceden de museos de Lille, Burdeos, Nancy o Montpellier, y también de centros internacionales, sobre todo de Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania, Canadá, Bélgica y Hungría. Entre las cesiones francesas destaca Cristo en el Monte de los Olivos, un préstamo excepcional de la Ciudad de París que habitualmente puede verse en el crucero de la iglesia de Saint-Paul-Saint-Louis. Fue la primera obra de tema religioso que se le encargó, en 1824, y pudo verse en el Salon de 1827 junto a La muerte de Sardanápalo.

Eugène Delacroix. Musée du Louvre © RMN-Grand Palais (musée du Louvre)
Eugène Delacroix. Le Christ au jardin des oliviers. Eglise Saint-Paul-Saint-Louis, COARC © COARC / Roger-Viollet

Queda mucho por aprender sobre la carrera de Delacroix, que además de pintor fue escritor virtuoso, ilustrador y un hombre devoto de su trabajo y cómodo con la fama. Su carrera se extendió durante algo más de cuarenta años, entre 1821 y 1863, pero la mayoría de sus pinturas se fechan en su primera década de producción y el resto resulta muy difícil de definir y no puede clasificarse en ningún movimiento artístico concreto. Muchos historiadores lo consideran precursor de los modernos coloristas, pero su obra no debe ajustarse a interpretaciones formalistas rigurosas.

Eugène Delacroix. Jeune orpheline au cimetière. Musée du Louvre © RMN-Grand Palais
Eugène Delacroix. Jeune orpheline au cimetière. Musée du Louvre © RMN-Grand Palais

La muestra del Louvre, comisariada por Sébastien Allard, Côme Fabre y Asher Miller, se articula, como decíamos, en las tres fases fundamentales de su carrera, pero subraya, ante todo, las motivaciones que inspiraron y orientaron su pintura. La primera sección de la retrospectiva, centrada en sus primeros triunfos, estudia la ruptura del artista con el neoclasicismo y su interés por las posibilidades expresivas y narrativas de la pintura; la segunda analiza la tensión evidente entre lo monumental y lo decorativo en su obra entre 1835 y 1855, periodo en el que sus grandes murales públicos, que constituyeron el grueso de su actividad entonces, tuvieron un impacto evidente en su pintura de caballete. El tercer capítulo se dedica a sus paisajes, que tuvieron como materia prima recuerdos visuales dado que Delacroix aún no trabajaba al aire libre.

Unas y otras piezas contribuyen a que el espectador extraiga una visión de Delacroix como pintor visceralmente romántico solo a veces; también descubrirá en el Louvre al Delacroix ecléctico, realista y, en algún momento, historicista.

Dado su gran formato, dos de las pinturas fundamentales del artista que integran las colecciones del Louvre no han podido trasladarse a las salas de esta exposición en el Hall Napoleon, aunque sí pueden contemplarse en el museo y huelga decir que merece la pena buscarlas: se trata de la citada La muerte de Sardanápalo y de La toma de Constantinopla por los cruzados. Forman parte de la exhibición permanente de la Sala Mollien. Tampoco hay que olvidar mirar al techo en la Galería de Apolo del Ala Denon, con arquitectura de Charles Le Brun: en su panel central podemos ver una de sus más delicadas pinturas decorativas: Apolo victorioso sobre Python, y permanecerán, asimismo, en sus ubicaciones habituales en el ala Sully La batalla de Poitiers, su retrato de Chopin y una de sus últimas versiones de Medea furiosa. El Louvre posee, hay que recordarlo, la mayor colección internacional de pinturas de Delacroix.

TODO CAMBIÓ EN EL SALON DE 1824

Los historiadores consideran que el Salon de 1824 abrió una nueva época en la evolución de la pintura francesa, y sí, allí estuvo Delacroix. A él concurrieron, por vez primera desde las guerras napoleónicas, los pintores ingleses, que deslumbraron con sus paisajes. Nuestro pintor llevó La matanza de Scio: el mundo antiguo comenzaba a pasar a un segundo plano, la Edad Media ocupa su lugar y, junto a ella, el Oriente Próximo se convierte en tema preferido de los pintores franceses. Ese interés se vio favorecido por la empresa nacional de la conquista de Argelia. Por otro lado, la contemplación de los paisajes ingleses provocó el nacimiento de la Escuela de Barbizon, dedicada exclusivamente al paisaje, género despreciado por el hasta entonces imperante neoclasicismo.

La lucha, no obstante, fue dura, porque los partidarios del estilo de David controlaban la Academia, la Escuela de Bellas Artes y la Escuela de Roma, y rechazaban sistemáticamente el nuevo arte, con Delacroix a la cabeza. Pero para los franceses del Segundo Imperio, el idealismo neoclásico era ya pasado y, el autor de La libertad guiando al pueblo, su nuevo héroe.

Siendo aún muy joven, se dejó fascinar por Rubens y Rembrandt, la antítesis de David, por la exuberancia cromática de su pintura, y una visita a Inglaterra le descubrió las perfecciones técnicas de los paisajistas británicos. También viajó a Marruecos, país que dejó en su temperamento, de por sí fogoso, una huella duradera: en sus mercados y palacios quedó deslumbrado por la luz y el color.

La citada Matanza de Scío bebe de la corriente de simpatía por la independencia griega y su tema es de inspiración romántica, pero en lo formal estamos ante una obra barroca. En La muerte de Sardanápalo (1827), que representa el momento en que los esclavos del monarca oriental matan a sus mujeres y caballos antes de que el fuego consuma las riquezas de su palacio, es el Oriente antiguo el que le inspira, aunque sin dejar de mirar a Rubens. Como el flamenco en sus composiciones mitológicas, Delacroix amontona desnudos femeninos, vajillas ricas y corceles desatados.

 

 

“Delacroix (1798-1863)”

MUSÉE DU LOUVRE

Rue de Rivoli

París

Del 29 de marzo al 23 de julio de 2018

 

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