Fueron solo veinte años los que mediaron entre la gestación del divisionismo italiano (el movimiento tuvo allí sus orígenes, fundamentalmente en Milán, antes que en Francia) y la irrupción del futurismo y su amor por la velocidad y el dinamismo que tanto tiene que ver con la cultura de hoy y nuestra forma de vida. Solo veinte años en los que Italia dejó atrás algo más que el s XIX: el país, recientemente unificado, se encontraba ávido de nuevos lenguajes que lo distanciaran de su pasado y lo integraran en el mundo moderno y también en la esfera artística internacional.
Pese a la brevedad del periodo, no es fácil trazar un camino coherente que marque el camino entre la pintura italiana de mediados del s XIX y el nacimiento de las vanguardias, y ese es el objetivo de la muestra “Del divisionismo al futurismo. El arte italiano hacia la modernidad”, que a partir del 17 de febrero puede verse en las salas de exposiciones de la Fundación MAPFRE en Recoletos y que ha sido organizada en colaboración con el MART, el Museo d´Arte Moderna e Contemporanea di Trento e Rovereto, al que la exhibición viajará cuando finalice en Madrid.
El divisionismo italiano mantuvo el mismo principio de descomposición del color bajo la incidencia de la luz que otras vanguardias (pensamos en el puntillismo), pero lo llevó hacia un camino distinto, y en sus obras quizá sea especialmente perceptible la vibración de las tonalidades. Esta nueva y científica manera de pintar, aséptica frente a la exaltación romántica del sentimiento y lo subjetivo, se dotó de trascendencia al ponerse al servicio, tras una etapa inicial en la que predominaron los paisajes, de la denuncia social y el compromiso con las clases menos favorecidas. La nueva técnica les permitía mostrar con un enfoque analítico las desigualdades, aunque no solo: también asuntos universales, como el amor y la muerte.
Siguiendo los principios de los nuevos tratados de composición cromática, los divisionistas se sirvieron de los colores puros para resaltar la luminosidad de sus obras. Generaron controversia: muchos juzgaron excesiva esa luz y criticaron el aspecto mórbido y enfermizo de esa pintura “de puntitos”.
Hablando del amor, la muerte y las ideas, el Simbolismo, movimiento entonces en boga internacionalmente, fue conducido en Italia hacia un nuevo desarrollo: hacia la abstracción. Atendiendo a ambas tendencias, la que conduce al compromiso social y la que nos lleva a la abstracción, la pintura italiana fue dotándose del dinamismo y la fuerza que provocarían, en natural evolución, la llegada del futurismo. Este no puede entenderse sin aquel: las vibraciones de luz y color y las líneas partidas desembocan en el futurismo, que implica ruptura pero que no pudo nacer sin raíces.
Ni este movimiento, ni el divisionismo, habían sido objeto hasta ahora de exposiciones importantes en nuestro país, de ahí el interés de la muestra de MAPFRE, que incluye además obras de artistas poco conocidos en España.
Ese es uno de los grandes valores de la muestra, pero otro no menor es la posibilidad de reflexionar, a partir de ella, sobre el modo en que las vanguardias han dejado un fuerte poso en nuestra forma de vida y en la importancia que hoy concedemos a la novedad permanente, convertida ya en virtud.
Tras la muestra que MAPFRE dedicó en 2013 a los macchiaioli, este proyecto entra en la línea emprendida entonces por esta institución de trazar la historia del arte italiano moderno. También, como ha subrayado Fernando Mazzocca, uno de los comisarios, tiene en Madrid su entorno perfecto: en el Museo del Prado y en el Palacio Real podemos adentrarnos en la tradición italiana anterior.
LA EXPOSICIÓN EN CINCO OBRAS CLAVE
Alba, Angelo Morbelli. Se expuso en la Triennale di Brera de Milán en 1891, primera exposición importante del divisionismo, y muestra ya un lenguaje científico fundamentado en el estudio de los efectos lumínicos sobre el color. Es ejemplo claro de aplicación de los estudios de Grubicy de Dragon sobre descomposición de los colores en la representación del paisaje, en la que también trabajarían Segantini o Previati. No os perdáis tampoco las vistas alpinas de Emilio Longoni.
Riflessioni di un affamato. Emilio Longoni. Como Morbelli, Pellizza, Sottocomola y Mentessi, Emilio Longoni se fijó en sus obras en las condiciones de vida de los marginados. Esta pintura se publicó en Lotta di clase, el periódico oficial entonces del partido socialista italiano, y su autor fue acusado de “instigación al odio entre las clases”.
L´angelo della vita, Segantini. Este pintor fue uno de los que, aplicados ya los principios científicos divisionistas de la representación de la naturaleza, se acercó al simbolismo siguiendo la estela de las tendencias europeas. Ya había abordado el asunto de la maternidad, uno de sus preferidos, en Le due madri, y en esta pieza lo presentó en una transfiguración alegórica evocadora en la que el grupo de la madre con el hijo es sostenido en un gran árbol retorcido situado en el centro de un paisaje de aire fantástico.
Artemisia (fanciulla), contraluce, Giacomo Balla. Balla ya se había aproximado al puntillismo francés tras viajar a la Exposición Universal de París de 1900, y posteriormente reelaboró la técnica que aprendió de los postimpresionistas con libertad pero sin perder el interés por la captación de la luz natural. Lo mantuvo en el contraste de las figuras a contraluz de esta pintura, en el que aplica al pastel la técnica divisionista en una escena doméstica y de interior.
Construzione spiralica, Umberto Boccioni. Boccioni también empezó a trabajar el espacio pictórico a través de la fragmentación de objetos tras viajar a París en 1911 y conocer allí el cubismo de Braque y Picasso. En este trabajo logró, bajo esa influencia, el equilibrio entre el dinamismo futurista y los volúmenes descompuestos del cubismo.
Para recordar los principios del Futurismo, adentraos en la sala donde se recogen las proclamas básicas del Manifiesto de Marinetti.
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