En Marcel, un documental de Jean-Luc Godard sobre un obrero suizo que intenta escapar de los sinsabores de su empleo diario dedicando su tiempo libre a filmar películas amateurs, se habla de “la producción en serie de la felicidad”, un concepto que el fotógrafo estadounidense, también editor e historiador del arte, Christopher Williams ha elegido para poner título a sus investigaciones sobre la función que, tras el final de la II Guerra Mundial, desempeña la fotografía en Estados Unidos.
Llegó a la conclusión de que muchas imágenes podían alcanzar un valor icónico en sí mismas, pero también entendió que buena parte de la fotografía posterior al 45 destacaba por relacionarse íntimamente con la producción de experiencias y objetos susceptibles de convertirse en bienes de consumo.
Por esa razón Williams, que se había formado en los setenta con fotógrafos conceptualistas como John Baldessari o Asher, comenzó a estudiar abiertamente, y a llamar la atención del público con sus propias sobras, sobre esa vertiente claramente instrumental de la fotografía, es decir, sobre su uso como medio de propaganda o como herramienta para fomentar el consumo. De sus trabajos se dice que podrían formar parte de un catálogo comercial.
En su opinión, además de gasolina para las compras de una sociedad sumergida en el tener es ser, la fotografía ha devenido también huella, o incluso desecho, de nuestra sociedad moderna y consumista, parte intermedia entre la oferta y la demanda, que, pese a estas consideraciones mercantiles, es también susceptible de alcanzar valor plástico.
Le fascinan los procesos industriales de producción, los mecanismos más válidos para la venta, el fetichismo…observad, si no, su modo de retratar manzanas, ruedas o calcetines convertidos en emblemas de lo contemporáneo. Coherente con el objeto de su estudio, Williams, residente ahora en Alemania, concibe pero no lleva a cabo sus imágenes: ha delegado en un ayudante contratado al que da las convenientes directrices.
Ahora, tras su paso el año pasado por el MoMA, se presenta en la Whitechapel Gallery de Londres hasta el próximo 21 de junio una retrospectiva de este artista compuesta por más de cien fotografías, filmes experimentales, cortometrajes en super 8 poco conocidos y algunos escritos. No podemos comprender unos proyectos sin revisar los otros y hay que recordar que el fotógrafo trabaja a menudo con escenógrafos, modelos y técnicos para crear imágenes técnicamente precisas, en ocasiones casi cinematográficas, cuya estética recuerda la del arte de la Guerra Fría y la de la publicidad de los sesenta.
La de la Whitechapel es la mayor exposición de Williams celebrada hasta ahora en el Reino Unido y reúne desde sus estudios de especies botánicas de finales de los ochenta hasta sus hiperrealistas imágenes de cocinas, de colores saturados, que efectuó el año pasado, pasando por las fotos que tomó en Angola o Vietnam.
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