Bridget Riley, hablar al cuerpo

Las National Galleries of Scotland repasan su carrera

Edimburgo,
Bridget Riley. Burn, 1964 © Bridget Riley 2015. Cortesía de Karsten Schubert, Londres
Bridget Riley. Burn, 1964 © Bridget Riley 2015. Cortesía de Karsten Schubert, Londres

Son bien conocidas las pinturas abstractas que juegan con efectos ópticos de Bridget Riley, por eso hay quien tiende a deducir equivocadamente que su producción, siendo visualmente muy atractiva, no ha registrado evolución. No es así: sus primeras pinturas de los años sesenta, la década en que inició su trayectoria artística, las realizó únicamente en blanco y negro y la incorporación a su trabajo de bandas de colores contrapuestas y de geometrías que apelaban, no solo al ojo, sino también a la emoción, tuvo lugar de forma muy paulatina, a partir de 1967 y a medida que crecía la obsesión de Riley por la captación del movimiento, la luz y el espacio y por el estudio de las consecuencias de su interacción.

Ese ha sido el eje de sus investigaciones, austeras en cuanto a recursos: le han bastado formas abstractas (puntos, líneas, círculos, cuadrados) y un minuciosamente planeado cromatismo para generar estructuras, tan complejas como repetitivas, que permitieran suscitar en los espectadores experiencias, fundamentalmente visuales pero no solo: algunas de ellas hacen referencia a estados de ánimo, a momentos personales de pérdidas y rupturas, pueden sugerir calma o agitación. Y del mismo modo que el blanco y negro dio paso al color (previo paso por el gris), las líneas rectas fueron sustituidas por formas en zigzag y luego geométricas ondulantes, las responsables de que, si las contemplamos de cerca, sus pinturas no parezcan ser estáticas sino que transmitan dinamismo.

La artista cree que tanto las líneas como las formas poseen una energía propia que ella trata de liberar, al igual que los colores no pueden apreciarse siempre de la misma forma, al quedar modificados en función de sus tonalidades vecinas.

En los últimos años, Riley ha sido objeto de diversas antologías – quizá la más importante sea la que en 2003 le dedicó la Tate Modern de Londres – pero la retrospectiva que hasta el 16 de abril de 2017 nos presentan las National Galleries of Scotland tiene un punto distintivo del resto: la mayor parte de los trabajos que la componen proceden de una colección privada, y varios de ellos rara vez se habían mostrado al público.

En algunos podemos apreciar un cierto regreso a los orígenes: en el último par de años, esta creadora inglesa, muy activa superados los ochenta, ha vuelto a trabajar en pinturas monocromáticas, reactivando las ideas que le ocuparon en la primera mitad de los sesenta. Pero los resultados, como no podía ser de otro modo, han sido distintos: nuestra percepción de las mismas es diferente, porque suponen una evolución, más que una involución, respecto a su obra en color.

La muestra cuenta, por supuesto, con la obra de Riley que forma parte de las colecciones de las National Galleries of Scotland desde 1979: Over, datada en 1966 y aquí perfectamente contextualizada.

 

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