Bonnard, el paraíso en la otra esquina

Fundación MAPFRE repasa sus múltiples formas de pintar la Arcadia

Madrid,
Pierre Bonnard. El hombre y la mujer, 1900. París, Musée d’Orsay © Musée d’Orsay, Dist. Rmn-Grand Palais / Patrice Schmidt
Pierre Bonnard. El hombre y la mujer, 1900. París, Musée d’Orsay © Musée d’Orsay, Dist. Rmn-Grand Palais / Patrice Schmidt

Tras su paso por el Museo de Orsay de París, donde fue visitada por cerca de medio millón de personas, la Fundación MAPFRE abrirá mañana al público, en su sede del Paseo de Recoletos, una exhaustiva muestra que examina, atendiendo a un criterio temático, la obra de Pierre Bonnard, uno de esos artistas creadores de lo que hace unas décadas comenzó a llamarse “poética personal” por su difícil adscripción a movimientos concretos.

Sus paneles y escenas ornamentales, sus interiores, desnudos, retratos y paisajes tienen como nexo común su propósito de trasladar al espectador a una Arcadia perdida y todavía posible; a un lugar donde, en palabras de Pablo Jiménez Burillo, es posible la armonía entre el hombre y la naturaleza, entre el hombre y la ciudad o entre el hombre y el arte.

Aunque la pintura de Bonnard y su amor por el cromatismo vivo ejercieron una influencia decisiva en pintores españoles que se consolidaron en los ochenta, como Alfonso Albacete o Carlos Franco, el pintor continúa siendo relativamente desconocido para el gran público en nuestro país, de ahí la importancia de esta muestra (su primera antología española en treinta años) a la hora de dar a conocer su figura. En Francia no es un artista a descubrir, de ahí que se optase por estructurarla en torno a temas y no cronológicamente, y todas sus secciones han quedado magníficamente representadas con obras que proceden, en su mayoría, del Museo de Orsay. El centro que dirige Guy Cogeval es el principal prestador; lo acompañan una treintena de colecciones públicas y privadas, entre ellas las de la Tate, el Centre Pompidou, el National Museum of Western Art de Tokyo, el Metropolitan de Nueva York o la National Gallery of Art de Washington.

Sus pinturas tenían el propósito de trasladar al espectador a una Arcadia perdida y todavía posible

Fundador del grupo nabi en 1888 y figura esencial para comprender el simbolismo y el postimpresionismo (dentro de su independencia), Bonnard se dejó influir por Gauguin, Degas o la estampa japonesa a la hora de dar forma a un estilo propio basado en la vibración del color y de la pincelada, que en Bonnard equivalía, según Isabelle Cahn, comisaria científica de la exposición, a la vibración del sentimiento, a la exaltación de una nada simple alegría de vivir. Cogeval escribía hace años que su pintura reivindica la existencia de paraísos cotidianos escondidos.

La felicidad que transmiten sus obras se ve matizada, no obstante, por un contrapunto melancólico, y en sus retratos o interiores las figuras rara vez miran al espectador, como tampoco en la realidad abundan las miradas al frente. Bonnard no busca, de todos modos, el realismo, sino que opta por una ensoñación suave: no solía pintar del natural, sino a partir de apuntes, y sobre todo de sus recuerdos.

Prestad atención a sus composiciones valientes, que anticipan las de algunos artistas abstractos: sus figuras cortadas, muchas sin rostro, introducen tensión hacia arriba o hacia abajo y convierten las pinturas en sí en planos medios.

Pierre Bonnard. El palco, 1908. París, Musée d’Orsay © Musée d’Orsay, Dist. Rmn-Grand Palais / Patrice Schmidt
Pierre Bonnard. El palco, 1908. París, Musée d’Orsay © Musée d’Orsay, Dist. Rmn-Grand Palais / Patrice Schmidt

 

Aunque no se estructure cronológicamente, la exposición nos permite rastrear la evolución de Bonnard desde su apego por el dibujo y por el decorativismo en sus inicios hasta su mayor atención posterior hacia lo cotidiano y hacia el valor expresivo del color y de la luz.

Sus intereses se alejaron de la pintura histórica, de grandes eventos, para centrarse en la transmisión de sentimientos en el marco de escenarios que le eran familiares. Destaca la soledad latente en sus autorretratos, sobre todo en Le Boxeur; la ternura familiar de sus escenas domésticas, el erotismo parcial latente en los ensimismados desnudos en los que retrataba a Marthe, su esposa, o la incomunicación que se palpa en Les Frères Bernheim – Jeune (en la galería de imágenes, al final de la noticia).

El cierre de la muestra – que cuenta también con dibujos y fotografías tomadas por Bonnard con una sencilla Kodak – lo dan sus trabajos de mayor formato: sus vistas idílicas de los paisajes de la Costa Azul y Normandía, más líricas que naturalistas, y varios murales que realizó por encargo. En ellos lo real se mezcla con lo fantasioso y lo mitológico.

Podéis visitar aquí el minisite de la exposición.

 

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