El Museo del Prado acaba de presentar la mayor muestra realizada hasta la fecha sobre la obra de Bartolomé Bermejo, considerado el mejor artista español del siglo XV, a la altura de cualquier figura destacada de la Europa quattrocentista. Con la difusión de su obra a través de esta antológica se pretende también dar mayor visibilidad a una época de la historia del arte que cuenta con menor representación dentro de la colección de la pinacoteca madrileña.
La exposición reúne 48 obras, lo que viene a ser la práctica totalidad de la producción de Bermejo, gracias al apoyo de instituciones nacionales e internacionales. Entre las primeras está el Museu Nacional d’Art de Catalunya. MNAC, principal prestador y custodio de las obras de Bermejo, y entre los segundos merece la pena destacar a la National Gallery de Londres, de donde procede el magnífico San Miguel triunfante sobre el demonio con Antoni Joan de Tous. Esta es precisamente la primera gran obra datada del artista, en 1468, y en ella encontramos ya los elementos que mejor lo definen: su virtuosismo técnico y dominio del óleo, por un lado, y el sugestivo universo visual que se traduce tanto en sus interpretaciones de la iconografía como en los abundantes detalles que introduce en cada una de sus pinturas. Resulta llamativa la verosimilitud en la representación de los tejidos y los brillos y reflejos luminosos de la armadura, una maestría que resiste la comparación con los grandes pintores flamencos. Estos fueron sus referentes, principalmente Jan van Eyck, Hans Memling y Rogier van der Weyden; aunque también bebió del arte italiano de Antonello da Messina o de los Bellini. Aunque se ha barajado la posibilidad de que se formara en los talleres septentrionales, lo más probable es que llevara a cabo su aprendizaje en Valencia, una ciudad cosmopolita y abierta a los modelos artísticos europeos.
Fue en Valencia también, años más tarde, donde realizó otra de sus obras maestras, el Tríptico de la Virgen de Montserrat, pintado con la colaboración de Rodrigo y Francisco de Osona, como encargo del mercader italiano Francesco Della Chiesa para una capilla de la catedral de Acqui Terme, localidad natal del comitente. Este tríptico en madera de roble es otro ejemplo de la capacidad de Bermejo por combinar el gusto flamenco, como algunos motivos heredados de fórmulas próximas a Van Eyck, con elementos más cercanos a la tradición italiana, como la representación de la espectacular marina del fondo, remplazando el habitual paisaje rocoso que suele acompañar a la iconografía de la Virgen de Montserrat.
También a dos manos –pero no con la ayuda de otro pintor sino con la aportación intelectual del arcediano barcelonés Lluís Desplà– realizó Bermejo su última gran obra: la Piedad Desplà, de la catedral de Barcelona. En ella destaca principalmente su paisaje de carácter expresionista y simbólico, repleto de detalles, que constituye todo un festival audiovisual destinado a fascinar la mirada del espectador, pero también la renovación del tema de la Piedad, que aquí se convierte en una especulación sobre la salvación y el papel redentor de Cristo.
El Santo Domingo de Silos entronizado como obispo (1474-1477), obra de Museo del Prado que ahora se ve en el contexto de todo el catálogo de Bermejo, o las tablas del Retablo de Santa Engracia (1472-1477), pintado para la iglesia de San Pedro de Daroca, son otros dos fantásticos ejemplos del buen saber hacer del artista.
Aunque no puede decirse que Bartolomé de Cárdenas, alias el Bermejo (h. 1440-1501) sea un pintor del todo desconocido, es ahora, gracias a esta muestra y al catálogo de la misma (que es en sí un catálogo razonado sobre el artista), cuando podrá ser entendido y visto en su dimensión más completa. Joan Molina, profesor de la Universitat de Girona y comisario de la muestra, no duda en calificarlo de genio, pues “fue capaz de elaborar un lenguaje pictórico que trasciende épocas. Un lenguaje fruto de la combinación del dominio técnico y de la capacidad de innovación temática y estilística”.
Por tanto, la muestra quiere servir de homenaje a esta sugerente figura del arte tardomedieval que gozó de éxito y reconocimiento en vida –como prueban los documentos que se conservan relativos a sus contrataciones y pagos, como el que en 1483 lo señala como el pintor mejor remunerado de todos los que trabajan en la policromía de las puertas del retablo mayor de la catedral de Zaragoza– pero que tras su muerte cayó en el olvido, siendo rescatado ya a finales del XIX, en un momento en el que su pintura, quizá por su proximidad a la de los grandes flamencos, llegó a estar muy valorada por coleccionistas internacionales. Al mismo tiempo, con la intención de atraer a la exposición no solo a un público fiel a las muestras del Prado, sino también a uno más contemporáneo, tanto el comisario como el director de Museo, Miguel Falomir, se han querido referir, más allá de la extraordinaria calidad de su pintura, a la personalidad de Bermejo, un tanto radical y diferente para su época. En el recorrido por la muestra encontramos alusiones a su condición de judeoconverso y, posiblemente derivado de esta circunstancia, a su vida itinerante y a la necesidad de asociarse con otros pintores locales, en ocasiones menos cualificados, para poder trabajar en determinados lugares donde a él se le consideraba un extranjero. Ambas características pueden encontrar, con algo de imaginación, un paralelismo en los problemas de identidad y movilidad que no son ajenos a la sociedad de hoy en día.
Tras su exhibición en el Prado, “Bartolomé Bermejo” viajará en febrero de 2019, con algunas modificaciones, al MNAC de Barcelona.
“Bartolomé Bermejo”
Paseo del Prado, s/n
Madrid
Del 9 de octubre de 2018 al 27 de enero de 2019
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