Tras “Rubens” (2010), “Belleza encerrada” (2013) y “Goya en Madrid” (2014), el Museo del Prado ha abierto hoy al público “Metapintura. Un viaje a la idea del arte”, una nueva muestra articulada en torno a sus colecciones (aunque también incorpore préstamos) en la que se pretende ofrecer sobre ellas nuevas lecturas nacidas de contextos inéditos.
Bajo el comisariado de Javier Portús y a través de casi ciento cuarenta pinturas, dibujos, estampas, libros, medallas, esculturas y piezas de artes decorativas fechadas entre principios del s XVI y fines del s XIX, “Metapintura” propone una reflexión sobre la evolución de la consideración del arte y de los artistas y de las leyes que determinan la creación artística.
Comenzando por la pintura de temática mitológica y religiosa de los inicios de la Edad Moderna y finalizando en 1819, año de apertura del Museo del Prado, la exhibición llama la atención sobre dos fenómenos que a menudo nos pasan desapercibidos cuando acudimos a museos que en los que se encuentran representadas, como en el Prado, las creaciones de varias etapas históricas: entre los siglos XVI y XVIII no se manejaba una noción de Historia del Arte similar a la actual, ni tampoco del arte mismo, pues no se asociaba a nacionalidades (obras de artistas españoles, italianos y flamencos rendían homenaje a Tiziano, desde el conocimiento) y la importancia de los escritos de historiadores y pensadores quizá no vinculados estrictamente al arte, como Jovellanos, en la consolidación de nuestra idea actual de creación.
En el recorrido por “Metapintura” cobra especial importancia el arte español, sobre todo el procedente de las Colecciones Reales, aunque también se haya recurrido a prestadores nacionales e internacionales como la National Gallery londinense, la Fundación Casa de Alba, el Museo de Bellas Artes de Sevilla, la Real Academia de San Fernando o el Banco de España.
La exhibición se estructura en quince secciones que abordan distintos aspectos de la relación entre arte, artista y sociedad a lo largo de esos tres siglos: los poderes que se atribuían a la imagen religiosa en la primera Edad Moderna, los atractivos cuadros dentro del cuadro, los intentos de romper el espacio pictórico para acercarse, desde él, al espectador; el peso de la tradición artística en cada periodo, los orígenes de la noción moderna de historia del arte, la subjetividad presente en los autorretratos creados desde la Ilustración o la importancia de los conceptos de amor, celebridad y muerte en los debates artísticos contemporáneos.
Cobra también protagonismo en “Metapintura” el Quijote cervantino en su cuarto centenario, aquí puesto en conexión con Las Meninas por su autorreferencialidad: el primero es una novela sobre la novela, la segunda una pintura sobre la pintura, y no se ha cambiado de ubicación para la muestra pero sí se ha incorporado a través de un fragmento del grafoscopio de Laurent.
Así “Metapintura” nos enseña representaciones de Cristo autorretratándose en el paño de la Verónica o san Lucas retratando a la Virgen destinadas a prestigiar la pintura y los pintores o a subrayar la analogía de Dios como pintor; analogías en el mismo sentido de Narciso, Prometeo y Dédalo; pinturas y esculturas concebidas como obras intermediarias entre lo humano y lo sobrenatural, o pinturas que incorporaban representaciones de cuadros, esculturas o arquitecturas para complementar su significado principal.
Homenajeando al libro El cuadro dentro del cuadro de Julián Gállego, esta sección incorpora “metapinturas” en tres variantes: obras que citan imágenes religiosas, pinturas que incorporan referencias al arte de la Antigüedad y retratos dentro de retratos que aludían a nexos afectivos o familiares.
También veremos ingeniosas pinturas que juegan con el ilusionismo y las aspiraciones de transmitir vivacidad, las Hilanderas de Velázquez contrapuestas al Rapto de Europa de Tiziano, para dotar a su contenido de una referencia histórico-artística paralela, piezas que dan fe de que los artistas fueron convirtiéndose, con el paso de los siglos, en personajes públicos; otras que representan lugares del arte, reales, ficticios o inventados, obras goyescas que prueban su distancia respecto al tratamiento anterior de la religión o retratos de artistas que, cuando se representaban a sí mismos, lo hacían conscientes de la imagen que deseaban proyectar, y cuando representaban a otros, daban pruebas de su amistad.
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