El río Magdalena, que modula su cauce a lo largo de una cuarta parte del territorio de Colombia y que, siendo siempre el mismo río, se ve transformado por cada paisaje que atraviesa ha sido una de las fuentes de inspiración (naturales) de Estrella de Diego a la hora de vertebrar “Campo a través. Arte colombiano en la Colección del Banco de la República”, la muestra con la que la Comunidad de Madrid da continuidad a la línea de exposiciones de grandes colecciones latinoamericanas que, el año pasado en estas fechas, inició mostrando obras de artistas peruanos presentes en los fondos Hochschild; un programa expositivo complementario al de su línea de exhibiciones habitual dedicada a artistas consolidados o en la fase llamada de media carrera.
La colección del Banco de la República obtuvo en 2015 uno de los Premios A al Coleccionismo que concede la Fundación ARCO: comenzó a gestarse en 1957 y cuenta con aproximadamente 6000 obras fechadas entre el periodo colonial y la actualidad; se trata de uno de los mayores fondos de arte colombiano del país, junto con los del Museo del Oro. Aquel galardón, y la participación de Colombia en ARCO como país invitado ese mismo año, supusieron el punto de partida para la organización de esta exposición, que se centra en la creación más reciente aunque acoja piezas fechadas desde el siglo XVIII para fomentar los diálogos en el tratamiento de diversos temas (cuerpo, naturaleza, ciudad) entre artistas del ayer y del hoy.
Por esa razón, y para “desencasillar” el arte colombiano del cliché de la representación de la violencia, De Diego, que viene estudiando estos fondos desde los años ochenta, ha decidido articular la exposición en tres secciones no excluyentes, que funcionan más bien como vasos comunicantes: Anatomía y botánica, Guía de viajes y Ciudades invisibles.
En la primera, los cadáveres dieciochescos de monjas coronadas, cuerpo por tanto mortal, dialogan con anatomías violentadas del siglo XX, como las de Alejandro Obregón, o con cuerpos tullidos (Salcedo o Rojas), cuerpos políticos (Diego Arango, Beatriz González) o deseantes (Caballero); vemos pieles que son fuente de dolor o de deseo, herramientas de expresión política o de conflictos internos y que pueden, prácticamente, catalogarse como plantas en cuanto seres vivos.
La segunda se refiere a Colombia como país diverso siempre abierto a influencias múltiples y recoge la mirada de los viajeros sobre la otredad exótica que representó (representamos) ayer y hoy. Para abordar el diálogo entre las miradas propias y ajenas en un territorio absolutamente difícil de clasificar como el colombiano se han reunido trabajos de la imprescindible Beatriz González (su Decoración de interiores sitúa como ornamentación a personas que suelen ejercer como tal), Carlos Motta, Antonio Caro y su maíz o Fernando Arias; suyo es el impresionante tejido Mucha India que preside la parte superior, una cartografía social y artesana de América del Sur.
La última sección nos presenta representaciones muy diversas del medio rural y el medio urbano colombiano y de quienes pueblan uno y otro, desde visiones de la miseria y la manida pero latente violencia a las de la modernidad y la abundancia. Destacan las fotografías de Jorge Silva, Viki Ospina o Fernell Franco y los dibujos urbanos que nos desvelan a un Óscar Muñoz desconocido –hasta junio expone en la Fundació Sorigué–.
Unas y otras piezas, las que hablan del manejo cotidiano de la muerte y las desapariciones –aquí tampoco podía faltar Doris Salcedo– y las que nos enseñan una Colombia cosmopolita cuya creación actual tiene mucho en común con las corrientes internacionales (atención a la preservación del medio ambiente y las costumbres tradicionales, al medio laboral, a la alienación en las grandes urbes o a la vivencia actual de la religión, y fijaos en el Cristo kitsch y pop de Juan Camilo Uribe que bendice la muestra) acentúan, en su conjunto, una imagen poderosa y vital de este país, donde la creatividad a veces nace de las dificultades y otras se hace compatible a ellas.
La exposición se completa con una instalación de María Fernanda Cardoso que puede verse en la cercana Casa Museo Lope de Vega: Cementerio, jardín vertical. En ella, de siluetas de tumbas dibujadas sobre una pared brotan flores blancas de plástico que remiten a las depositadas como gesto de recuerdo a los muertos. Desde la distancia, si no llegamos a percibir esas siluetas fúnebres de las que brotan, estas falsas flores transmiten calidez primaveral; la mirada cercana transforma por completo su significado, vinculándolo a las víctimas del conflicto armado colombiano.
“Campo a través. Arte colombiano en la colección del Banco de la República”
c/ Alcalá, 31
Madrid
Del 20 de febrero al 22 de abril de 2018
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