El largo milenio bizantino, a examen en Turín

Su Museo Civico d’Arte Antica acoge una extensa muestra de su arte

Turín,

Tras su paso por el Museo Archeologico Nazionale de Nápoles, este mes se ha abierto en el Museo Civico d’Arte Antica de Turín “Bizantinos. Lugares, símbolos y comunidades”, una extensa muestra dedicada al arte alumbrado en los más de mil años de pervivencia de ese Imperio que cuenta con 350 piezas, entre esculturas, mosaicos, frescos, vajillas, sellos y monedas, obras en cerámica, esmalte y plata, valiosas gemas, orfebrería y fragmentos arquitectónicos. Su propósito es profundizar en la historia de las estructuras sociales, los sistemas organizativos, la actividad comercial y los ritos de aquella civilización, revelar sus lazos culturales y examinar los rasgos estéticos y simbólicos de sus creaciones que permanecieron vigentes más allá de 1453.

Los préstamos proceden de los principales museos italianos y de una veintena de instituciones griegas; conviene recordar que el Palazzo Madama, sede del Museo Civico desde 1934, cuenta con una valiosa colección de artes aplicadas que hunde sus raíces en la cultura bizantina y que las relaciones entre Piamonte, la región de la que Turín es capital, y Bizancio fueron intensas y cambiantes en el transcurso de la historia. Los bizantinos trataron de invadir la zona tras la caída del Imperio Romano, y las Cruzadas y las alianzas matrimoniales estrecharían lazos más adelante: Guillermo el Viejo (Guillermo V) de Montferrato participó en la Segunda Cruzada y fue recibido en la corte imperial bizantina; sus cuatro hijos, todos involucrados en la empresa, ambicionaron el trono de algún país del este; en 1177 Guillermo I de Normandía se casó con la hermana de Balduino IV, heredero del trono de Jerusalén; en 1180, Renier de Montferrato hizo lo propio con María, hija del entonces emperador de Constantinopla, Miguel I Comneno Ducas; en 1190 Conrado de Montferrato, llegado a Tierra Santa, defendió el Reino de Jerusalén y se casó con Isabel de Anjou, hija y heredera del rey de Jerusalén, pero fue asesinado; y en 1204 el cuarto de hijo de Guillermo V, Bonifacio, participó en la Cuarta Cruzada y logró tomar el reino de Tesalónica, muriendo en combate poco después.

Ese reino de Tesalónica, ya perdido en 1224, fue conservado formalmente por los gobernantes de Montferrato, que continuaron ostentando el título de reyes aunque careciera ya de significado. Tesalónica fue entonces dada como dote a Yolanda de Montferrato en 1284, con motivo de su matrimonio con Andrónico II Paleólogo, al frente del Imperio Bizantino (que aportó 6.000 liras genoveses a cambio). A la muerte de Juan I de Montferrato (único hijo de Guillermo VII de Montferrato y su esposa Beatriz, hija de Alfonso X el Sabio), en 1305, su hijo Teodoro se convirtió en señor del lugar: como Teodoro I Paleólogo, fue el único griego que tuvo éxito en el intento de fundar una nueva dinastía en Occidente.

Junto a esos esfuerzos militares y alianzas matrimoniales, hay que mencionar la actividad comercial desde Alejandría, Asti, Montferrato y el Oriente griego, de Chipre hasta Armenia, pero también en torno a las antiguas ciudades de Caffa y Pera, que generó vínculos económicos al este del Mediterráneo, como la exhibición pone de relieve a través de un extraordinario acervo numismático que incluye 150 monedas acuñadas por emperadores orientales. Un capítulo específico de la muestra recoge objetos bizantinos hallados justamente en Piamonte, entre ellos una caja de marfil en la Catedral de Ivrea, un díptico del mismo material de la Catedral de San Gaudenzio in Novara, que fue reutilizado a finales de el siglo XI para inscribir los nombres de los obispos de la ciudad; un cuenco de cerámica decorado de San Giulio d’Orta y la supuesta espada de Constantino Paleólogo (símbolo de la lucha contra los turcos), regalada por el barón Tecco a Carlos Alberto de Cerdeña. Esa espada se ha dispuesto junto a la empleada por este último en la Batalla de Novara de 1849, aludiendo a una unión de Italia y Grecia en la lucha por la independencia respecto a sus invasores.

Ocho secciones temáticas articulan el recorrido en el Museo Civico, destinadas a analizar los elementos fundadores o definitorios del Imperio Romano de Oriente y su cultura: El escudo de Bizancio (ejército, burocracia, emperador y corte), Vida cotidiana (objetos cotidianos y joyas), De Bizancio a Constantinopla (comercio, artesanía, monedas y tributación), Ejército de Dios (monacato y cultura de la escritura), El Espacio de lo Sagrado (religión litúrgica, muebles e inscripciones funerarias), El Humanismo de Bizancio, Bizantinos en Piamonte y Del Palacio Madama a Bizancio.

Busto con retrato femenino, hacia 400. Museo Arqueológico, Salonicco
Busto con retrato femenino, hacia 400. Museo Arqueológico, Salonicco

Según la tradición, la ciudad de Bizancio fue fundada en el año 667 a. C. por los griegos, en una posición estratégica para dominar el Estrecho del Bósforo y los Dardanelos (sobre una parte de la actual Estambul). Ampliada por Constantino, que la escogió como su residencia, cambió su nombre por el de Constantinopla y, cuando el Imperio Romano se dividió en 395, se convirtió en la capital de este Imperio Romano Oriental.

Los objetos reunidos en Turín dan fe de su perdurabilidad (sobrevivió durante casi 1.000 años tras el colapso del Imperio Romano de Occidente), desde sus orígenes hasta la conquista otomana de Constantinopla en 1453. Heredero de la antigua Roma pero fundado en la fe cristiana, en su apogeo geográfico se extendió desde Túnez hasta el Cáucaso, y los hallazgos arqueológicos y artísticos nos hablan de sus formas de organización jerárquica, desde el emperador (el basileus) y el ejército hasta la corte y el clero, de su impulso comercial, de su vida cotidiana y prácticas religiosas.

El ejército bizantino estaba ordenado en varios grupos diferentes: las fuerzas armadas regionales, formadas por campesinos-soldados a quienes se daba una parcela de tierra para mantenerse y que podían ser llamados cuando fuera necesario; los profesionales, los tagmata, pagados directamente por el emperador a partir del reinado de Constantino V (741-775) y, por último, a partir de finales del siglo X, también por mercenarios extranjeros reclutados fuera de las fronteras imperiales, entre ellos miembros de la Guardia Varangian, de origen ruso y sueco, y unidades selectas de turcos y húngaros.

Losa con águila agarrando una liebre, siglos XI-XII. Museo di San Martino, Nápoles
Losa con águila agarrando una liebre, siglos XI-XII. Museo di San Martino, Nápoles

Las piezas reunidas vinculadas al hogar y la vida privada en los territorios bizantinos se fechan desde el siglo IV al VII y fueron desenterradas en excavaciones arqueológicas en su mayor parte griegas, aunque también en Nápoles, Rávena y Cerdeña; encontraremos vajillas de cristal, cerámicas y bronces o lámparas de aceite que aún reflejan la tradición romana. Pero la selección de objetos preciosos es bastante mayor en la exposición e incluye hebillas de cinturón, amuletos, anillos (a menudo con inscripciones y monogramas), pulseras, collares, cintas para la cabeza y pendientes. Estos trabajos, junto a la influencia del arte romano, reúnen huellas del mundo germánico, eslavo e iraní.

Como dijimos, durante siglos Bizancio exportó los numerosos productos elaborados dentro de sus fronteras por todo el Mediterráneo, especialmente aceite, vino, salsas y ungüentos que se transportaban en ánforas, así como productos de lujo, como orfebrería y textiles. De excepcional calidad, la artesanía bizantina heredó rasgos de la del mundo antiguo y se benefició de los contactos del Imperio con el mundo árabe, Persia y el Lejano Oriente; el citado uso generalizado de monedas, acuñadas en tres tipos de metales (oro, plata y cobre), fue otro punto de continuidad con la Antigüedad.

Plato esmaltado con decoración pintada e incisa, siglo XII. Eforato delle Antichità di Salonicco
Plato esmaltado con decoración pintada e incisa, siglo XII. Eforato delle Antichità di Salonicco
Matraz de peregrino, siglos V-VI. Colección de la antigua Ágora de Atenas
Matraz de peregrino, siglos V-VI. Colección de la antigua Ágora de Atenas

Tenemos que hablar, además, de monasterios: se construyeron muchos dentro de las fronteras del Imperio y no eran solo centros de espiritualidad, sino también poseedores de vastas propiedades territoriales que les conferían un considerable poder económico y político, un ejemplo fundamental es el del Monte Athos. Arquitectónicamente, comprendían edificios habitados por monjes y abiertos exclusivamente a la comunidad religiosa -dispuestos en torno a un patio interior- y un espacio exterior, dedicado a la recepción de peregrinos y con una capilla para la celebración de oficios religiosos destinados a estos. Algunos fueron, asimismo, relevantes centros culturales centrados en la transcripción al griego de textos religiosos, el estudio de la literatura griega antigua o la formulación de tratados científicos y filosóficos.

La profunda penetración de la fe cristiana en toda la estructura del Imperio y en su sociedad explica que gran parte del legado bizantino conservado tenga que ver con sus templos. Una característica distintiva de esas iglesias es el contraste entre su exterior sencillo y los ricos interiores, donde proliferaban esculturas, pinturas, mosaicos y muebles. Hasta los siglos VII y VIII, estos objetos contaban con adornos simples en gran parte geométricos, como cruces y monogramas cristológicos, pero gradualmente se hizo más compleja su elaboración, a menudo con la adición de representaciones de animales con significado simbólico.

Mosaico con retrato del Papa Juan VII, 705-707. Ciudad del Vaticano
Mosaico con retrato del Papa Juan VII, 705-707. Ciudad del Vaticano

Dentro de una iglesia bizantina, la luz, ya fuera natural o artificial, era de vital importancia para generar atmósferas de meditación. La artificial se producía con lámparas de aceite y candelabros, generalmente alimentados con aceite de oliva, y entre los principales objetos litúrgicos se incluían recipientes para el pan y el vino utilizados para la celebración de la Eucaristía. Las iglesias también tenían anexos los cementerios, donde se han encontrado inscripciones funerarias como las presentes en esta muestra.

En el siglo XI, los turcos penetraron en Anatolia y atacaron Bizancio; ya en el XV, su presión y la de los mongoles había reducido significativamente el territorio imperial. En parte buscando derrotarlos, Juan VIII Paleólogo acudió a Italia en 1438 para participar en el Concilio convocado por el Papa Eugenio IV para unir las Iglesias de Oriente y Occidente; su llegada fue celebrada por hombres de letras y artistas, entre ellos Pisanello, que creó la primera medalla moderna en su honor, y Benozzo Gozzoli, que incluyó su retrato en los frescos de la Capilla de los Reyes Magos del Palacio Medici-Ricciardi, en Florencia.

Sin embargo, la ayuda de Occidente no fue suficiente para detener el avance de los otomanos: en 1453, Constantinopla fue conquistada por los ejércitos dirigidos por Mehmed II y su caída selló el fin de Bizancio. En todo caso, señala la exhibición, la historia de las relaciones entre Bizancio y Piamonte es la de un “sueño que mira hacia el Este” e involucró a algunas de las familias más importantes del sistema feudal italiano: los Aleramici y los Saboya, que vieron en las Cruzadas y las alianzas matrimoniales con miembros de la aristocracia griega oportunidades para extender su poder.

Los resultados de sus ambiciosos planes fueron, en realidad, modestos, y sus ganancias económicas dudosas, pero sus periplos en el extranjero reavivaron su prestigio y el recuerdo de pasadas hazañas.

Fragmento de un pavimiento con mosaico, siglo V. Museo Bizantino y Cristiano de Atenas
Fragmento de un pavimiento con mosaico, siglo V. Museo Bizantino y Cristiano de Atenas

 

 

“Bizantini. Luoghi, simboli e comunità di un impero millenario”

PALAZZO MADAMA. MUSEO CIVICO D´ARTE ANTICA

Piazza Castello

Turín

Del 10 de mayo al 28 de agosto de 2023

 

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