Arte para el misticismo en la mesa de la cocina

Es Baluard dedica una muestra a artistas que fueron también médiums y visionarias

Palma de Mallorca,

Os lo anticipábamos a finales del año pasado: una de las muestras más sugestivas de este 2019 nos la traería Es Baluard y estaría dedicada a mujeres artistas que vincularon su producción a la mística, la sanación y la filosofía espiritista. Desde el pasado 15 de febrero, podemos visitar “Almas. Médiums y visionarias”, un proyecto comisariado por Pilar Bonet que forma parte del ciclo de exposiciones temáticas de este centro mallorquín y que reúne trabajos de autoras, muchas de ellas desconocidas, que optaron por crear a partir de sus impulsos espirituales, visiones o miradas hacia el interior en lugar de tomar como referencia estéticas compartidas. Su obra, alejada de los circuitos comerciales, no se ajusta a corrientes ni jerarquías estilísticas y muchas de ellas compaginaron la plástica (pinturas, dibujos, textiles) con la literatura.

Bonet ha acotado el periodo de estudio de este arte vinculado a la mística y creado por mujeres: las aquí representadas nacieron en las décadas previas al fin de la I Guerra Mundial y dibujaron, bordaron o escribieron con una finalidad fundamental, la de escapar a dificultades tanto vitales como históricas. Los trepidantes cambios sociales, tecnológicos y políticos propios de los años diez (magistralmente explicados por Philipp Blom en Años de vértigo) generaron esa ansiedad colectiva que tuvo su estallido en la contienda y de la que muchos trataron de escapar por los caminos de la fe, la creatividad y la trascendencia. En aquel tiempo se descubrieron los rayos X y las ondas electromagnéticas y el relativismo ganaba adeptos mientras también lo hacía una nueva conciencia de la pluralidad global de las religiones.

Anna Zemánková, Sin título, década de 1970. Colección Karin & Gerhard Dammann. Fotografia: Cortesía Col·lecció Dammann
Anna Zemánková. Sin título, década de 1970. Colección Karin & Gerhard Dammann. Fotografia: Cortesía Col·lecció Dammann

La mayoría de las artistas representadas en “Almas” no contaban con estudios específicamente artísticos antes de lanzarse, desde esa intuición y esa necesidad, a gestar lenguajes fuera del canon, a tratar de dar visibilidad a lo oculto. Algunas de ellas se consideraron mediadoras entre la espiritualidad y sus contemporáneos, trazadoras de caminos que enlazaban lo doméstico y lo trascendente.

En Es Baluard veremos pinturas y dibujos (predomina el formato mediano), piezas textiles y escritos que formaban parte de los llamados cuadernos de vida. Sus referentes estéticos son escasos, pero sí debemos entenderlos como manifestaciones de una aproximación generalizada al esoterismo, la teosofía y la antroposofía, el espiritismo y, sobre todo, como evidencias de una urgencia por desapegarse de las incertidumbres de una época sombría en lo político.

Proponen reductos de belleza a través de flores, formas fluidas, jardines, imágenes muy personales del cosmos, geometrías de ecos sagrados, alfabetos y símbolos que nos son indescifrables desde la razón. Su arte no viene del arte, se decía: parecía moverlas el afán por reparar las cada vez más numerosas fronteras, físicas y mentales, que separaban un mundo que ellas concebían como un todo.

Los de las artistas recuperadas por Bonet (Madge Gill, Julia Aguilar, Hélène Smith, Josefa Tolrà, Nina Karasek, Clara Schuff, Jane Ruffié, Hélène Reimann, Aloïse Corbaz, Mary Frances Heaton, Gertrude Honzatko-Mediz, Agatha Wojciechowsky, Margarethe Held, Käthe Fischer, Anna Zemánková, Cecilie Marková y Emma Kunz) son nombres inéditos para la mayoría, pero ya no lo es el de una contemporánea que compartió con ellas inquietudes: en los últimos años, hemos tenido varias ocasiones de contemplar la obra de la sueca Hilma af Klint. Ella sí se formó en una academia, la Real de Bellas Artes de Estocolmo, antes de abandonar la pintura figurativa y perder el miedo a la subversión: se comprometió profundamente con el espiritismo, el rosacrucismo y la teosofía y compaginó (hasta aunarlos) sus ejercicios creativos con sus prácticas espirituales. Sabemos que practicó, antes que los surrealistas, la escritura automática; que en 1896 había comenzado a realizar sesiones de ejercicios meditativos con otras cuatro mujeres y que, en una de sus reuniones, en 1906, algún espíritu con el que el grupo supuestamente se comunicaba le pidió que creara una serie de piezas: las Pinturas para el templo, a las que se dedicó hasta 1915.

No forma parte Klint de esta muestra, pero sí de su trasfondo: la espiritualidad con la que estas artistas conectaban no era la tradicional ni se cerraba a los preceptos de una única fe; defendía la armonía entre clases sociales llamadas perpetuamente a enfrentarse, la emancipación de las mujeres -esta era época, también, de reclamación del voto femenino- y la recuperación de un contacto con la naturaleza que, merced a la industrialización galopante, comenzaba a perderse.

Josefa Tolrà mostrando un mantón con bordado fluídico, 1956. © de la obra, Associació Josefa Tolrà © Fotografía: Archivo familiar, cortesía de la Associació Josefa Tolrà, 2019
Josefa Tolrà mostrando un mantón con bordado fluídico, 1956. © de la obra, Associació Josefa Tolrà © Fotografía: Archivo familiar, cortesía de la Associació Josefa Tolrà, 2019

No es casual que la luz y la palabra, elementos religiosos, vertebren buena parte de sus trabajos ni que la mayoría de ellos resulten modestos en sus recursos materiales: nacen de intenciones místicas y no terrenas, muy lejos de la opulencia. Su fuerza viene de otro lugar: atendiendo a la filosofía espiritista, el alma sobrevive al cuerpo tras la muerte y no se queda en la Tierra, sino que emprende viaje a otros planetas; Marte y Júpiter eran los más inspiradores.

En sus intentos de dejar lo material a un lado, de dejarse inspirar por entes supraterrenales, muchas de esas artistas que hemos mencionado recurrían, como Klint, a la meditación, el sonambulismo o la hipnosis, por eso en algunas piezas, sobre todo en sus dibujos, no son ellas las que firman.

Defendían que no hay creatividad útil si no favorece la paz interior ni se comparte, si no palia el dolor. Como imaginaréis, su atrevimiento, su osadía al crear arte trascendente, muchas veces, sobre la mesa de la cocina, no fueron gratuitos: varias de ellas fueron diagnosticadas como enfermas mentales (y también vieron en la creación un medio para escapar a la reclusión física).

Madge Gill. Sin título, 1954. Donación de L’Aracine, 1999. © Fotografía: Alain Lauras
Madge Gill. Sin título, 1954. Donación de L’Aracine, 1999. © Fotografía: Alain Lauras

En la medida en que sus obras nacen de pulsiones y no de ideas preconcebidas, es difícil elegir, entre las artistas que podemos descubrir en Es Baluard, las más representativas de este arte iluminado que no nació ansiando el reconocimiento. Aún así, destacaremos los óleos de inspiración simbólica y orgánica de Julia Aguilar –Chelín Always–, los coloristas dibujos de Aloïse Corbaz o los grafismos punteados de Käthe Fischer (de ella desconocemos, para mayor enigma, la fecha de su muerte). Pero debemos atender también a las monocromías y las caligrafías secretas de Madge Gill, a los bordados que Heaton utilizaba casi como si fueran su propia voz, los dioses y demonios, flores y bestias de Margarethe Held; los retratos de espíritus de Honzatko-Mediz o las figuras y escenarios etéreos de Nina Karasek.

Kunz dibujó, como proceso terapéutico, preciosas composiciones geométricas; Marková dibujaba luminosas formas florales que regalaba, Reimann fue autora de pequeños dibujos contenidos, sin poesía ni narración, luminosos en su modestia; los espíritus canalizados, quizá, en la mano de Ruffié representaron formas tortuosas y rostros ocultos y Hélène Smith transcribía mundos y figuras angelicales, como sus coétaneas, sin esbozo previo.

Por último, Josefa Tolrà escribió e ilustró cuadernos con poemas, aforismos y reflexiones morales; Wojchiechowsky dibujó rostros y figuras oscuras con los ojos cerrados y Zemánková trató de reflejar, en sus formas vegetales, lo recóndito del cosmos.

La artista inglesa Madge Gill (Maude Ethel Eades) realizando una manta con hilos de seda insertados en una lona, 19 de agosto de 1947. Fotografía: Paul Popper/ Popperfoto /Getty Images
La artista inglesa Madge Gill (Maude Ethel Eades) realizando una manta con hilos de seda insertados en una lona, 19 de agosto de 1947. Fotografía: Paul Popper/ Popperfoto /Getty Images

 

 

“Alma. Médiums y visionarias”

ES BALUARD. MUSEU D´ ART MODERN I CONTEMPORANI

Plaza Porta Santa Catalina, 10

Palma de Mallorca

Del 15 de febrero al 2 de junio de 2019

 

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