Las imágenes en torno a la religiosidad no componen la mayor parte de la producción del fotógrafo murciano Juan Manuel Díaz Burgos, en gran parte dedicada a América Latina desde que se dejó fascinar por Perú en 1990, pero sí una serie extensa y desarrollada a lo largo de tres décadas, tanto en España como en Hispanoamérica, y llamada A Dios rogando, una recopilación de imágenes dedicadas al hecho religioso tanto en nuestro país (la metrópolis desde el s. XV) como en los países bajo dominio español durante siglos. Aquí y allá, con un enfoque documental y empático, este artista se fijó en ritos religiosos, tanto desde un punto de vista estético o escenográfico como desde su carácter de manifestaciones de un sentimiento interior o de una necesidad universal y humana de asideros ante la soledad, la desesperanza o la muerte.
Revisando estas obras, y fijándose sobre todo en dos (una tomada en 1982 de un capirote de capuchino que convirtió en abstracción y otra de una virgen negra en Cachoeira, Brasil), se dio cuenta de que existían lazos no siempre evidentes pero sí sólidos entre las religiosidades y sus materializaciones en unos y otros países, puntos de encuentro. Y tirando del hilo, descubrió cómo era posible establecer ricas lecturas, en este sentido, hallando relaciones entre el resto de sus imágenes dedicadas a la espiritualidad tomadas a un lado y otro del océano. Está claro que el tiempo deja también su poso sobre la fotografía documental.
Y el fruto de ese estudio, que no podemos llamar comparativo pero sí relacional, es la exposición “Dios iberoamericano”, que Díaz Burgos ha presentado hoy en la Sala Canal de Isabel II de la Comunidad de Madrid y que ha comisariado un buen conocedor de su trabajo, Chema Conesa, objeto hace tres años de otra exhibición organizada por la Comunidad, aquella vez en Alcalá 31. El propósito de este proyecto, además de invitarnos a reflexionar sobre las muchas caras de una fe común, es abordar el sentido último de la introducción de una religión (cualquiera, porque no existen en los planteamientos del fotógrafo intenciones ideológicas ni mensajes de ese tipo) en sociedades con prácticas espirituales propias, diversas, y profundamente arraigadas, tanto en las mentalidades como en el tiempo. En las 150 imágenes expuestas, y en un vídeo filmado en una decena de ciudades, vemos innumerables conexiones entre la fe de cerca y la de lejos, pero también los frutos del sincretismo: las huellas de las culturas indígenas y de la globalización en los ritos religiosos de Latinoamérica.
Díaz Burgos no ha querido ofrecernos explicaciones sino interrogaciones sobre estos asuntos, porque no podríamos concebir de otra manera estas estampas de lo visible y lo invisible, de una religiosidad que tanto en España como en América Latina tiene una doble vertiente pública y privada y también, tradicionalmente, una marcada teatralidad en sus manifestaciones externas: manejamos actitudes estéticas y no solo sentimentales ante la fe y ante la muerte.
La mayoría de las imágenes que podemos ver en las tres plantas de la Sala Canal son inéditas para el público y destacan por una modulación de sus sombras que contribuye a que tengamos la sensación de encontrarnos ante un realismo mágico trasladado a lo visual. Ni afirman, ni niegan, ni ensalzan creencias: representan lo etéreo (emociones, esperanzas) a través de rostros infantiles y viejos, ingenuos o ajados, los de modelos a quienes previamente Díaz Burgos se había acercado desde el respeto y la empatía.
El fotógrafo ha contado hoy que hasta la fecha no las había mostrado porque no había encontrado esas capas de significado profundas que de estas fotografías podían extraerse y no deseaba exhibir celebraciones religiosas con ese nexo temático sin más. El resultado es hipnótico, porque estas obras hablan de sentimientos comunes a cualquiera, al margen de que busquemos o no respuestas religiosos a nuestras dudas y angustias. Su trasfondo es, sobre todo, antropológico.
Hablando de creídos, escépticos y descreídos, el catálogo de la exposición incorpora un interesante texto de Luis M. Iruela, Jefe del Servicio de Psiquiatría del Hospital de Puerta de Hierro, en torno a las complejas razones que nos hace más o menos proclives a ser creyentes o no. En su opinión, superstición y religión comparten origen: el miedo al desamparo; y también esencia psicológica: una emoción capaz de transformar a quien la siente, y difieren, sin embargo, en el carácter individual de la primera y el colectivo de la segunda. En cualquier caso, tanto la contemplación de las fotografías como la lectura de las citas presentes en el montaje, o del catálogo, invitan a repensar lo espiritual dejando de lado convenciones y posiciones cerradas. Decía Oscar Wilde que donde hay dolor es lugar sagrado. Algún día comprenderá la humanidad lo que esto significa.
Juan Manuel Díaz Burgos. “Dios iberoamericano”
SALA DE EXPOSICIONES CANAL DE ISABEL II
c/ Santa Engracia, 125
Madrid
Del 14 de diciembre de 2017 al 4 de febrero de 2018
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