Ayer falleció en Madrid, a los 79 años y a causa de un infarto, Darío Villalba.
Siendo muy joven, el artista vasco sorprendió dando forma a un lenguaje pictórico personal y radical, distante tanto del informalismo abstracto de sus precedentes inmediatos como de los postulados pop que le eran contemporáneos. Se sirvió de la fotografía como soporte y, bajo la influencia de la metafísica, quiso plasmar las emociones y los vacíos del ser humano mediante brochazos y veladuras o fragmentando encuadres.
Su reconocimiento internacional llegó en los setenta con sus encapsulados rosas: esculturas de figuras llevadas espiritualmente al límite recubiertas por metacrilato transparente. Se expusieron en la Bienal de Venecia y fueron alabadas por Warhol y el crítico Pierre Restany. En 2007, el Museo Reina Sofía le dedicó la que sigue siendo su retrospectiva más amplia.
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