Dore Ashton
En la estela de la revolución, las artes visuales de México estuvieron dominadas por los tres poderosos muralistas Rivera, Orozco y Siqueiros, con sólo un pequeño contingente de disidentes contrarios al nacionalismo y al indigenismo.
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Poetas y pintores opuestos al chovinismo se relacionaban entre sí débilmente; en palabras de uno de sus mejores escritores, Xavier Villaurrutia, como un grupo sin grupo y un archipiélago de soledades.
La generación siguiente, surgida en los años cincuenta y conocida como la de la Ruptura, fue más combativa y cohesionada. En ella estaban escritores como Carlos Fuentes y Juan García Ponce, y pintores como Manuel Felguérez, José Luis Cuevas, Brian Nissen, Lilia Carrillo y Vicente Rojo. Firmemente identificados con las corrientes internacionales del arte moderno, estos artistas forman el núcleo de un extraordinario museo, el Museo de Arte Abstracto Manuel Felguérez, fundado por el pintor del mismo nombre.
Situado en la magnífica ciudad de Zacatecas una obra maestra colonial, a la que el cálido fulgor de la piedra rosada de sus monumentos presta una singular unidad, este museo, el único dedicado al arte abstracto en el hemisferio occidental, ofrece una historia coherente del arte abstracto en México desde aproximadamente 1950 hasta el día de hoy. Para orientar al visitante, un texto de pared cita a García Ponce en una noble definición de la abstracción.
Dice García Ponce que el arte abstracto sólo tiene por base los elementos indispensables de color, forma y espacio, que ofrecen infinita variedad y muestran las posibilidades de la imaginación en una libertad absoluta. Como es natural, no todas las obras expuestas manifiestan una libertad absoluta muchos pintores y escultores trabajan dentro de cánones de abstracción internacionales, pero todas atestiguan las fervientes convicciones de sus autores, que con su trabajo liberaron a México de la inmensa carga de los muralistas revolucionarios.
Felguérez, nacido en Zacatecas, ha conseguido reunir obras de más de un centenar de artistas, algunos extranjeros, que muestran las dos tendencias de la abstracción: la lírica y libre y la geométrica y estrictamente organizada. En un edificio del siglo XIX que fue seminario y después prisión (Felguérez ha conservado unas pocas celdas con sus graffiti y sus decoraciones), hay espacios generosos para varios agrupamientos especiales. Por ejemplo, durante los fatídicos Juegos Olímpicos de 1968, el estado encargó una serie de esculturas al aire libre para puntuar la Ruta de la Amistad.
Las maquetas de aquellas obras, entre ellas las de Helen Escobedo, que desde entonces se ha ganado el reconocimiento internacional con sus instalaciones, y Mathias Goeritz, un influyente pionero en la historia de la vanguardia mexicana, componen una importante unidad histórica dentro del museo. Su otro gran fondo histórico son todos los murales creados por once artistas mexicanos para la Exposición Mundial de Osaka en 1970.
Esos enormes murales de los jóvenes artistas de la generación de la Ruptura declaran con euforia su independencia de los muralistas ancestrales, pero a la vez conservan indirectamente motivos peculiares de México y de sus problemas societales, como la contaminación del aire que Lilia Carrillo señala en su obra melancólica y elocuente, o la situación deprimida de las poblaciones indígenas a la que apunta el mural de Brian Nissen con sus alusiones precolombinas.
Si hiciera falta alguna prueba de la influencia sostenida de los muralistas, el propio Felguérez la da. En la sala de alto techo que fue capilla del seminario, Felguérez ha instalado su Retablo de los Mártires, una enorme composición con tela en relieve terminada en 2001. Los ecos cristianos del martirio están presentes en esa pintura en relieve dramática y majestuosa, pero yo estoy segura de que Felguérez también pensaba en los mártires de su propia experiencia, los de la protesta estudiantil masacrados por el gobierno mexicano en 1968. Este retablo es cruciforme gracias a sus cuatro secciones rectangulares. Es una abstracción tan sombría como sugerente, llena de huecos oscuros, relieves salpicados y regueros de pintura diluida. Tras el fallecido Gunther Gerszo, que fue el pintor abstracto más dotado de la generación anterior, yo creo que Felguérez puede ser el artista abstracto de mayor carácter que hay hoy en México.
Con su política ilustrada, Zacatecas ha ofrecido también edificios históricos para sus respectivos museos a otros dos artistas locales, los hermanos Pedro y Rafael Coronel. El más espectacular es el bellamente restaurado y ajardinado Museo Rafael Coronel, que alberga la que probablemente sea la mayor colección de máscaras (once mil) de las incontables culturas indígenas mexicanas que existe en el mundo.
El examen de esas vívidas muestras de la cultura popular pone al descubierto las muchas historias de México, así como influencias probables incluso de Asia. Además, Coronel ha conservado títeres de la década de 1830 y sus escenarios originales, que permiten asomarse a la vida de las clases altas de aquel tiempo. Pedro, hermano de Rafael, instaló su propia e idiosincrática colección de obras desde la Grecia y la Roma antiguas hasta el México contemporáneo en lo que fuera un colegio jesuita de comienzos del siglo XVII, donde los visitantes pueden también curiosear en una biblioteca de más de 20.000 volúmenes que abarcan desde la época colonial hasta el siglo XIX.
Con tres museos creados en la última década por artistas vivos y muchos otros lugares de interés histórico, Zacatecas está decidida a hacer de las artes una experiencia cotidiana para sus vecinos. Yo estaba en el museo de Felguérez con el artista cuando llegó un grupo de escolares. Conocían de vista al maestro, y con cálidas sonrisas le aplaudieron espontáneamente; no es algo que se vea en muchas ciudades.
Traducción de María Luisa Balseiro