Al alemán Wolfgang Tillmans lo conocemos sobre todo por fotografías en las que defiende, desde la práctica, la representación del lado dichoso y hedonista de la vida: se trata de visualizaciones de instantes de disfrute que el artista entiende como testimonios de la alegría de la existencia y de que cualquier persona, objeto, paisaje o desecho puede ser potencialmente bello y, en cualquier caso, merece ser fotografiado. Esas consideraciones priman en su producción sobre cuestiones técnicas o sobre cualquier pretensión de artificio.
En su catálogo de imágenes conviven la moda, la noche, la amistad, la cotidianidad, el sexo, el paisaje, la familia, la fotografía como tal, la música o las reivindicaciones sociales; disparidad de asuntos de cuya acumulación nacen relaciones. Forma parte este autor de una corriente de fotógrafos que, desde los años ochenta y desde formas muy contemporáneas de realismo, desarrollan un planteamiento de lo real desde su representación, a través de la visión fotográfica. La mirada tras el objetivo, en su caso, es falsamente distante y despreocupada, incluso cuando se hace patente una voluntad de contención y un gusto por la aproximación al objeto y al detalle. Aun así, Tillmans evita que sus trabajos puedan ocultar, anular o intensificar las preocupaciones de quienes retrata, pues la visualización del deleite de vivir es el centro de todas ellas.
En paralelo a su producción en imágenes fijas, el artista, representado en nuestro país por la Galería Juana de Aizpuru, lleva empleando el vídeo desde principios de los noventa y el primero que expuso, en 2002, fue Lights (Body), una pieza que, desde hoy y hasta el 1 de marzo, podemos contemplar en el Centro de Arte Dos de Mayo de Móstoles bajo el comisariado de Alejandro Cesarco, Manuel Segade y Mason Leaver-Yap y en el marco del programa de actividades paralelas al programa de ARCOmadrid It’s Just a Matter of Time, centrado en las formas de influencia de Felix Gonzalez-Torres sobre las prácticas creativas contemporáneas.
Esa obra de Tillmans ahonda en el contexto de transformación del cuerpo individual en el espacio (sociocultural y colectivo) de la noche, mostrando los movimientos automatizados de las luces de discoteca de dos clubs de fiesta distintos. Los cuerpos están ausentes de la grabación por el punto de vista concentrado en los sistemas de iluminación, pero Lights (Body) fue filmado en pistas de baile de sábado noche, muy concurridas. El polvo que parece entrar en contacto y bailar con los haces de luz es el único residuo físico de la presencia invisible de esos cuerpos que danzan y que se nos hurtan a la vista y, en el vídeo, el club es un lugar social y concreto que contrasta con la abstracción de la luz, instrumento principal de este proyecto.
La banda sonora que escuchamos de fondo es el remix de Hacker Remix de Don’t be Light de Air, un tema que contiene una promesa de excitación permanente, pero también presenta algo de compilación de la historia del clubbing, con un instante en su inicio que recuerda al Blue Monday de New Order –emblema de los ochenta– pero también un beat cercano al tecno de los noventa. Podemos entender que, al igual que en el caso de las luces, la música insiste aquí en una cualidad genérica, en un sentido común de pertenencia a la cultura de club.
Tillmans afirmó sobre Lights (Body), en una conferencia en la Tate Modern británica, que el único trazo de personas son a veces los reflejos de partículas de polvo que atraviesan los haces de luz y esta particular unión entre abstracción y contenido social… en fin, un club es un lugar extremadamente social –un lugar de encuentro, un intercambio de ideas y de relaciones– también es el espacio para una abstracción extremadamente hermosa.
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