Quince años después de su paso por la Fundación Telefónica en 2009, Weegee, retratista en blanco y negro del Nueva York nocturno, que acudía allí donde un asesinado yaciese, un criminal ocultara su rostro o un incendio devorase un edificio, regresa a Madrid de la mano de la Fundación MAPFRE, en una muestra, “Autopsia del espectáculo”, organizada en colaboración con la Fondation Henri Cartier-Bresson de París y comisariada por el director de esta última institución, Clément Chéroux.
Arthur H. Fellig, que ese era su nombre real, había nacido cuando le quedaba poco al siglo XIX, en Zolochov, en la actual Ucrania, pero en la primera mitad del XX se convirtió en emblema del fotoperiodismo estadounidense y en artífice, en cierta medida, de la imagen que dentro y fuera de este país se mantenía de una ciudad que nunca dormía, y menos que nadie para él, que tenía sintonizada en su coche la frecuencia de la policía; allí, en Nueva York, falleció en 1968. Esa labor suya documentando sucesos es la que más conocemos, y la que más se ha llevado tras su muerte a los museos, pero existe otro Weegee, que también pasó por la prensa pero no tanto por los centros de arte, cuyo descubrimiento supone la mayor novedad de la presentación de MAPFRE: el que caricaturizó, se rio de la sociedad hollywoodiense y sus vanidades y manipuló abiertamente las imágenes hasta la deformación. Podríamos decir que tuvo este autor un lado cercano a Cartier-Bresson (el fotoperiodista) y otro a Man Ray (el deformante) y que, en la tesis de Chéroux, ambos formaron parte de una trayectoria tan diversa como coherente de un hombre que miraba a su manera y ponía a prueba prejuicios; su producción, desde el punto de vista actual, puede dar pie a un buen número de debates muy ligados a los medios de información: la conveniencia o no de mostrar en prensa a las víctimas de la violencia; la de modificar imágenes de momentos trágicos, con cierto sentido escénico, para amoldarlas a lo que el público espera o demanda; o la de modificar, en último término, a un retratado partiendo de la visión que el fotógrafo sostiene de él.
Una y otra vertiente de su trabajo desprenden una crudeza que nunca pretendió escatimar: no vaciló al empuñar la cámara ante muertos, presos, probables criminales, fuegos pavorosos que barren viviendas de humildes… y tampoco en convertir a Kennedy o Marilyn en carne de callejón del gato: lo suyo son puñetazos visuales que, además de sobre las escenas captadas y sobre los modos de Weegee de mostrarlas, pueden invitar al observador a reflexionar sobre el modo en que nosotros mismos miramos; la presencia ocasional de espectadores, mirones o curiosos, en algunas de las escenas parece apuntar en esa dirección, la de situarnos ante nuestros propios tics frente al documento visual. Procuraba, eso sí, que la aparición de su cámara no modificara las expresiones naturales de espanto, tristeza y, alguna vez, risa nerviosa de estos voyeurs.
En este sentido, merece la pena reseñar la circunstancia -así lo hizo ayer el comisario- de que Fellig falleciera un año después de la publicación del conocido ensayo de Guy Debord La sociedad del espectáculo, en el que este filósofo, impulsor de la Internacional Situacionista, formuló un retrato de la sociedad contemporánea en el que las personas y comunidades han sido sustituidas por su mera imagen y ha virado radicalmente, respecto a la primera mitad del siglo XX y las etapas anteriores de la historia, nuestra experiencia del tiempo, de los lugares, del disfrute y la felicidad; casi todo es ya mercancía. Muerte súbita para uno, impacto súbito para el otro.
Aunque en parte de la obra del fotógrafo es patente su empatía (sobre todo en las imágenes relativas a las estrecheces padecidas por una población sin privilegios de la que él procedía; hay que señalar que se unió a la reivindicativa Photo League), la producción por la que hoy lo recordamos está ligada al crimen y el accidente y, en esos casos, más que tacto contemplamos las citadas puestas en escena, prácticamente fotogramas (hay quien dice que lo suyo es el equivalente visual de A sangre fría por sus métodos). Para Weegee no existe demasiada distancia entre quien lee o consume el periódico y quien hace lo propio con una película, y proporciona a los primeros material que esperarían los segundos.
Si en esas imágenes intervenía, de manera no evidente pero tampoco demasiado oculta, ante cantantes, actores, célebres presentadores televisivos o políticos no quiso esconder en absoluto sus trucajes en el laboratorio. Pero no dejan de ser, quizá, estas variantes dos caras de la misma moneda. Según Chéroux, durante su primera etapa neoyorquina, mostró que los tabloides vendían la crónica de sucesos como un espectáculo. A partir de 1945 puso en evidencia que el sistema mediático espectacularizaba a ultranza a los famosos. Y contempló con ironía, también, a quienes los adulaban ciegamente.
En ese año clave de 1945 cosechó muchas alabanzas de crítica y público con su libro Naked city, una recopilación de sus mejores fotos, y algo después, en 1948, decidió instalarse en Hollywood, donde fue ocasionalmente actor y asesor cinematográfico, pero sobre todo fotografió fiestas y caricaturizó a estrellas. Cuando retornó a Nueva York, en 1951, ya era tarde para regresar a sus antiguos enfoques; en todo caso, sus últimos años los dedicó a dar conferencias, publicar más libros y difundir cuanto pudo sus fotocaricaturas, esto es, a sacar fruto de su propia fama como el experto en crímenes e incendios que nunca negó ser.
“Weegee. Autopsia del espectáculo”
FUNDACIÓN MAPFRE. SALA RECOLETOS
Paseo de Recoletos, 23
Madrid
Del 19 de septiembre de 2024 al 5 de enero de 2025
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