Cerrando un ciclo dedicado a mujeres artistas internacionales cuya obra, hasta ahora, ha sido escasamente difundida en España, del que forman parte las muestras dedicadas a Charlotte Johannesson e Ida Applebroog, el Museo Reina Sofía ha presentado hoy en el Palacio de Velázquez una muy bella exhibición dedicada a la artista argentina, de origen suizo, Vivian Suter.
Para entender su producción, en la que, como ha subrayado hoy Borja-Villel, cuestiona modos de hacer y modos de exhibir la creación contemporánea, conviene conocer algunos datos básicos de su biografía: formada en la Escuela de Arte de Basilea, donde inició su obra a fines de los sesenta y presentó algunas exposiciones en los setenta, decidió establecerse en 1982 en la selva de Guatemala, en el pueblo de Panajachel, junto al lago Atitlán. Y se produjo el viraje: si sus trabajos suizos nos resultan más estructurados, en contacto con la naturaleza evolucionaron hacia un potente intercambio con el medio ambiente y ganaron vitalidad cromática; podemos llegar a entender sus lienzos como un continuum respecto al paisaje tropical que la rodeaba.
Devinieron orgánicos y libres, sobre todo tras las tormentas Stan (2005) y Agatha (2010): muchas de sus telas quedaron entonces anegadas por el fango y a partir de ellas emprendería la artista series intervenidas por el azar del clima, concediendo espacio a la naturaleza, no como motivo sino como fuerza creadora o coautora que traslada a sus imágenes su ciclo vital propio. Ese procedimiento elimina jerarquías materiales y alumbra formas de existencia y de creación ecológicamente conscientes.
Allí donde se exponen, estos lienzos, en su mayoría de gran formato, casi sábanas, resaltan u ocultan rasgos de la arquitectura y, siendo autónomos, se integran en el vibrante cosmos creativo de Suter; en conjunto componen una suerte de gran escultura textil.
Al Retiro han llegado cerca de quinientos, datados desde los ochenta. La intervención de la autora en ellos es rápida, dura un día, pero su proceso de elaboración es lento: los cuelga al aire libre, dejando que reciban polvo, humedad o barro; en suma, permite que adopten las texturas que el tiempo y el paisaje imprimen en ellos. Concitan por eso emoción y también un componente biográfico, no en el sentido romántico, sino en cuanto a la relación entre artista y naturaleza.
No es posible exhibir la obra de Suter conforme a los modos tradicionales y no ocurre aquí: la mayoría de las telas no presentan bastidor y podemos contemplarlas en el suelo, colgadas en la pared, acumulándose y sin las distancias acostumbradas o en guías de madera semejantes a las que se utilizan en almacenes; deberemos transitar entre ellas, habitar el espacio más que recorrerlo. El montaje de este proyecto lo ha ideado la propia artista en relación con las características del Palacio y buscando que, como sus mismas obras, transmita vida: podremos experimentar la sensación de encontrarnos en un bosque, en referencia emotiva y sensorial al lugar donde estas piezas nacieron: cimas de volcanes, copas de los árboles o cúmulos de agua están, paradójicamente, presentes en las abstracciones de Suter junto a las huellas de sus perros, de la lluvia, el viento, las hojas y también de organismos minúsculos (otra vez, la vida).
En la nave derecha de esta sala se han dispuesto, en el suelo y colgadas con cables, las obras que contienen justamente mayor cantidad de materia y en el ala izquierda encontraremos, sin embargo, sus pinturas más antiguas: no hay en el recorrido referencias cronológicas, fechas o títulos, pero sí detectaremos las distancias de estas piezas respecto al resto. Elaboradas sobre papel y abigarradas de pintura, responden a un espíritu bien diferente.
Implican, por otro lado, esta exposición y la producción de Suter desde aquellos ochenta, un cruce cultural: del mismo modo que ella ha trabajado en Suiza y Guatemala, Occidente e Iberoamérica se entrelazan aquí en forma de técnicas, maneras de mirar y de pintar. No es la artista una extranjera que en un contexto extraño al suyo se ve seducida por un paisaje exótico, sino una observadora que trabaja para alumbrar vínculos nuevos con su entorno, entendiendo probablemente que todo el mundo es su mundo. El primero por cierto, en su niñez en Buenos Aires, fueron juegos al escondite entre las telas de la fábrica de su familia: Estampería Belgrano.
Vivian Suter
Parque de El Retiro
Madrid
Del 24 de junio de 2021 al 2 de mayo de 2022
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