Vanessa Winship comenzó a fotografiar a finales de la década de los noventa, tras la caída del muro de Berlín y la relajación de las tensiones propias de la Guerra Fría durante las décadas anteriores. Algunas de las naciones emergidas de la descomposición del bloque soviético, como Georgia, Ucrania o Bosnia, así como Turquía, que comparte con esos países frontera con el Mar Negro, fueron los escenarios escogidos por la británica para tratar de plasmar la vulnerabilidad cotidiana de la población en aquellas zonas durante los veinte años anteriores, la incidencia en su día a día de fronteras que a veces pasaban por encima de los ciudadanos y en otras ocasiones éstos debían traspasar. Los protagonistas de las primeras imágenes de Winship (en las últimas su fotografía ha tomado el camino de una depuración que incluye la ausencia de figuras humanas) son supervivientes firmes en tiempos de oscuridad.
También Estados Unidos durante su declive económico y los paisajes ricos en oro y pobres en agua de los campos almerienses de Níjar han sido enclaves escogidos por la artista para forjar una producción que retrata, a la vez que cuestiona, los conceptos de periferia y límite, de frontera, memoria, identidad, deseo e historia.
Su concepción de la fotografía como viaje de iniciación, como camino hacia el entendimiento, tiene una vertiente doble: la del periplo físico y la del diálogo con la propia disciplina fotográfica. Ella huye de categorizaciones (fotografía documental, del territorio, fotoperiodismo…) para calificarse como fotógrafa de la realidad y de la condición humana bajo la influencia de Freud y del feminismo de los setenta y los ochenta: el cuerpo es en su obra objeto de exploración, desde los rasgos faciales hasta la comunicación gestual, la enfermedad o la sexualidad. Identidades y vivencias íntimas cobran relevancia en estas fotografías (siempre en blanco y negro) frente a lecturas políticas o interpretaciones relacionadas con contextos concretos. Para Pablo Jiménez Burillo, director del Área de Cultura de la Fundación MAPFRE, estas piezas tienen una capacidad especial de emocionarnos y sobrecogernos.
En sus series podemos vislumbrar el modo en que se inscriben en la piel, los rostros o la indumentaria, las reglas, las herencias históricas, las filiaciones nacionales y raciales o las dictaduras y también la forma en la que en cada uno de los paisajes resiste inalterado a la historia o, por el contrario, refleja mediante las ruinas de proyectos políticos o sociales las heridas del pasado. Podemos decir que las imágenes de esta artista transitan entre la indagación documental y la pesquisa íntimista.
La de Vanessa Winship (Premio Henri Cartier-Bresson en 2011 y Descubrimientos PHotoEspaña en 2010) será la primera muestra que la Fundación MAPFRE presente en sus recién estrenadas salas de exposiciones de la calle Bárbara de Braganza 13, distribuidas en dos plantas de 868 metros cuadrados y muy próximas a su sede del Paseo de Recoletos. Este espacio retomará la actividad de difusión de la fotografía que esta institución ha venido desarrollando en los últimos 25 años en la Sala Azca y continuará mostrándonos obras de los grandes maestros y de fotógrafos actuales esenciales de los que hasta ahora no se habían realizado retrospectivas.
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