Básicamente, la vida es un infierno por todas partes, excepto los momentos ante un lienzo. Lo dejó escrito Matthew Wong, artista chino-canadiense que puso fin a la suya en 2019, cuando solo tenía 35 años, en un momento álgido de su trayectoria, respaldada su pintura por la crítica, los coleccionistas y los precios elevados. Autodidacta, en su breve carrera de seis años llevó a cabo sobre todo paisajes vibrantes, en los que es posible atisbar carga psicológica, en óleo, tinta, acuarela y gouache.
Dadas sus evidentes conexiones con Van Gogh, que el mismo Wong señaló (Me veo reflejado en él. La imposibilidad de pertenecer a este mundo), era casi inevitable que una exhibición los relacionara: la Albertina vienesa ha decidido reunirlos en la muestra “Painting as a last resort”, organizada junto a la Fundación Matthew Wong, el Van Gogh Museum de Ámsterdam y Kunsthaus Zúrich y que desde su mismo título recuerda lo que los une: la pasión como motor de su obra, su necesidad interna de creación, su consideración del acto de pintar como vía de escape para la expresión personal. Más allá de su distancia formal y de las inquietudes plásticas que motivaron sus respectivos trabajos, este centro austriaco quiere señalar afinidades entre los dos autores de vida breve: su sensibilidad profunda, una actitud sincera hacia lo que la creación implica, y algunos temas y motivos compartidos, como la querencia por el paisaje y por las relaciones entre los espacios interiores y exteriores. En lo técnico, ambos se valieron de pinceladas gruesas que desplazaron en movimientos entrecruzados, cortas y generadoras de texturas: destacan sus piezas por su calidad matérica.
Wong padecía depresión, autismo y síndrome de Tourette; es sabido que el holandés luchó con episodios de enfermedades mentales graves a lo largo de su vida: para los dos la pintura fue un cobijo y su melancolía se manifestó en naturalezas de tonos oscuros, a veces contrarrestados por otros vivos, conforme a una paleta dinámica. El primero anhelaba que su éxito profesional creciente influyera positivamente en su salud, pero en los últimos años de su vida percibió que esa esperanza era vana: vivió dos años menos que los treinta y siete que alcanzó Van Gogh.
Tras residir un tiempo en urbes de ritmo agitado, como Hong Kong, Los Ángeles y Nueva York, el joven Wong encontró un retiro en Edmonton, Canadá, en 2016, donde pudo trabajar en paz. Alejarse de estos grandes centros le permitió dedicarse a su obra sin las distracciones ni las obligaciones de navegar en el mundo hipersocial del mercado del arte: su personal conflicto entre el deseo de pertenecer a él y la incapacidad de hacerlo influyó en muchas de sus creaciones, como Old Town. A diferencia de los de Van Gogh, los paisajes de Wong son imaginarios, ejecutados en la soledad de su estudio; utilizaba el término portugués saudade para designar su anhelo nostálgico hacia lugares, personas o cosas que ya no existen, o que aún no han llegado. Al igual que el paraíso, el idílico paisaje natural es en su producción un lugar lejano y deseado o una utopía que no tiene cabida en la realidad. Y tanto para Wong como con probabilidad para Van Gogh, el arte era un reducto del que extraer fuerza y en el que constatar la inaccesibilidad de un escenario así, generador de sentimientos de pérdida.

En todo caso, en su legado caben los fuertes contrastes. Puede que en el fondo de mi proyecto sea un pintor de tinta en blanco y negro, escribió Matthew Wong. Sus obras en esos tonos sobre papel de arroz remiten a la influencia directa que la cultura china tuvo en su trabajo, que conjuga en general referencias orientales y occidentales. Estaba familiarizado, dado su origen familiar, con ambas culturas e idiomas: China es una cultura tan herméticamente cerrada (…). Hay partes de mí que no pueden escapar del todo de esas raíces, dejó dicho. Cuando vivía en Hong Kong, pintaba a tinta al principio y al final de cada día, un ritual que estructuró su corta carrera.
En sus inicios cultivó la fotografía experimental, que había estudiado en Hong Kong, mientras que a partir de 2015 comenzó a analizar la tradición de la pintura literaria china, que valora la subjetividad y la representación de las realidades internas por encima de la objetividad y la plasmación de las apariencias externas. Tomó como figurados maestros a Shitao (1642-1707) y Bada Shanren (1626-1705), que encarnaron un enfoque expresivo-intuitivo en esa pintura tradicional con tinta. El uso de marcas específicas para distinguir diversas áreas pictóricas no solo se encuentra, de hecho, en los dibujos de Wong, sino también en los de Van Gogh: a diferencia de Wong, aquel no empleó en esas piezas el pincel, sino una pluma de caña. Y mientras que el estilo de dibujo de Wong enfatiza el carácter imaginario de esos mundos, las obras de Van Gogh se basan en la observación directa.
Por otro lado, las oposiciones desempeñan un papel central en las respectivas obras de Mathew Wong y Vincent van Gogh: luz y oscuridad, día y noche, sol y luna, vida y muerte. En motivos como su campo invernal nevado con un arado y una grada abandonados a la intemperie, Van Gogh combinó el tema del cambio de estaciones con el del devenir y el final, convirtiendo esa imagen en una metáfora del curso de la vida. Wong también tomó este asunto, mostrando coloridos campos de verano en tonos amarillos intensos y radiantes o, como en El vigilante nocturno, una figura solitaria en un paisaje invernal nevado. Además del curso del año, el ciclo de las horas del día también fue de interés para ambos artistas: las célebres representaciones de noches estrelladas de Van Gogh se reflejan con claridad en las serenas y emotivas pinturas nocturnas de Wong.
Aunque evocan presagios de muerte, el motivo recurrente de las estrellas en el cielo también suscita una sensación de confianza y esperanza en una vida metafísica que trasciende el mundo humano, en línea con el interés histórico de filósofos y artistas por lo sublime. Las oposiciones temáticas tienen su traslación formal: el uso de colores complementarios para generar tensión y contradicción desempeñó un papel importante tanto para Wong como para Van Gogh.


La exploración artística de sus propias emociones y de su mundo íntimo conecta igualmente a ambos, que hicieron de la introspección y la autorreflexión métodos de trabajo tan evidentes y fructíferos como los puramente técnicos. El tema de la escena interior fue constante en los dos, especialmente en Wong: a nivel simbólico, la mirada al exterior a través del interior traslada al lienzo la relación ambivalente del alma introvertida (del artista) con el mundo externo. La verdad es que no me siento cómodo con la atención (…). Simplemente quiero ser invisible, escribió Wong.
Si Van Gogh pintó dos interiores en París -su dormitorio y el conocido Café Nocturno-, Wong representa recurrentemente espacios abandonados, abordando el tema del individuo retraído sobre sí mismo. En lugar de sugerir la seguridad de un hogar, las estancias de Wong hablan de abandono, melancolía y tristeza. En sus pinturas, como Tiempo tras tiempo o Estados de ánimo nocturnos, la vista al exterior a través de la ventana intensifica aún más esta sensación.
Una sección de la muestra en la Albertina se centra en las similitudes estilísticas que los conectan: al igual que Van Gogh, Wong, quien estudió fotografía y antropología cultural, fue un pintor y dibujante autodidacta, como dijimos. Adquirió la capacidad de trabajar en ambos medios mediante el estudio intensivo de obras de eminentes referentes artísticos, por un lado, y a través de su propia experimentación, por otro. Las composiciones de Van Gogh las observó principalmente con la ayuda de reproducciones: no le interesaba imitar, sino desarrollar un estilo propio a través de la interacción con la memoria visual colectiva. Si bien Wong trabajó inicialmente con un estilo inspirado en el expresionismo abstracto, desde 2016 desarrolló su propio lenguaje, que guarda analogías con el de Van Gogh: pinceladas amplias, empastes dinámicos y una densa trama de marcas y sombreados que a veces se fusionan en patrones ornamentales entrelazados.
Matthew Wong: Creo que hay una soledad o melancolía inherente a gran parte de la vida contemporánea, y en un plano más amplio, siento que mi obra habla de esta cualidad.


Los paisajes intuitivos e imaginarios de Wong oscilan entre la abstracción y la figuración, siendo el color un vehículo para la expresión de sentimientos. Trabajaba obsesivamente, produciendo hasta cinco pinturas al día a un ritmo vertiginoso en sus inicios: era su modo de llevar un diario. Tan prolífico fue que dejó alrededor de 1300 obras.
El recorrido culmina con un apartado para su común nostalgia, que además de en colores se tradujo en figuras solitarias. En la obra de Wong aparecen como leitmotiv, pequeñas figuras en el espacio circundante, especialmente en paisajes, campos y bosques: representan la desolación, aspectos que aludían a su propia vida. Para él, sin embargo, la melancolía no es un diagnóstico individual, sino un diagnóstico colectivo-social, el atributo de un espíritu de época: Creo que hay una soledad o melancolía inherente a gran parte de la vida contemporánea, y en un plano más amplio, siento que mi obra habla de esta cualidad, además de ser un reflejo de mis pensamientos, fascinaciones e impulsos.
En el último año antes de su muerte, Wong pintó casi exclusivamente pinturas azules, como Camino al mar y Cruce nocturno. En esta serie azul, retomó ese diálogo más amplio entre artistas de todos los tiempos, esa vez con autores que tenían una especial afinidad por este color, como Picasso, Yves Klein y Ad Reinhardt.

“Matthew Wong – Vincent van Gogh. Painting as a Last Resort”
Albertinaplatz, 1
Viena
Del 14 de febrero al 19 de junio de 2025
OTRAS NOTICIAS EN MASDEARTE: