Hasta el 17 de julio nos espera, en la sala 83 del Museo del Prado, la propuesta “La esencia de un cuadro. Una exposición olfativa”, que nos invita a acercarnos a las colecciones de la pinacoteca desde el sentido del olfato: Gregorio Sola, perfumista Senior de Puig y Académico de Número en la Academia del Perfume, ha creado una decena de fragancias relacionadas con elementos presentes en la obra El Olfato, perteneciente a la serie Los cinco sentidos, que Jan Brueghel el Viejo pintó en 1617 y 1618 con la colaboración, en las figuras alegóricas, de su amigo Rubens. El objetivo es ofrecernos sensaciones únicas en la apreciación de esa pintura.
Dicho conjunto, Los cinco sentidos, probablemente fue un encargo de la infanta Isabel Clara Eugenia y su esposo Alberto de Austria, soberanos de los Países Bajos meridionales, para quienes Brueghel trabajó como pintor de corte, y los objetos que pueblan estas escenas reflejan la actividad coleccionista y el gusto de las cortes europeas del momento. En 1636 la serie se encontraba en Madrid, en los fondos del rey Felipe IV, quien la instaló en una sala junto a trabajos atribuidos a Durero, Tiziano o Patinir, lo que da a entender la alta estima en que la tenía.
Esta exhibición ha sido posible gracias a la tecnología AirParfum, desarrollada por Puig, que posibilita oler hasta un centenar de fragancias distintas sin saturar el olfato y respetando la identidad y los matices de cada una. Mediante los cuatro difusores en los monitores táctiles de Samsung disponibles en la sala, el público podrá oler algunos de los elementos presentes en el cuadro.
El primero de los perfumes creados es Alegoría, que se inspira en el ramillete de flores que huele la figura alegórica del olfato, formado por rosa, jazmín y clavel. El segundo se centra en los guantes; hay que recordar que las élites sociales en la Edad Moderna perfumaban esta prenda para enmascarar el mal olor del curtido y tener cerca un aroma agradable; esa fragancia reproduce el olor de un guante perfumado de ámbar según una fórmula de 1696, consistente en resinas, bálsamos, maderas, esencias de flores y un acorde de cuero fino.
Higuera, por su parte, interpreta el olor vegetal y húmedo de la sombra de una higuera en un día de verano; remite a la textura aterciopelada de las hojas de esa planta, así como al color oscuro de su tronco y sus ramas. Originaria de Asia sudoccidental y habitual en el Mediterráneo, en el contexto de la corte de Bruselas que evoca la obra de Brueghel sería una especie valiosa.
Otro de los perfumes se le brinda a las flores del naranjo amargo, de las que se extrae la esencia de neroli, por destilación al vapor de agua. Los alambiques que vemos en la parte izquierda de la imagen se empleaban justamente para destilar este tipo de producto. Fue Marie-Anne de La Trémoille, princesa de Nerola (Lacio), quien puso de moda esta fragancia; sabemos también que, en el norte de Europa, donde trabajó Jan Brueghel, los cítricos eran árboles muy valorados que se cultivaban en invernaderos.
Protagoniza una fragancia también el jazmín. Si sumergimos sus flores en un líquido volátil de composición grasa, este se enriquece con sus componentes odoríferos y, cuando el líquido está saturado, se calienta ligeramente para conseguir que se evapore. La cera resultante se llama concreto y se disuelve en alcohol puro para generar el absoluto, que es lo que olemos aquí, delicado e intenso.
El jazmín huele diferente por la mañana que por la noche y, como otras plantas de la pintura, es una importación procedente de lugares más cálidos.
La rosa, la más reconocible de todas las flores, también tiene aquí su perfume (según Plinio el Viejo, ya en el siglo I era la flor más utilizada para ese fin, pese a que hacen falta trescientos mil ejemplares, recogidos a mano al amanecer, para tener un kilo de su esencia). Brueghel pintó ocho variedades, entre ellas la centifolia y la damascena. E igualmente el lirio, seguramente la materia prima más cara de la perfumería; su absoluto se llama iris y no se obtiene de la flor, como en otras plantas, sino de los rizomas, que han de madurar entre cinco y siete años.
Las últimas creaciones del perfumista corresponden a narciso, civeta y nardo. El primero, cuando se utiliza en perfumería, se cultiva sobre todo en la región francesa de Aubrac y, en la época de Jan Brueghel, la esencia se obtenía por destilación.
En cuanto a las civetas, estos animales tienen una bolsa entre las patas traseras de la que se extraía una sustancia resinosa, la algalia, usada antiguamente en perfumería: hablamos de un ingrediente poco volátil que se utilizaba como fijador asociándolo a otras fragancias para prolongar su duración en la piel o en un objeto. Su olor es fuerte, a animal y casi a excremento, por eso los perfumistas del siglo XVII lo enmascaraban con esencias de flores, maderas, especias y bálsamos. Hoy, y también en esta exposición, se produce en versión sintética.
Por último, un relieve en una fachada en El olfato muestra el episodio de la unción de Jesús en Betania, narrado en los Evangelios: María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús […] y la casa se llenó del olor del perfume. El nardo usado entonces era de origen indio y muy costoso y el que se empleaba en perfumería cuando se pintó el cuadro llegaba de México. Su esencia realza el carácter de otras notas florales.
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