Hoy no vamos a hablaros de un libro sino de tres, pero dado que son breves y, además, amenos, pueden leerse (si se quiere) en poco tiempo. Se trata de “La Antigüedad como patria”, sobre Jacques Louis David, “Perpetuar la belleza”, sobre Ingres y “Fisiognomía de las pasiones”, en torno a Charles Le Brun, editados los tres por Casimiro y elaborados con un propósito didáctico evidente. Todos tienen, además, lo dicho por los propios artistas como sustrato.
Este final de año es un buen momento para recomendároslos, porque, como sabéis, en centros españoles podemos visitar exposiciones dedicadas a dos de estos pintores (Ingres en el Prado y Charles le Brun en CaixaForum Barcelona) y porque Ingres fue el más célebre discípulo de David: aunque modernizador del clasicismo, es muy posible que su dominio del dibujo no hubiera alcanzado tal maestría sin las enseñanzas del autor de La muerte de Marat.
Comenzamos por Le Brun, primero en el tiempo (vivió y murió en el s XVII y fue primer pintor de Luis XIV). Un siglo antes de que se difundiera el tratado El arte de conocer a los hombres por la fisionomía de Lavater, que desembocaría en la frenología, esa disciplina controvertida que caracterizaba a los criminales en función de sus rasgos faciales, Le Brun ya afirmaba: “La expresión caracteriza los movimientos del alma, es lo que hace visibles los efectos de la pasión. De igual manera, podemos decir que el rostro es el lugar donde el alma expresa más particularmente aquello que siente”.
Aunque el conocimiento de la fisionomía se consideraba desde Grecia fundamental para lograr la excelencia artística, Le Brun fue muy avanzado al plantear con esa claridad hasta qué punto el rostro puede ser espejo de las pasiones internas. Vertebran este libro las tres conferencias que el pintor impartió sobre este asunto, dedicadas a la expresión en general, las pasiones en particular y la fisionomía. Es un lujo leer los textos de cada una de ellas al completo y muy divertido prestar atención a los gestos con los que, según este artista, expresamos estima, admiración, veneración, éxtasis, desprecio, horror, terror, amor sencillo, deseo, esperanza, temor, celos, odio, alegría, tristeza…Quizá alguno aprenda(mos) leyendo qué teclas pulsar para no transmitir esos sentimientos (body language).
El libro sobre Jacques Louis David aborda sus ideas sobre la vigencia del arte de la Antigüedad en el s XVIII a partir de afirmaciones que sabemos que pronunció ante sus alumnos en el taller y en la Convención Nacional o que dejó por escrito. También se incorpora un texto final muy clarificador, de Lionello Venturi, David o lo antiguo como forma, con análisis de sus obras fundamentales.
Defensor de la rectitud, tanto en lo artístico como en lo político, en una época convulsa, David supo no obstante adaptarse con brío a cada etapa histórica que le tocó vivir. Al final de su vida, ya desde la independencia económica y de pensamiento, defendió desde Bruselas su apuesta por el neoclasicismo y por la senda de la razón, la que había mantenido en sus inicios.
Por último, el volumen dedicado a Ingres se nutre de las citas y apuntes que él escribió y de su correspondencia, reunida poco después de su muerte por Henri Delaborde, que la publicó en un libro imprescindible para entender a este autor.
Los testimonios no dejan duda de su amor por lo clásico, por el dibujo y por la belleza (aunque fuera más sensual e idealizada): Pretender eximirse del estudio de los antiguos y de los clásicos es tontería o pereza. Dudaba de que el arte no clásico fuese arte (y si lo era, lo era de perezosos), y como explicaban Carlos G. Navarro y Vincent Pomarède en la presentación de su exhibición en Madrid, defendía a capa y espada a Rafael (lo veneraba más bien): no era solamente el más grande los pintores; era bello, era bueno, ¡lo era todo!
De nuevo cierra “Perpetuar la belleza” un texto de Venturi que pone luz a la dicotomía ingresiana entre lo neoclásico y lo expresivo, últil y social con tendencia al realismo.
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