Toda la belleza del mundo. Una historia sobre el arte, la vida y la pérdida

Patrick Bringley

Patrick Bringley. Toda la belleza del mundoNunca en veintitrés años había tocado al muchacho de la espina. Ni planeado nada de lo que iba a ocurrir. Se vio a sí mismo agarrando la estatua con las manos; sintió el mármol pulido, frío, cuando lo cogió del pedestal. Pesaba más de lo que esperaba. Lo sostuvo a la altura de los ojos (ahora sí lo tenía cerca) y luego lo levantó y levantó, cada vez más alto, por encima de su cabeza, se puso de puntillas y estiró los dedos de los pies lo máximo que pudo. Permaneció en esta posición durante casi un minuto, hasta que empezó a temblar. Respiró hondo, lo más hondo de que fue capaz, arrojó con todas sus fuerzas la estatua al suelo y gritó. Feldmayer gritó como nunca había gritado en su vida. El grito retumbó en la sala, se propagó de pared en pared; fue tan desgarrado que, nueve salas más allá, en el café del museo, una de las camareras dejó caer una bandeja llena. La escultura impactó en el suelo y, con un estallido sordo, se hizo añicos; una losa de mármol se resquebrajó.

El autor de este fragmento no es  Patrick Bringley, quien fuera durante una década vigilante en el Metropolitan Museum de Nueva York y autor de Toda la belleza del mundo: corresponde a uno de los relatos que componen el volumen Crímenes, de Ferdinand von Schirach, un abogado alemán que hace años tomó el camino de la literatura, alimentándose en buena medida de su experiencia anterior. En ese texto, Feldmayer  era también vigilante en un museo de arte antiguo y durante un tiempo se olvidaron de cambiarle de sala, una maniobra habitual en este oficio para dinamizar en lo posible la labor de quienes velan por la seguridad de las obras en los museos.

Tras demasiadas semanas frente a un antiguo espinario (y esos veintitrés años en su cargo), el bueno de Feldmayer se obsesiona con la escultura hasta el punto de desear sacar por fin esa espina que tan ocupado tenía al muchacho desde hacía siglos. Aunque se jugara una querella criminal.

Es quizá extraño que no hayan sido objeto, los vigilantes de museo, de un mayor número de narraciones literarias (podemos recordar El estupor y la maravilla de Pablo d´Ors o la reciente pieza que Coetzee escribió tras su participación en el programa Escribir el Prado), teniendo en cuenta que a priori su oficio tiene tanto de romántico como de rutinario, de bello como de fatigoso.

Para Patrick Bringley, sus mejores facetas ganan a las segundas. Este autor estadounidense, que antes de velar por los fondos del MET trabajó en el New Yorker y actualmente ofrece conferencias y visitas guiadas a ese mismo museo, llegó a él de forma un tanto casual, cuando el aura de prestigio de aquella revista ya no lo seducía y encontró sosiego en una profesión que le aportaba mucho sin robarle nada: le permitía aprender tanto del enorme acervo del Metropolitan como de sus diversos visitantes y sus (no menos diversos) compañeros y no lo sumía en la habitual rueda laboral del intento de escalada. Esa labor posibilitaba la reflexión y cierto grado de vida contemplativa, una vez superadas las jornadas iniciales de toma de contacto con la quietud y el cansancio.

El título del libro puede no resultar un cebo para cierto público que desconfíe de lo naif, pero la aportación de Bringley es tan valiosa como poco frecuente -y echada a menudo en falta-: ofrece un testimonio personal de la vivencia del arte, lejano al estudio académico y divulgativo; en ciertas piezas, en ciertos objetos, encuentra retazos de pasado que tienen mucho que contar a su presente (o todo lo contrario), formas de belleza inesperadas y la posibilidad de no sentir la historia ni las creaciones centenarias como un terreno distante y ajeno. Desde esos mismos puntos de vista contemplará a visitantes, asiduos u ocasionales, que le formularán a menudo las preguntas espontáneas del poco versado: dudas que le ofrecerán otras formas de aprender.

Bringley considera y describe con similar calidez los objetos provenientes de las civilizaciones antiguas, las obras esenciales del Metropolitan, a ese público que acude a dejarse sorprender por ellas sin prejuicios y a compañeros que dan lo mejor de sí, ensartándonos a todos en una historia común en la que la belleza acumulada tiene que ver con cada individuo, uno a uno y por igual. También con sus propias experiencias personales: será bálsamo, tras el fallecimiento muy temprano de su hermano, y lo acompañará después de conocer la paternidad.

Recuerda el antiguo vigilante, en este texto que puede atraer a habituales y extraños de los museos por igual, que la capacidad de asombro abre muchas puertas y que los artistas del pasado continúan relacionándose con quienes se detienen a buscarlos.

 

TÍTULO: Toda la belleza del mundo. Una historia sobre el arte, la vida y la pérdida

AUTOR: Patrick Bringley

EDITORIAL: Paidós

IDIOMA: Castellano

PÁGINAS: 262 pp

PRECIO: 19,90 euros

 

Petrit Halilaj. Abetare. Metropolitan Museum
Petrit Halilaj. Abetare. Metropolitan Museum

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