Medio centenar de obras, entre pinturas y esculturas a gran escala, procedentes todas de la colección personal de Antoni Tàpies y de los fondos de su Fundación en Barcelona, componen “Tàpies: From Within”, la antología dedicada al artista catalán que Vicente Todolí ha comisariado para el Pérez Art Museum de Miami, donde puede visitarse hasta el 3 de mayo.
Las obras seleccionadas son representativas de las distintas fases de la trayectoria el pintor, desde sus inicios en el convulso periodo posterior a la II Guerra Mundial, el llamado tiempo del estupor, hasta sus últimos años: murió en 2012 y sus trabajos más recientes se fechan en 2011.
Es difícil ofrecer enfoques nuevos en la estudiada obra de Tàpies, pero la exposición sí nos ayuda a (re)conocer la rica exploración del artista de materiales y sus formas inusuales capaces de configurar un lenguaje visual único.
Todolí ha tratado de plantear un acercamiento íntimo a los procesos de trabajo de Tàpies, basados en la fusión de materiales humildes y cotidianos con símbolos de las culturas occidental y oriental, en la aplicación densa de los pigmentos y en el empleo de signos gestuales que remiten al graffiti.
Considerado por muchos un alquímico de la materia, Tàpies introdujo reflexiones espirituales y existenciales en el empleo de objetos encontrados, participando de esa sensibilidad compartida por los artistas ligados al Informalismo que se consolidaron en la posguerra europea, interesados, por necesidad y convicción, en el polvo del camino, en átomos y partículas, en lo pequeño e individual, en los formatos reducidos y la plasmación del mundo interior propio y cercano frente a los grandes formatos, la espontaneidad y el desarrollo de una pintura entendida como acción física propios del Expresionismo abstracto practicado por Pollock o de Kooning.
En las décadas de los cincuenta y los sesenta, Tàpies elaboró imágenes, generalmente extraídas de su entorno inmediato, que se repetirían en las distintas etapas de su evolución. A menudo, una misma imagen, además de aparecer representada de diversas maneras, esconde variadas significaciones que se irán superponiendo, un mensaje centrado en la revaloración de lo que se considera bajo o repulsivo.
No hay que olvidar tampoco que la obra de Tàpies fue siempre permeable a los acontecimientos políticos y sociales de su tiempo: a fines de los años sesenta y principios de los setenta, su compromiso político contra el franquismo se intensificó, y sus obras de estos años ganaron carácter de denuncia y protesta.
Algo después, coincidiendo con la eclosión del arte povera en Europa y el posminimalismo en EEUU, el catalán acentuó su trabajo con objetos, no mostrándolos como son, sino imprimiéndoles su sello e incorporándolos a su lenguaje.
A principios de los ochenta, Tàpies mostró un renovado interés por la tela como soporte realizando piezas con goma-espuma o con la técnica del aerosol, utilizando barnices y creando objetos y esculturas de tierra chamoteada o de bronce. Ya a finales de esa década, reforzó su fascinación por la cultura oriental, una influencia filosófica fundamental en su obra, por su énfasis en lo material, por la identidad entre hombre y naturaleza y por la negación del dualismo de nuestra sociedad. También se sintió atraído por una nueva generación de científicos que concebían la materia como un todo, sometido al cambio y la formación constantes.
Las obras de sus últimos años constituyen una reflexión sobre el dolor -físico y espiritual-, entendido como parte integrante de la vida, bajo la influencia del pensamiento budista.
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