La Albertina acoge una gran retrospectiva del artista alemán
Pinturas abstractas de brillantes colores, imágenes que recuerdan al arte pop y escenas de extremado realismo, casi fotográfico, conforman la obra de uno de los creadores alemanes más influyentes de los últimos tiempos: el polifacético Gerhard Richter (Dresde, 1932).
ALBERTINA
Albertinaplatz 1
Viena
Estos días, la Albertina de Viena le dedica en sus salas un homenaje a través de una exposición retrospectiva en la que se presentan ochenta pinturas y ochenta acuarelas, además de un nutrido grupo de dibujos, realizados por el artista entre 1967 y 2007. La exposición cuenta con obras que proceden en su gran mayoría de tres importantes colecciones alemanas: la Böckmann, la Ströher y el Museo Frieder Burda, donde ya ha podido visitarse la exposición que, tras ser exhibida en Viena, viajará a las salas del Küppersmühle Museum of Modern Art de Duisburg. Sin embargo, su paso por Viena tiene especial interés, porque sólo allí podrá verse una amplia selección de dibujos del alemán, que no han sido exhibidos a esta escala durante los últimos diez años. La muestra arranca a finales de los sesenta, una vez que el artista abandona el informalismo comenzando a pintar sus primeras grisallas, o lo que es igual, lienzos en blanco y negro para los que se basa en fotografías proyectadas. Entrados los años setenta comienza a interesarse por el paisaje y el color, combinando estos nuevos formatos con la abstracción y las pinturas de grisallas, y sin llegar a abandonar por completo ninguno de ellos hasta la fecha. Su obra es, por tanto, tan amplia y variada que resulta difícilmente clasificable -aunque a menudo se le ha etiquetado como posmodernista, neoexpresionista o artista conceptual- quizá sea esta originalidad, unida a la innegable calidad de su trabajo, la que le ha convertido en uno de los artistas más valorados en vida, dentro de mercado de arte.
Gerhard Richter
Skull with Candle, 1983