En el marco de sus habituales colaboraciones con el Festival PHotoESPAÑA, en el que participa desde hace más de una década, el Museo Cerralbo exhibe hasta octubre trabajos de tres fotógrafas internacionales, de distintos orígenes y generaciones, unidas por su interés por el tratamiento del cuerpo humano desde diversas perspectivas: las estadounidenses Imogen Cunningham y Francesca Woodman y la croata Sanja Iveković, única de ellas viva. Pertenecen estas imágenes a los fondos de la Colección José Luis Soler Vila, antes llamados Per Amor a l’Art y desplegados en distintas exposiciones en el centro Bombas Gens de Valencia.
Las fotografías seleccionadas se fechan a lo largo de un siglo (entre 1910 y 2011) y abordan el cuerpo y su versatilidad desde un enfoque formal y estético, pero también como herramienta de crítica social y denuncia política; Woodman e Iveković se han valido para ello del suyo propio, mientras que Cunningham prefirió llevar a sus composiciones fisicidades ajenas, en escenas que se entrecruzaban con el retrato y el paisaje y que, en realidad, nos permiten rastrear la propia evolución de su medio a lo largo del siglo XX: desde el pictorialismo inicial, con retoques manuales y filtros especiales, a la fotografía directa y no intervenida en la que, sin embargo, concedía una importancia fundamental al detalle, la luz y el juego con los claroscuros, que le permitían tanto estilizar sus figuras como incorporar dramatismo.
Una de las instantáneas más célebres, y a la vez tempranas y provocadoras, de Cunningham fue un desnudo para el que, en este caso sí, ella misma posó sobre la hierba, anticipando tanto su atención a este género como su originalidad creativa. En buena medida llegó a él a partir de sus composiciones florales, de estética muy contemporánea, en las que la vegetación quedaba reducida a formas simples: de algún modo, sus magnolias, cactus, aloes y calas tendrían su prolongación lógica en las representaciones fotográficas de cuerpos sensuales en armonía con la naturaleza (de la que, por supuesto, derivan).
Llevó a cabo la americana desnudos masculinos desafiantes para su época, fragmentos corporales en primer plano y también composiciones delicadas que llaman nuestra atención por ese cuidado tratamiento de luces y sombras que podemos considerar su sello.
Por su parte, Francesca Woodman tomó su propio cuerpo como instrumento para transmitir un concepto de feminidad tan contundente como frágil y para formular un discurso propio en torno al género, la representación y la sexualidad; la figura femenina, desnuda o vestida, es clave en su obra y es fácil leer su presencia constante como una referencia a las dificultades de esta en un mundo aún masculino, expuesta a la mirada de los hombres (puso fin la artista a su vida en 1981), y como un intento de escapar a esa atención, de evadirse y convertirse en otra cosa.
En buena medida a partir de las interpretaciones de Rosalind Krauss, hemos considerado su obra como la crónica y anticipo de su desaparición, leyendo bajo esa clave las instantáneas de su cuerpo zambulléndose bajo el agua, confundiéndose con las raíces de los árboles, transparentándose bajo un papel pintado…, pero existen también otras posibilidades, como la reafirmación en la materialidad propia o la conversión de sus miembros en casa y refugio, hasta no haber disociación entre estos y las paredes. Borra las fronteras entre ella misma y lo que la rodea, ajena a cualquier asunto humano más o menos banal.
Al margen de sus habituales autorretratos, muchas veces los cuerpos que tomamos por el confesional de la joven fotógrafa corresponden, en realidad, a otras mujeres; amigas, modelos, conocidas suyas. A veces nos resultan muy parecidas entre sí y otras aparecen ocultas por objetos mudos: fotos de la misma Woodman, tazas o platos; o bien no muestran su semblante, mostrándose cortadas por el borde de la imagen, abandonadas. Encontraremos a menudo en su producción, igualmente, cuerpos fragmentados: piernas con medias, clavículas, una mano colgando del borde de una pared… que parecen no tener dueña, como si fuesen un elemento más del interior de una casa desierta y ruinosa. Aún así, si ponemos en cuestión a quién pertenecen esos miembros desparejados podremos entender que componen una cierta unidad, un cuerpo colectivo, puede que el de la muerte o el del pasado.
En cuanto a Sanja Iveković, se ha valido de su cuerpo, y frecuentemente de su rostro, para investigar el poder persuasivo de los medios de comunicación, la transformación de los sistemas políticos en su contexto más próximo y los signos oficiales del poder, los roles de género y las paradojas propias de la memoria colectiva. Su medio siglo de trayectoria la ha desarrollado en los ámbitos del videoarte, la performance y el fotomontaje conceptual; destaca su serie Double Life (1975-1976), en la que yuxtapuso imágenes privadas de sí misma con anuncios comerciales que recortó de revistas de tendencia femenina y que idealizan y encorsetan a la mujer.
“Somebodies: Cunningham, Iveković, Woodman”
C/ Ventura Rodríguez, 17
Madrid
Del 13 de julio al 1 de octubre de 2023
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