Durante más de cuatro décadas, la estadounidense Sally Mann ha captado fotografías experimentales, elegíacas y de una inquietante belleza: imágenes que exploran asuntos fundamentales de la existencia humana, como la memoria, el deseo, la muerte, los lazos familiares o la constante indiferencia de las fuerzas de la naturaleza ante el esfuerzo constructivo humano.
La primera gran antología de su trabajo la presenta este otoño el High Museum de Atlanta: se titula “A Thousand Crossings”, se ha organizado junto a la National Gallery de Washington y el Peabody Essex Museum de Salem y agrupa sus estudios de figuras, paisajes y vistas arquitectónicas, unidos por un origen común: el sur de Estados Unidos es su gran inspiración. Partiendo de esa profunda fascinación por su tierra natal y de su conocimiento, igualmente hondo, de su herencia histórica y cultural, Mann plantea interrogantes tan provocativos como poderosos acerca de ese pasado, del sentido de las identidades ligadas a la geografía o de la religión que reverberan más allá de esas fronteras y de la tradición artística y literaria de este territorio. El amor, la guerra, la idea de raza y el arduo proceso de crecimiento personal pueblan una producción fotográfica con honda capacidad de resonancia en la audiencia local pero también con claros ecos universales.
Son más de un centenar las imágenes que componen esta antología, varias de ellas recientes e inéditas, y se estructuran en cinco secciones (tituladas Familia, La tierra, Última medida, Permanece conmigo y Lo que queda). El recorrido se inicia en la década de los ochenta, cuando Mann comenzó a fotografiar a sus tres hijos en una cabaña familiar donde veraneaban, cerca de Lexington, en Virginia. Aquellas instantáneas las tomó con una cámara de 8×10 y refutan estereotipos vinculados a la infancia, ofreciendo el lado más complejo y menos apacible de la niñez.
Contribuye a esa percepción la visión del entorno natural rocoso que rodea a la cabaña: bosques, acantilados y ríos lánguidos que nos hablan de los lazos inextricables entre la familia de la autora y esta tierra, que es prácticamente su santuario y también un espacio de libertad.
En la segunda sección encontraremos fotografías de campos, pantanos y fincas en ruinas que la artista halló mientras viajaba por Virginia, Georgia, Louisiana y Mississippi en los años noventa. Buscaba capturar la que llamaba “luz radical del sur de Estados Unidos”, aunque mientras sus imágenes de Virginia brillan con una iluminación casi temblorosa, las tomadas en Louisiana y Mississippi resultan más sombrías.
Fue en esta etapa cuando la autora comenzó a experimentar más a fondo en sus procesos de trabajo, sirviéndose de lentes antiguas, de la película de alto contraste Ortho o del procedimiento decimonónico del colodión húmedo. Los efectos resultantes incluyen destellos, desenfoques, rasguños… que Mann concibe como metáfora de la convulsa historia del Sur americano: de su pasada violencia, ruina y su renacimiento.
Esas mismas técnicas las empleó en las fotografías de los que fueron campos de batalla de la Guerra Civil, que forman parte del apartado Última medida. Se trata en este caso de obras igualmente inquietantes y escurridizas en las que la tierra queda convertida en cementerio de la historia y en esponja silenciosa de sangre. Recuerda Mann a quienes dejaron sus huesos enterrados en las contiendas de Antietam, Appomattox, Chancellorsville, Cold Harbour, Fredericksburg, Manassas, Spotsylvania y Wilderness.
Ya a comienzos de los 2000, continuó reflexionando sobre cómo la esclavitud y la segregación dejaron su huella en el paisaje de Virginia, y también en su propia infancia. La cuarta sección, Permanece conmigo, ahonda en esas historias, la personal y la colectiva, entrelazadas. Dos de sus series en el High Museum imaginan los caminos físicos y espirituales de los afroamericanos en Virginia antes y después de la Guerra Civil: los ríos y pantanos se muestran como posibles rutas de escape para los esclavos, y las iglesias como promesas de puerto seguro, comunión y liberación espiritual.
Este apartado también incluye imágenes de Virginia Carter, la mujer afroamericana que cuidó a Mann de niña y que ha tenido una gran influencia en su vida. Ella enseñó con su ejemplo a la fotógrafa la naturaleza compleja de las relaciones raciales en el Sur.
Y por último, en Lo que queda, encontraremos su producción centrada en la exploración del tiempo, las transformaciones personales y la muerte a través de fotografías que testimonian la vulnerabilidad de los cuerpos. Podemos contemplar retratos espectrales de sus hijos e imágenes íntimas que detallan los paulatinos cambios en el aspecto de su marido, que padece distrofia muscular.
La exposición se cierra con varios autorretratos fascinantes que Mann realizó tras sufrir un accidente. Aquí, sus vínculos con la literatura sureña y su preocupación por la decadencia física son evidentes: las superficies picadas, rayadas, devastadas y nubladas de las impresiones simbolizan la corrosión y muerte del cuerpo. Aborda la americana, con valentía y honestidad, la posibilidad del propio fin.
“Sally Mann: A Thousand Crossings”
1280 Peachtree St NE
Atlanta
Hasta el 2 de febrero de 2020
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