Hace ahora siete años, el 19 de mayo de 2010, Rosa Barba presentaba en el Museo Reina Sofía “Una conferencia comisariada”, una exhibición en la que era a la vez comisaria y artista y en la que hacía dialogar su obra con la de otros creadores de los siglos XX y XXI para invitarnos a reflexionar sobre el peso de la conciencia colectiva en el contexto de los archivos. Presentó Barba entonces dos proyectores que ya planteaban el debate sobre la presencia de la máquina en el arte y en el desarrollo de la civilización occidental, resaltando que el continente puede llegar a ser tan relevante y expresivo como el contenido y que es posible que las corrientes de pensamiento se hayan ocupado de marcar distancias inexistentes entre arte y tecnología.
Entiende Barba que vivimos, todos, inmersos en una gran máquina y que el arte contemporáneo ha pecado a menudo de ser demasiado discursivo prestando una atención escasa a la estructura y el sentimiento (ya los dadaístas se sirvieron de máquinas y de elementos de la sociedad industrial para ironizar y criticar, con Picabia a la cabeza).
Dado que, a lo largo de su carrera, la artista de Agrigento ha trabajado mucho con el dispositivo cinematográfico y también con la naturaleza, para el proyecto que desde hoy presenta en el Palacio de Cristal, “Registros de tránsito solar”, ha decidido hacerlos interaccionar, no separando así paisaje y cultura, representación y referente, y tampoco distanciando a autor y espectador. Los sume y nos sume, también a la arquitectura, en un único engranaje maquinal que, por perfectamente sutil y por conectar, esta vez con toda claridad, con el entorno expositivo difícil que es el Palacio, podría permanecer en él indefinidamente sin dificultad.
Lo ha convertido en un espacio de autor, en un enorme reloj solar. Los movimientos del astro queda anotados en cuadrantes hechos de acero con los trazos y dimensiones de las ventanas y los colores que remiten a los filtros fílmicos y, en astronomía, a las formas del universo (rojo y amarillo). Estas piezas proporcionan luces que proceden de la naturaleza pero que nos hacen pensar en el funcionamiento de la misma, sobre todo del sol, en tanto que máquina, y a nosotros mismos como engranajes de ese complejo.
Estos cuadrantes se completan con una réplica parcial del edificio, una reproducción de algunas de sus ventanas, columnas y arcos que trasciende el Palacio para adentrarse, por una ventana abierta, en el entorno. Es nota común en el trabajo de Barba la contextualización de sus obras en el entorno paisajístico y arquitectónico en el que se expongan, y este es un ejemplo claro.
En la presentación de esta propuesta en el Retiro la creadora ha explicado que la exposición (que ella anticipó en un sueño) tiene a una fragmentación del lenguaje fílmico, y a su voluntad de trasladarlo a la escultura y el espacio, como puntos de partida. Dado que entiende complicado comprender ciertos momentos históricos atendiendo solo a su orden cronológico, ella busca reformularlos imaginando el futuro y aplicando muchos ángulos distintos: concibe sus obras, estos cuadrantes de registro solar también, como representaciones escultóricas del tiempo. Cada uno se encuentra inclinado en una posición que implica que el sol lo atravesará y rompe con la homogeneidad del Palacio: la de fisura es otra noción habitual en la obra de Barba.
En su producción, que comenzó a desarrollar en los noventa, son frecuentes los retratos de naturaleza y de arquitecturas obsoletas, las vértebras de edificios industriales y los fragmentos de textos de artistas, geógrafos o poetas. Ella nos los presenta como lugares para la memoria, para la coexistencia de certidumbre y fragilidad, pasado y presente.
“Rosa Barba. Registros de tránsito solar”
Parque del Retiro, Madrid
Del 17 de mayo al 27 de agosto de 2017
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