David Barro
Si Robert Rauschenberg es en sí mismo un artista raro, la exposición del Museo de Serralves, que reúne trabajos suyos de entre 1970 y 1976, también lo es.
“Robert Rauschenberg: Travelling ’70-’76”
Desde el 26 de octubre de 2007 hasta el 30 de marzo de 2008
Desde el 26 de octubre de 2007 hasta el 30 de marzo de 2008
Hablamos, naturalmente, de raro en el sentido de bien escaso. Pero también tendríamos que hablar de coherencia en la programación de un Museo que marcó claramente sus líneas en la muestra inaugural con “Circa 1968”, una exposición que contaba, precisamente, con dos obras realizadas por Rauschenberg en este período. La propia colección de Serralves está pensada y conformada a partir de rarezas y de obras no paradigmáticas, esas que llegan a suponer un punto de inflexión en la trayectoria de un artista.
Robert Rauschenberg | Robert Rauschenberg |
Así, como punto de partida, entiendo la ocasión como una buena noticia: conseguir adentrarse en un mundo que, en muchos casos, perteneció solamente a Rauschenberg, ya que muchas de sus obras pertenecen a la colección personal del artista. La comisaria, Mirta D’Argenzio, nos habla de secretos y de viajes, sobre todo de ese que en los años setenta llevó a Rauschenberg a Captiva, una isla de Florida casi inhabitada. Una renuncia clave para entender ese momento de un Rauschenberg que, desde siempre, seguirá una misma estrategia: deconstruir determinadas actitudes que configuran la historia del arte. Así, su obra conseguirá destilar la esencia del gesto dadaísta, desnudar la pureza del monocromatismo, entender la performance como campo expandido, releer el espíritu del collage y compartir los sentidos de autoría con artistas de otros campos como Merce Cunningham o Cage. Para Rauschenberg el arte se configura como posibilidad y la imagen como materia prima para el reciclaje. Es su manera de cuestionar las cosas, de descontextualizar, generando un “otro” estatuto para la imagen, tentando la diferencia.
Rauschenberg piensa su trabajo como una teoría de juegos, como una toma de decisiones que nace del objeto encontrado. De ahí que el democrático cartón -clave material de la exposición- de embalaje se haya convertido en arma principal del artista para trabajar lo inespecífico, pero sobre todo para mostrar una historia, siempre con marcas de su vida anterior, conformándose a modo de palimpsesto. Pero también el papel o el tejido, individualizados o contaminados, y algún que otro material como el bronce o el barro, transfiriendo para estos las cualidades flexibles del cartón en un ejercicio de representación. Y es que el uso del cartón, o mejor su exploración obsesiva por parte de Rauschenberg, no dejará que pierda su carácter de objeto, su naturaleza como material, como sí sucedía con dadaístas y cubistas o, sobre todo con Kurt Schwitters en su intención de romper con la tradición de la pintura. Rauschenberg ennoblece el material en sí, construyendo posibilidades serendípicas, buscando lo imprevisible y creando poesía desde lo accesible. Así de simple: el Museo de Serralves ha sabido verlo.