De la mano de diChroma photography, el centro cultural La Térmica de la Diputación de Málaga nos ofrece hasta el 7 de enero una retrospectiva de uno de los más entrañables retratistas de las calles de París y sus habitantes: Robert Doisneau, también conocido como el poeta de los momentos puros.
Se compone de medio centenar de imágenes en blanco y negro, bien conocidas por el gran público (al menos por el espectador asiduo a buscar fotografías con encanto en Internet) y seleccionadas para la ocasión, en la mayoría de los casos, por los herederos y responsables del legado del francés. El propósito de la exhibición es ofrecernos una lectura tan exhaustiva como crítica y actualizada de las razones de la espontánea belleza de la producción de Doisneau, una obra que, pese a su innegable atractivo estético, presenta un trasfondo más complejo y profundo de lo que parece a un primer vistazo.
París es un teatro en el que se paga el asiento con el tiempo perdido
Nacido en 1912 en Gentilly, a las afueras de París, Doisneau se formó como grabador litográfico y a finales de los años veinte comenzó a fotografiar, en principio imágenes sin personas, debido a su timidez. En 1931 se incorporó como ayudante al taller de André Vigneau, y de su mano conoció a Prévert y también la obra de Brassai o Kertész. París y las calles de Gentilly fueron entonces sus objetivos antes de comenzar a retratar adultos y niños envueltos en el marasmo urbano y a una comedida distancia.
FIN DE SU JUVENTUD, INICIO DE SU FOTOGRAFÍA PLENA
Tras cerrarse el taller de Vigneau, el artista comenzó a trabajar en una fábrica de la que en 1939 fue despedido por su impuntualidad, y aquel despido motivó su dedicación plena a la fotografía y también, en sus propias palabras, el fin de su juventud. Colaboró durante medio siglo con la agencia Rapho y también, más puntualmente, con publicaciones como Le Point, para la que retrató a Picasso, Braque o Léautaud.
Residió siempre en París, investigando al máximo sus rincones y mostrándonoslos desde un enfoque humanista. Para la revista Life realizó su imagen más célebre, y también más controvertida, El beso del Hôtel de Ville, que le dio el éxito tanto en Francia como en Estados Unidos y le facilitó exhibir su obra en el MoMA junto a Brassai o Ronis.
Su década fue la más prolífica fue la de los cincuenta: recibió encargos publicitarios para varias publicaciones de moda y no cesó de mostrarnos visiones de la capital francesa llenas de ternura y humanismo y nacidas de horas de observación y de su amor por lo sencillo. Dijo: París es un teatro en el que se paga el asiento con el tiempo perdido. Yo me plantó allí con mi pequeño rectángulo y espero.
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