Ràfols-Casamada, la emoción en el tono

La Galería Fernández-Braso muestra su obra última

Madrid,

Fue poeta, ensayista y docente, además de pintor, alumno en sus inicios de la llamada escuela francesa de Barcelona y formado en dibujo y en arquitectura; también en París, donde acudió gracias a una beca del gobierno francés y pudo descubrir tanto las joyas del Louvre como las propuestas más radicales de las galerías de la orilla izquierda. De la mano de aquellas referencias, el camino pictórico de Ràfols-Casamada transitaría de la figuración esencial, el paisaje y el retrato a la experimentación abstracta, siempre desde el rigor: un carácter hondamente reflexivo le acompañó toda su vida.

La Galería Fernández-Braso, su sala en Madrid, revisa ahora su producción última en “Instantes de color”, muestra que reúne trabajos datados entre 2002 y 2007 (él fallecería en 2009) en los que podemos considerar que sintetizó tanto sus escalas cromáticas como el conjunto de sus preocupaciones formales: indagaciones en el manejo de la luz cenital o directa, tramas definidas por estructuras ortogonales o constantes apelaciones al poder de la línea.

Ràfols-Casamada. Espai d’estiu, 2007
Ràfols-Casamada. Espai d’estiu, 2007

Convencido de que todo o casi todo puede expresarse con cuatro colores, como un día dijo Virginia Woolf a Roger Fry, cita que recupera José Francisco Yvars en el catálogo de la exposición, el barcelonés entendió también que su pintura había de convertirse en alternativa, y quizá oponente, del mundo natural; en una suerte de naturaleza artificial de la que solo él es artífice y que se rige atendiendo a las reglas que quiera darle a voluntad.

Paulatinamente, a lo largo de su carrera, las distancias entre tentativa y ejecución se fueron diluyendo para interrelacionarse al máximo, del mismo modo que su tratamiento del espacio, cada vez más complejo y elaborado, solo remitía de manera puntual al gestualismo y a las estéticas neoexpresionistas; sí admiró la depuración de los árboles de Mondrian y, en buena medida, su querencia por el neoplasticismo tiene que ver con su concepción de la pintura, y de las suyas propias, como complicado equilibrio entre la forma y el color a expresarse en la superficie rectangular de los cuadros (prácticamente todos los que veremos tienen ese formato).

El barcelonés entendió que su pintura había de convertirse en alternativa, y quizá oponente, del mundo natural; en una suerte de naturaleza artificial de la que solo él es artífice.

El volumen queda al margen de esta conjunción, pues se sumerge en un ejercicio de sustracciones y reconstrucciones espaciales que más bien derivan en su eliminación, en pos de una pureza formal basada en un equilibrio de tonos que resta relevancia a la dimensión material de las piezas: el espacio deviene así un haz de planos o se disgrega en líneas entrecruzadas que acaban generando otros, cromáticos, con sus complementarias gradaciones. Su gesto es, como decíamos, siempre contenido, pero en ocasiones recurrió al goteo o el raspado para alterar sutilmente la planitud de los lienzos e incentivar su carácter lírico, uno de los rasgos de su obra más alabados por la crítica.

Ese lirismo, sin embargo, nada tiene que ver en su caso con el azar, sometido a control como quedan también unos signos en cuya plasmación convergen reglas que determinan la tensión gestual, la fuerza de la materia pictórica y el mismo desempeño técnico del autor. En este punto puede mencionarse cierta influencia de Miró, por la versatilidad de su lenguaje, y también del primer informalismo y de la gestación de la abstracción contemporánea: en su línea empleó a menudo tonos tierra, grises y oscuros y recurrió a la condensación cremosa de los pigmentos, frente a piezas de épocas anteriores donde se hacía relevante el blanco.

Ràfols-Casamada. Signes d’hivern, 2006
Ràfols-Casamada. Signes d’hivern, 2006

En uno de sus dietarios, en 1975, expresó su voluntad de trasladar a las telas la armonía de las cosas tal como él la experimentaba, y explicó sus maneras: Por una parte contamos con una subjetividad –mundo de la percepción, de la sensibilidad– que descubre en las cosas –mundo exterior objetivo– una armonía superior, o mejor dicho la posibilidad de una armonía. Las relaciones por encima de las cosas mismas que equivalen a un posible equilibrio o fusión entre cosas aparentemente contrapuestas: materia y espíritu, imagen e idea, imaginación y objetividad, forma y concepto, espacio y tiempo. Para expresar esa armonía potencial, para hacerla real en suma, hay que encontrar un medio fiable y duradero… Ese lenguaje debe ser propio y por supuesto visual, a partir del cual intentamos crear unos objetos. Unas superficies plásticas que objetiven y hagan esa captación de la realidad. En toda pintura convive la parte del creador, un trozo de sí mismo, pero también la conjura del lenguaje plástico. La obra de arte es el punto de confluencia entre los dos mundos.

Una transposición de su vivencia de la armonía en los objetos, en el entorno, que también parece seguir el consejo del ya aludido Roger Fry, artista, crítico y miembro del grupo de Bloomsbury: Convierte los detalles en parte del todo y haz que las proporciones sean las correctas. Reduce con ese fin los contrastes de tonos, traduce las emociones directas suscitadas por un lugar o elemento físico en vibraciones tonales y crea a partir de puntos referenciales y otros del todo abstractos.

La exhibición puede visitarse hasta el 12 de marzo.

Ràfols-Casamada. Tensión, 2005
Ràfols-Casamada. Tensión, 2005

 

 

Ràfols-Casamada. “Instantes de color”

GALERÍA FERNÁNDEZ-BRASO

c/ Villanueva, 30 

Madrid

Del 20 de enero al 12 de marzo de 2022

 

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