Si, en La Fragua de Tabacalera, podemos visitar un proyecto reciente de Esther Pizarro sobre el impacto de los incendios en el planeta y las posibilidades de su representación artística, en La Principal de este centro nos espera hasta enero un repaso a la producción desarrollada en el último cuarto de siglo por una artista de intereses bien distintos: Pilar Albarracín. Su obra, desarrollada en disciplinas muy diversas (performances, vídeos, dibujos, bordados, instalaciones o fotografías), nos ofrece una mirada desprejuiciada a la cultura y la memoria populares (sobre todo, las vinculadas a Andalucía), poniendo de manifiesto cómo la conservación de ciertas tradiciones es compatible con la modernidad cuando se dejan a un lado tópicos, estereotipos y tics rancios y se las conjuga con la apertura a nuevas sensibilidades y al feminismo.
En los cerca de sesenta trabajos que forman parte de esta exposición -inaugurada con una performance, En la piel del otro, en la que decenas de mujeres caminaron desde la estación del AVE a Tabacalera con el típico vestido esperado de quien llega de Sevilla- Albarracín aborda, desde la crítica y la ironía, las desigualdades, maniqueísmos e ideas preconcebidas que vienen rodeando fiestas y costumbres populares y la propia participación de la mujer en ellos: la lucha por la igualdad y también los recientes debates sobre nacionalismos están particularmente presentes en sus trabajos más recientes.
Albarracín siempre ha tratado, desde perspectivas cotidianas y lúdicas, nunca pretenciosas, asuntos que no se prestan a la risa: la violencia de género, la dureza de la vida en determinados medios rurales, las visiones supremacistas del mundo urbano hacia el campo, hacia el flamenco, o el pintoresquismo que sigue vivo en determinadas miradas a España desde el exterior. Inteligencia y humor han sido sus armas para cuestionar las creencias y prácticas sociales y artísticas que excluyen a parte importante de la población: cree en un arte desacralizado, en las tradiciones religiosas y populares liberadas y en la necesidad del compromiso, individual y colectivo, con el avance social femenino (ahí quedan sus pañuelos para llorar de 1997: porque sientes dolor, por la pérdida de libertad, para llorar en soledad, porque no encuentras palabras, para llorar por aburrimiento o para llorar morada).
De esta retrospectiva, comisariada por Pia Ogea y titulada “Que me quiten lo bailao”, forman parte tres acciones que filmó hace catorce años y que no han perdido ninguna vigencia: Viva España, en la que la propia Albarracín cruzaba las calles de Madrid acosada por una banda musical que interpretaba esa canción; Bailaré sobre tu tumba, una coreografía sobre la lucha de sexos, a cuatro pies; y el que es uno de sus trabajos más emblemáticos: Lunares, en el que aparece la artista con un traje de sevillanas blanco que va convirtiéndose en rojo a medida que se pincha con alfileres.
Son ejemplos de cómo trabajar desde el arquetipo le sirve para cuestionar, desde dentro y con ironía, los clichés, y a su vez delimitar sus fronteras con las viejas costumbres y el sano folclore. El cuerpo es su herramienta más común a la hora de referirse a rituales y trances, de poner en la picota las narrativas dominantes.
Pilar Albarracín. “Que me quiten lo bailao”
TABACALERA. PROMOCIÓN DEL ARTE
c/ Embajadores, 51
Madrid
Del 23 de noviembre de 2018 al 27 de enero de 2019
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