Peter Doig nació en Edimburgo en 1959, creció en Trinidad y Canadá, estudió en la St. Martin School of Art y la Chelsea School of Art y actualmente reside y trabaja entre Trinidad, Londres y Nueva York. Sus obras, que en un primer vistazo llaman nuestra atención por su potente colorido, muestran paisajes y arquitecturas de una belleza seductora tras los que subyace un tono melancólico o solitario, tensión latente o tragedias al acecho. Sus escenas resultan al espectador tan extrañas como familiares y tienen como punto de partida fotografías privadas de Doig o fotogramas fílmicos e imágenes tomadas de los medios de comunicación, de portadas de discos o posters de películas. El resultado entremezcla cultura pop e historia del arte y nos resulta especialmente enigmático por su combinación de romanticismo y atractivo siniestro.
La Fundación Beyeler de Basilea abrió ayer una muestra que reúne sus pinturas al óleo más significativas, trabajos en papel donde Doig volcó sus intereses más experimentales y un mural de dimensiones monumentales de reciente creación.
Sus obras, que en un primer vistazo llaman nuestra atención por su potente colorido, muestran paisajes y arquitecturas de una belleza seductora
Profesor de pintura en la Academia de Arte de Düsseldorf, el escocés es un creador polifacético que domina una amplia gama de técnicas tanto de tradición arraigada como muy actuales. En sus trabajos, habitualmente de gran formato, podemos reconocer a menudo motivos de Canadá o Trinidad insertos en atmósferas luminosas pero también llenas de misterio que evocan pinturas de paisaje de Gauguin, Bonnard o Henri Matisse. No hay en su obra, no obstante, exotismo ni espacios paradisiacos, sino el reflejo de ciudades caóticas despojadas, las huellas del ruido, objetos encontrados.
Son lugares comunes en su pintura las aguas estancadas, las canoas de aire atemporal navegando en ellas y la nieve. Desde unos inicios marcados por una paleta cromática oscura y pastosa evolucionó hacia tonalidades más claras, que cubren mayores superficies y que dan lugar a piezas que, en los últimos años, se acercan a la abstracción, al sueño o a la fantasmagoría.
Doig confiesa que su proceso de trabajo reúne intuición y reflexión y que es siempre lento, no tanto por el tiempo concedido a la ejecución como por el destinado a la concepción de sus pinturas y de su muy destacada obra gráfica.
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