Artista plástico, editor, pedagogo, activista y programador, Pedro G. Romero viene gestando desde los ochenta una trayectoria que escapa a las etiquetas y que ha cobrado muchas formas: desde la pintura, el dibujo, la fotografía y el vídeo a la dramaturgia, la organización de talleres, la grabación de documentos musicales, especialmente vinculados al flamenco; la edición de libros y la publicación de textos teóricos y literarios. Muchos de ellos tienen en común el ser fruto del trabajo a varias manos: este creador onubense no aboga tanto por los procesos cooperativos o colaborativos sino que entiende su labor, de forma orgánica y desde sus inicios, como una forma de producir conocimiento en colectividad.
Esa andadura artística de Romero la repasa desde mañana el Museo Reina Sofía en una muestra, “Máquinas de Trovar”, que podríamos entender como retroperspectiva, porque parte de sus obras más recientes para culminar en las tempranas. Aquellas coincidieron en el tiempo con una fractura de las anteriores consideraciones sobre las producciones que podían quedar dentro y fuera del ámbito museístico e institucional y veremos cómo sus propuestas, por la vía del andamiaje, la instalación o la presentación de archivos, rompen una y otra vez la concepción del espacio expositivo como cubo blanco y aséptico. Hablando de archivos, ahonda este autor en cómo cada uno de ellos genera una norma; las que él adopta tienen mucho que ver con la anarquía: suele vertebrar reglas para romperlas, del mismo modo que alumbra tensiones entre una iconografía popular vinculada a la tradición y la deliberada iconoclastia, recurriendo a la ironía y la paradoja.
Marcel Broodthaers e Israel Galván pueden quedar conectados en obras tan complejas como humanas que son fruto de vagabundeos y derivas intelectuales y creativas en los que se apela a distintos tiempos y registros y se reflexiona sobre la autoría de las imágenes y los intereses ligados a ellas, el sentido de su reaparición o apropiación en el tiempo o las posibilidades de su activación. El título de la muestra procede de un texto de Antonio Machado en el que el poeta comparaba las vanguardias artísticas con la composición de fandangos por los cantaores; Romero busca con esa expresión subrayar que las obras de arte necesariamente están participadas por otros: ponen en acción ideas y materias de orígenes necesariamente diversos.
Nuestro recorrido comienza por las grabaciones Roma/Romá, que llevó a cabo hace dos años en la capital italiana, en el marco de una residencia en la Academia española, junto al bailaor y palmero Bobote y el artista sonoro austriaco Stefan Voglsinger. Allí investigó el episodio del Sacco de Roma de 1527, atendiendo especialmente a cómo la destrucción, el pillaje y el saqueo, la profanación y la iconoclastia de aquel momento podrían situarse en el origen de parte de nuestra modernidad artística, en cuanto a nuestra percepción y consideración actual de las imágenes. Plantea que el nihilismo ligado a la destrucción y la melancolía por lo destruido determinaría las carreras de Miguel Ángel o Rafael y que actos entonces considerados vandálicos podrían ser considerados hoy precursores de nuestra sensibilidad estética. Igualmente, para referirse a los estrechos lazos y relaciones circulares entre violencia y dinero, exhibe una máquina que convierte balas en monedas.
Abren asimismo “Máquinas de Trovar” el filme Nueve Sevillas, que actualiza su anterior producción Vivir en Sevilla o La farsa monea, un proyecto en el que trabajó junto a Niño de Elche e Israel Galván, Adam Szymczyk y Paul B. Preciado, y que se ha presentado en las documentas de Atenas y Kassel. Hablamos de una performance, de tres días de duración, en la que se reflexiona sobre el valor concedido al arte imbricado en lo popular, las tradiciones flamencas y su ensalzamiento con fines propagandísticos por los políticos mientras sus raíces se mantienen en contextos humildes. Hicieron una selección de tres monedas diferentes y jugaron y bailaron con ellas, transformando el museo en un material y también el teatro en algo corporal.
Otro de sus trabajos en los que la unión de creatividades se hace más claramente patente es Las espadas, que remite a los bailes colectivos en los que se hace uso de ellas en el País Vasco y otras regiones. Colaboraron con Romero Miguel Benlloch, de nuevo Niño de Elche, Borbote y Galván, Marco de Ana, Javiera de la Fuente, Ines Doujak, Isaías Griñolo, Sonía Sánchez, Idoia Zabaleta y Mónica Valenciano.
Específicamente para el Museo Reina Sofía ha desarrollado el artista Canciones de la guerra social contemporánea II, una gran instalación que parte del cancionero que Guy Debord, Alice Beker-Ho y otros situacionistas publicaron hace ahora cuarenta años como panfleto, firmándolo anónimamente como “unos iconoclastas”. Se basaron, a su vez, en un cancionero que García Lorca escribió en 1931 para La Argentinita e incluyeron grabaciones de cantautores, copias flamencas y folk; la docena de canciones que se editaron en ese panfleto están dedicadas a las luchas del movimiento autónomo, una corriente política de las décadas de los setenta y ochenta escindida del comunismo y heredera de los postulados de Mayo del 68, que germinó durante nuestra Transición. El fin de las canciones era ser objeto de una grabación que debían haber realizado Mara (Mara Jerez) y sus muchachos flamencos; ella había sido la primera solista en acompañar a Paco Ibáñez.
Los documentos reunidos en las vitrinas han podido compilarse, como siempre, a varias manos y se han completado, incluso, durante la preparación de la exposición. Mientras esta dure, tendrán lugar aquí actuaciones musicales de Rodrigo Cuevas, Niño de Elche, Gabriel de la Tomasa, Pollito de Graná, Pier Etxeberria, Le Parody, Julio Jara, Christina Rosenvinge y Soleá Morente, que de algún modo toman el testigo de Jerez.
No podían faltar en el Reina Sofía los dos grandes proyectos que ocupan a Romero desde los últimos años noventa: Archivo F.X. y Máquina P.H., este último germen de la Plataforma Independiente de Estudios Flamencos Modernos y Contemporáneos que promueve el polifacético artista con el fin de fomentar el estudio del flamenco desde las perspectivas de la estética, la historia del arte, la sociología o la antropología. En este sentido, hay que subrayar que ha realizado investigaciones a nivel europeo sobre las manifestaciones culturales de flamencos, gitanos y romaníes, como las que presentó en la Bergen Assembly noruega o la Kunstverein de Stuttgart.
Por su parte, Archivo F.X. está formado por una colección, en constante ampliación, de distintos materiales que testimonian casos de la iconoclasia vivida en nuestro país en torno a la Guerra Civil. Esos documentos se clasifican en un tesauro en el que cada imagen se vincula a un concepto, un artista o una categoría de la historia del arte; se establecen así parentescos, juegos de lenguaje, entre las imágenes generadas por la iconoclasia —resultado de la destrucción de imágenes preexistentes— y la cultura visual vinculada a las vanguardias y los movimientos artísticos contemporáneos. Recogiendo el testigo de los archivos de Aby Warburg, Walter Benjamín y Bataille, el de Romero se configura como herramienta política que, de algún modo, ordena el nihilismo derivado de la devastación.
Este trabajo puede consultarse permanentemente en Internet y, para su presentación en salas, Romero adapta específicamente sus documentos, realizando selecciones parciales del material y apelando a aspectos concretos de los actos de iconoclasia del lugar.
Salpicando el recorrido de la exhibición encontraremos capítulos que el artista ha bautizado como rodillas o patellas, y que albergan actividades y materiales realizados en el marco de actividades asociativas, para revistas o instituciones universitarias o junto a grupos artísticos, esenciales para comprender sus intereses. No faltan tampoco las referencias a su labor como comisario en “Máquina de Goya”, donde reivindicó a Alenza, Lameyer y Eugenio Lucas Velázquez como grandes ejes de enlace entre las tradiciones artísticas y las populares en el siglo XIX.
Entre los grandes proyectos que cierran “Máquinas de trovar” destacan los que apelan a la estrecha relación de la cultura andaluza con la muerte, en forma de bailes con esqueletos; las imágenes en las que se cuentan los días que faltan para el lanzamiento de la bomba de Hiroshima como alternativa madrugá o advenimiento divino o las fotografías en las que dotó de aura a centenares (aquí decenas) de personas comunes.
Son infinitas las caras de Pedro G. Romero y la mayoría se dan cita ahora en el Reina Sofía, en un montaje por el que el artista habla de tú a tú a y con la institución.
Pedro G. Romero. “Máquinas de trovar”
MUSEO NACIONAL CENTRO DE ARTE REINA SOFÍA. MNCARS
c/ Santa Isabel, 52
Madrid
Del 2 de noviembre de 2021 al 28 de marzo de 2022
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