A partir del próximo jueves, podremos visitar en la Sala de Exposiciones Bárbara de Braganza de la Fundación MAPFRE la mayor retrospectiva dedicada hasta ahora a la fotógrafa chilena Paz Errázuriz, que representó a su país en la última edición de la Bienal de Venecia y que el pasado verano recibió el Premio PHotoEspaña 2015 (su obra formaba parte de la muestra “Latin Fire. Otras fotografías de un continente. Colección Anna Gamazo de Abelló“, que pudo verse en CentroCentro).
Autodidacta, Errázuriz –que confiesa no haber visto nunca tantas imágenes suyas juntas- comenzó a trabajar en la década de los setenta, convulsa en Chile por el inicio de la dictadura de Pinochet. Se centró en la captación de aquello que normalmente no se ve cuando se viaja, de entornos y personajes periféricos, minoritarios, que se alejan de las convenciones y que en su obra se nos muestran revestidos a la par de dignidad y de naturalidad: ambas las hizo posibles entablando una relación de confianza y respeto con sus modelos. Es por eso que Pablo Jiménez Burillo ha destacado la intensidad humana de la obra de la chilena, cuya primera muestra, que se tituló significativamente “Personas”, la organizó en 1980 el Instituto Chileno-Norteamericano de Santiago.
La muestra, que pudo verse hasta el 28 de febrero, se ha estructurado en bloques temáticos dedicados a agentes y espacios del devenir social chileno, al paso del tiempo y de la vida, a los recluidos en psiquiátricos, la lucha y la resistencia contra Pinochet (Errázuriz formó parte de la Asociación de Fotógrafos Independientes y colaboró en su fundación), a la prostitución, la ceguera, la desaparición de la etnia que habita en los archipiélagos de la Patagonia occidental, el boxeo, el circo y a la serie Exéresis, para la que fotografió los genitales -ausentes- de diversas esculturas antropomorfas de museos europeos y americanos.
Ella no se considera fotorreportera y el comisario de este proyecto, Juan Vicente Aliaga, explica la razón: su objetivo no es el de “traducir sobre papel fotográfico los asuntos de actualidad” sino “desestabilizar el orden visual normativo”. Así lo atestiguan sus fotolibros y fotos acompañadas de textos.
Os proponemos fijaros en la serie temprana Los dormidos, para la que fotografió a individuos que malvivían a la intemperie, mostrando una visión antiheroica de la realidad chilena que contrastaba con la de sus imágenes de las clases adineradas residentes en barrios como La Dehesa o Los Condes.
Entre 1986 y 1990 registró el crecimiento de su hijo en una serie de imágenes donde podemos ver el paso del tiempo en su rostro serio: estas fotos darían lugar, ya en 2004, al documental Un cierto tiempo. La niñez y la vejez fueron las etapas vitales que más interesaron a Errázuriz, que llama nuestra atención sobre la infantilización a la que se somete a los mayores o el culto a la juventud.
Ella no se considera fotorreportera; su objetivo ha sido “desestabilizar el orden visual normativo”
Niños, ancianos, sin techo…y la fotógrafa también se fijó en quienes pasaban sus años en psiquiátricos como el de Philippe Pinel de Putaendo, hospital al que acudió en dos ocasiones separadas por cinco años para fotografiar en dos series (primero El infarto del alma y luego Antesala de un desnudo) a los internos, nunca desde la compasión y sí centrándose en su dignidad y ternura, atendiendo a las relaciones de cariño forjadas allí, a la individualidad de los modelos y a las injusticias del sistema carcelario de estos centros.
La prostitución masculina fue el tema elegido para una de sus series más significativas: La manzana de Adán, compuesta por imágenes de la actividad cotidiana de hombres que se travestían y ofrecían sus servicios en burdeles de Santiago y Talca.
Comprometida con los derechos humanos, Errázuriz fotografió a los participantes en huelgas y manifestaciones contra la dictadura y prestó mucha atención a las mujeres: hay en su obra una clara conciencia feminista. Para Mujeres de Chile (1992) retrató la intrahistoria femenina chilena que no aparece en los libros a través de maestras, recolectoras de carbón, mujeres buzo…
Particularmente conmovedoras resultan sus series más recientes Ceguera y La luz que me ciega: en la primera nos ofrece retratos de personas ciegas o en pareja (rompiendo con la creencia de su aislamiento) que eran conscientes de estar siendo fotografiadas; en la segunda nos presentó a una familia que padecía acromatopsia y percibía la realidad en blanco y negro como fruto de una larga serie de matrimonios entre familias.
Por último, en sus imágenes de boxeadores y trabajadores del circo reivindicó el respeto hacia formas de vida que se escapaban de lo habitual y una mirada no estereotipada hacia ellas y en la citada Exéresis, que podemos considerar una rareza en el marco de la producción de esta artista, aludió a las razones históricas, morales y culturales que han llevado a la desaparición de los genitales en estatuas masculinas de museos como el MET, el Louvre, la National Gallery de Washington o el Pergamon berlinés. El resultado son cuerpos ambiguos que sirvieron a Errázuriz para reflexionar sobre el lugar de la masculinidad.
Por su absoluta empatía tras la cámara, el tema subyacente hasta ahora bajo el conjunto de los trabajos de esta fotógrafa es el de la identidad y los retratos de unos y otros grupos retratados son el fondo, para Errázuriz, autorretratos, caras diversas de una misma humanidad.
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