Un gran homenaje a París como meca de la modernidad y la vanguardia y como ciudad receptora de artistas de toda Europa que buscaban abrirse camino. Esa es la nueva propuesta expositiva del Museo Picasso de Málaga: “El París de Brassaï. Fotos de la ciudad que amó Picasso”, muestra que explora las contribuciones del húngaro en la consolidación de la imagen de la capital francesa que hoy forma parte del inconsciente colectivo y su potente evocación de la atmósfera social de esa ciudad en las primeras décadas del siglo XX. En sus instantáneas encontramos tanto sus monumentos y plazas emblemáticas (Notre Dame, el Sena), como sus mercados y lupanares; tanto a vagabundos y clases populares como a intelectuales, literatos y artistas (no había entre unos y otros, en realidad, ninguna distancia).
Brassaï, pintor antes que fotógrafo y más reconocido en vida por sus dibujos, e incluso sus esculturas, que por sus fotografías, llegó a afirmar que el destino le había bendecido o maldecido con muchas inclinaciones diferentes, todas igualmente poderosas, y cada una exigiendo lo que es suyo. Se instaló en París en 1924 y quedó sorprendido por su urbanismo e idiosincrasia local, de ahí que radiografiara su arquitectura y sus gentes, aunque sobre todo exploró sus noches y se introdujo en una comunidad intelectual sin igual de la que Picasso formaba parte.
A Málaga han llegado tres centenares de fotografías, dibujos y esculturas procedentes, en su mayor parte, de los archivos de la familia Brassaï que se exhiben junto a obras picassianas y de Pierre Bonnard, Georges Braque, Lucien Clergue, Fernand Léger, Dora Maar y Henri Michaux; además, el conjunto se completa con filmes, carteles, partituras, programas de espectáculos y abundante documentación que nos invita a sumergirnos en el París de hace casi un siglo. Nuestro recorrido se articula en cuatro apartados: Quién es Brassaï, que muestra una selección de su producción dominada por su libertad y su alma callejera; París de día, que recoge sus escenas de la vida cotidiana, en la que sabía encontrar el misterio y la belleza de lo inesperado; París de noche, un viaje melancólico por la ciudad en sombras y sus moradores y Conversaciones con Picasso, que hace hincapié en la prolongada relación artística y vital del húngaro y el español.
Antes de asentarse en Francia, Brassaï había ya vivido y creado mucho y contaba con una mirada madura y atenta: se había formado en pintura y escultura en la Academia de Bellas Artes de Budapest, se unió a la caballería de la armada austrohúngara en la I Guerra Mundial y residió en Berlín, donde trabajó como periodista y acudió a su Universidad de las Artes. París sería su último destino; León-Paul Fargue, Jacques Prévert y Henry Miller, algunos de sus primeros amigos en sus cafés y allí sería, justamente, donde adoptaría el nombre por el que hoy lo conocemos: se llamaba Gyula Halász, pero hizo suyo el apodo Brassaï (el de Brasso, la ciudad hoy rumana donde nació) tiempo después de pedir prestada una cámara que inmortalizara sus visiones de calles y parques bajo la niebla y la lluvia.
Fue testigo en la capital gala el artista, en un principio, del esplendor artístico de los veinte y después de la crisis económica de los treinta y el advenimiento de una nueva Guerra Mundial, que también truncaría las esperanzas de los marchantes y artistas que trataban de vivir en París conforme a sus ideales. En 1932 publicó su primer libro fotográfico, el muy célebre Paris de nuit, que contenía imágenes nocturnas de alto contraste, a sangre y sin márgenes, dominadas por los juegos de luces y sombras que podía captar en calles, plazas, tejados, esquinas, jardines… Las farolas de gas o los cigarrillos iluminaban en la noche una ciudad, inédita para los diurnos, donde lo conocido parecía enigmático y reinaba el misterio. A Brassaï le gustaba decir que había nacido cerca de la villa de Drácula y que quizá aquello tuviera que ver en su fascinación por lo oscuro.
Esa etapa, los años 32 y 33, serían fundamentales en su trayectoria y en su vida personal, en contacto con un entorno artístico y literario que enriquecían muchos extranjeros como él. Sus primeros trabajos coincidieron con el auge del surrealismo y es posible percibir en ellos su seducción por las atmósferas oníricas de los impulsores del movimiento, aunque Brassaï nunca quiso pertenecer a él: partía especialmente de la tradición realista para evocar las atmósferas de momentos concretos sin incurrir en lo documental. Entre sus series más significativas se encuentran las dedicadas a los graffitis cuando aún no eran así llamados; a rostros, símbolos, animales, huellas de manos o dibujos esquemáticos que dejan ver su atención a lo primitivo y lo fortuito: encontró en esas manifestaciones mucho más que expresiones de lo popular. También hemos de citar sus retratos; por supuesto a Picasso, pero también a Salvador Dalí, Alberto Giacometti, Jean Genet o Henri Michaux: tuvo gran talento para captar la personalidad de sus modelos.
Respecto a su mencionada relación con el autor del Guernica, hay que recordar que, en 1932, el crítico Tériade invitó a Brassaï a que fotografiara al pintor, su estudio y sus esculturas para ilustrar el primer número de la revista Minotaure: aquella colaboración iniciaría una larga amistad, derivada de su admiración mutua. Compartían don para la observación, curiosidad y la afición de coleccionar objetos extraños, encontrados por azar, al igual que interés por el arte primitivo, la poesía y la calle. Ninguno de los dos, además, decidió ser fiel a una única disciplina.
De manera sistemática fotografiaría Brassaï la obra escultórica de Picasso, al ser una de las escasas personas a quien este permitía adentrarse libremente en su estudio; sus sucesivos estudios, más bien: en Boisgeloup, la Boétie y Grands Augustins. Atento al detalle, sabía el fotógrafo poner orden en el caos de los talleres picassianos y componer por procedimientos casi arquitectónicos sus imágenes, ofreciéndonos dimensiones nuevas sobre las obras creadas por Picasso y los objetos y materiales de los que se rodeaba.
Pocos textos resultan tan clarificadores de las intenciones de este artista como Conversaciones con Picasso (1964) de Brassaï, que se acompaña de medio centenar de instantáneas y se llevó a cabo entre septiembre de 1943 y el mismo mes de 1962. El vínculo entre los dos se mantuvo hasta 1973, cuando falleció el español; el fotógrafo sería enterrado, a su muerte en 1984, en Montparnasse.
“El París de Brassaï. Fotos de la ciudad que amó Picasso”
Palacio de Buenavista
c/ San Agustín, 8
Málaga
Del 11 de octubre de 2021 al 3 de abril de 2022
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