Por Miguel Ángel Velarde del Barrio
Citaba Sánchez Ferlosio, en su obra “Las semanas del jardín”, uno de los haiukus (breve canto japonés) mas hermosos que conozco. Cuenta la historia de un padre que pierde a su hijo en un violento accidente y lo vela durante toda una noche de manera estoica. Al amanecer, entra el sol por la ventana del velatorio y el padre ve el kimono tendido de su hijo, su sombra en movimiento. Es en ese momento cuando el padre rompe a llorar y canta:
“Al sol se están secando los kimonos:
¡Ay, las pequeñas mangas
del niño muerto!”
La arquitectura de Palladio es una representación de varios modelos que forman parte de nuestro pre-consciente: la casa (como espacio doméstico), el templo (como espacio sagrado), el palacio (como espacio de relación social)… Analiza el Mito, “decir una cosa de una vez por todas”. Palladio no construye una casa, construye “la casa”, una representación de un concepto ideal de manera que, todavía hoy, si extraemos el patrón común que cada uno de nosotros tenemos de nuestra casa ideal, dicha imagen es posible reconocerla en alguna de sus villas.
Los grandes pórticos de acceso, sus escalinatas, cúpulas, bóvedas, columnas de diversos órdenes clásicos, no parecen producir lugares cómodos en los que permanecer o habitar. Sin embargo nos cautivan, nos emocionan. Nos hablan del mito griego, del tránsito, del umbral de entrada al espacio sagrado, de la cabaña original, con sus grandes columnas que soportan, pesadamente, una cubrición que nos protege del sol y la lluvia.
Y es interesante pensar que precisamente Palladio asumiera esta actitud en su obra, porque, a pesar del título de la exposición, Palladio no inició su labor profesional como arquitecto.
Comenzó su formación como cantero para acabar siendo un jefe de obra de prestigio en una ciudad como Vicenza, donde a principios del siglo XVI se estaba realizando una importante labor de reconstrucción de la ciudad tras un periodo de guerras fraticidas entre diversos príncipes italianos. Así, uno de los más importantes arquitectos de la ciudad, Giulio Romano, quiso colaborar con él en la construcción de un palacio para un conocido noble (Palacio de Thiene). Pero la obra duró más que la vida del arquitecto, haciendo por tanto asumir las labores de dirección del proyecto al entonces joven jefe de obra. ¿Cómo afrontar una responsabilidad tan enorme para alguien con una formación más práctica que teórica? Palladio inicia lo que se convertirá en su método creativo: un análisis abstracto que extrae lo fundamental del objeto arquitectónico.
Se queda con lo importante, lo que habla del patrón original, de aquello que aglutina cada concepto, del mínimo común múltiplo.
Aun así, Palladio nunca perderá su condición de jefe de obra, puesto que para él teoría y práctica eran un conjunto indisoluble. En sus famosos “4 Libros de la arquitectura” no expone conceptos que no tengan una traducción en un ejemplo (normalmente suyo, lo cual nos habla también del esfuerzo de marketing que hace Palladio en su obra), nos muestra modelos que ejemplifican conceptos en que todos somos capaces de reconocernos.
La exposición que nos presenta el CaixaForum sobre la obra de Palladio consigue enfatizar esta actitud a través de una exhaustiva muestra de su obra, mediante dibujos, fotos, maquetas, que nos acercan al objeto construido de manera sencilla. Nos sitúan como observadores abstractos, casi dioses, frente a maquetas que no habitamos sino que percibimos en su totalidad, como pequeños objetos al alcance de la mano, que nos hablan de mitos, templos, lugares conocidos en los que reconocernos.
La exposición “Palladio el Arquitecto (1508-1580)” puede verse en CaixaForum Madrid hasta el próximo 17 de enero de 2010)