En 2017 era el Museo Picasso malagueño el que reivindicaba a dieciocho artistas del surrealismo seleccionadas, no con criterios excluyentes ni desde la enumeración cerrada, sino en función de unas obras que, además de por su calidad artística, destacaban por dejar patente la autonomía activa de sus autoras, como sujetos pensantes y creativos, hacia la plena libertad, en palabras de José Jiménez entonces. Las elegidas eran, en aquella muestra, Eileen Agar, Claude Cahun, Leonora Carrington, Germaine Dulac, Leonor Fini, Valentine Hugo, Frida Kahlo, Dora Maar, Maruja Mallo, Lee Miller, Nadja, Meret Oppenheim, Kay Sage, Ángeles Santos, Dorothea Tanning, Toyen, Remedios Varo y Unica Zürn.
Desde hoy es el centro Schirn Kunsthalle de Frankfurt el que revisa de nuevo las aportaciones de las mujeres creadoras al movimiento ampliando a 34 artistas esa nómina. Su exhibición lleva por título “Mujeres fantásticas: mundos surrealistas desde Meret Oppenheim hasta Frida Kahlo” y no solo reivindica su legado, sino que además pone de relieve la extraordinaria presencia de lo femenino en las fantasías surrealistas masculinas, en forma de diosas, diablesas, muñecas, fetiches o maravillosas criaturas oníricas.
Inicialmente, las mujeres vinculadas al círculo de André Breton lo fueron sobre todo como modelos o parejas, pero progresivamente rompieron esos roles tradicionales para emprender trayectorias independientes y su importancia fue, hoy lo sabemos, considerablemente mayor de la abordada en los manuales. En sus trabajos abordaron, como ellos, el inconsciente, el azar, los sueños, mitos y metamorfosis, lo literario o acontecimientos políticos que les fueron contemporáneos y, en lo formal, iniciaron experimentos materiales, además de realizar fotografías con carácter escénico. Diferían de sus colegas masculinos en cuanto al enfoque de su mirada: de forma más frecuente o intensa, ellas cuestionaron sus propias reflexiones o trataron de alumbrar nuevos modelos identitarios, como mujeres y como artistas.
La exposición en Schirn Kunsthalle se centra en quienes se asociaron directamente al surrealismo originario, en París y a principios de la década de los veinte, aunque su vínculo con aquel fuera breve. La mayoría de las presentes en la muestra conocieron personalmente a Breton, expusieron junto al grupo, difundieron sus ideas en publicaciones o se acercaron al surrealismo desde la labor teórica. Se han reunido en Frankfurt 260 trabajos, entre pinturas, obras en papel, esculturas, fotografías y filmes, de figuras conocidas (Louise Bourgeois, Claude Cahun, Leonora Carrington, Frida Kahlo, Meret Oppenheim y Dorothea Tanning) y de otras que serán, para la mayoría, un descubrimiento (Toyen, Alice Rahon y Kay Sabio).
Se exhiben selecciones significativas de la producción de todas ellas y también se presta atención a las redes de amistad e inspiración tejidas entre artistas radicadas en Europa, Estados Unidos y México. Han cedido trabajos para la ocasión un buen número de museos españoles, el Metropolitan de Nueva York, las galerías Tate, las National Galleries of Scotland de Edimburgo, el Centre Pompidou, el Musée d’art moderne de la Ville de Paris, el Musée National Picasso, Kunstmuseum Bern y Kunstmuseum Basel, el Moderna Museet sueco, el MUMOK vienés o el Museo de Arte Moderno de Ciudad de México.
Ingrid Pfeiffe, comisaria de la exposición, ha asegurado que en ningún otro movimiento de vanguardia las mujeres desempeñaron un papel tan central, ni estuvieron involucradas en tal número, como en el surrealismo, y sin embargo, también ha indicado Pfeiffe, sus nombres y sus obras están ausentes en muchas publicaciones y revisiones de esta tendencia. Esta muestra quiere subrayar la diversidad de sus aportaciones y la independencia de su espíritu: Después de todo, el surrealismo era un estado mental, más que un estilo.
El recorrido se abre con la berlinesa Meret Oppenheim, una de las primeras surrealistas en obtener reconocimiento e integrante de los círculos parisinos desde los comienzos. Ya en 1936, el MoMA adquirió su icónica copa de piel, considerada hoy uno de los objetos surreales por excelencia. A continuación contemplaremos obras de autoras que trabajaron entre los treinta y los setenta; las mujeres artistas solían ser más jóvenes que sus compañeros masculinos y, como resultado, muchas de sus principales obras fueron creadas en las décadas de 1940 y 1950. Aunque el grupo continuó organizando exposiciones hasta la década de 1960 y no se disolvió hasta 1969, muchos cronistas han afirmado que el surrealismo terminó con la Segunda Guerra Mundial.
El deseo (erótico) fue auno de sus asuntos centrales; el cuerpo femenino, motivo recurrente en sus obras y la actitud de sus artistas masculinos hacia sus compañeras femeninas, ambivalente. Muy a menudo, el movimiento rechazó las convenciones burguesas relativas a la familia, la moral sexual y el matrimonio, pero también es cierto que, en la mayoría de las pinturas de sus figuras masculinas, la mujer fue objetivada como niña pasiva, fetiche o musa y presentada como cuerpo fragmentado (o decapitado).
La perspectiva de ellas, como decíamos, era diferente: abundan los autorretratos y, en cualquier caso, sus imágenes se caracterizan por un enfoque entre poderoso y lúdico de su cuerpo y su sexualidad. No falta en Schirn Kunsthalle Autoportrait, à l’auberge du Cheval d’Aube (1937-1938) de Leonora Carrington, donde la artista se mostraba con el atuendo de un joven del siglo XVIII, junto a un caballo como alter ego y una hiena que simbolizaba su deseo de libertad. Ithell Colquhoun reinterpretó desde el humor una vulva en Tree Anatomy (1942) y Claude Cahun produjo su obra más importante ya en la década de 1920: una serie de autorretratos fotográficos y de fotomontajes impresionantes y de gran actualidad que abordan la androginia. La argentina Leonor Fini, por su parte, pintó numerosísimos desnudos masculinos dejándose guiar por poderosas figuras femeninas que les muestran el camino (En la torre, 1952) o los protegen (Chtonian Deity Watching over the Sleep of a Young Man, 1946).
La escritura automática y el collage como caminos de acceso al inconsciente y de apertura al azar desempeñaron un papel central en la producción de Jacqueline Lamba, Emmy Bridgwater y Unica Zürn, y en la exposición hay sección especial para los cadáveres exquisitos, obras de arte colectivas que, además, fortalecían la cohesión del grupo. En esos “juegos” participaron, entre otras, Valentine Hugo, Jacqueline Lamba o Nusch Éluard.
Asuntos como la mitología antigua y los mitos precristianos y no europeos tuvieron un peso también importante en el círculo surrealista. La figura mítica de Melusine (mujer y criatura marina) y la enigmática esfinge egipcia (mujer y león alado) a menudo les sirvieron como símbolos de metamorfosis y de seductoras demoníacas y mujeres fatales.
En su búsqueda de imágenes para un modelo de identidad femenina, las mujeres artistas del surrealismo recurrieron con frecuencia a las criaturas híbridas. En este sentido, contemplaremos en Frankfurt La venadita de Frida Kahlo o la escultura La Grande Dame de Leonora Carrington y José Horna. A la checa Toyen, más que las diferencias entre hombres y mujeres y entre humanos y animales, le interesaban las similitudes: en Le Paravent (1966) dispuso una boca en el lugar de los genitales femeninos, creando una escena entre erótica y terrorífica.
Como es sabido, durante la Segunda Guerra Mundial muchos de los surrealistas emigraron desde Europa a Estados Unidos, México y otros lugares. En México se desarrolló una vibrante escena creativa alrededor de Frida Kahlo, cuya iconografía combina imágenes de la cultura precolonial, símbolos cristianos y referencias a su propia biografía. Subrayó en su obra las tradiciones matriarcales y lució deliberadamente el vestido tradicional de la región de Tehuantepec, cuya cultura también está dominada por lo femenino; de ella podemos contemplar ahora algunos autorretratos en Alemania.
La poeta y pintora Alice Rahon fue, por su lado, la primera mujer en publicar sus textos en las Éditions surréalistes de 1936 y también tuvo gran peso en la escena mexicana de entonces. Otras artistas surrealistas que se establecieron en México y exploraron el pasado precolombino, la exuberante naturaleza y los mitos del país fueron la mencionada Carrington, Bridget Tichenor y Remedios Varo, que supo conjugar técnicas característicamente surrealistas como el fumage, el frottage y la decalcomanía con una representación maestra y detallada de las figuras.
Además, la fotografía les ofreció muchas oportunidades para distorsionar y cuestionar la representación de la realidad a través de retoques, coloraciones, montajes extremos… Jane Graverol y Lola Álvarez Bravo utilizaron la técnica del collage para combinar elementos que podían generar tensiones entre sí y, entre las mujeres fotógrafas en particular, muchas llegaron a desarrollar imágenes explícitamente políticas: la obra de Dora Maar muestra un profundo interés en los acontecimientos contemporáneos y, junto con Breton, firmó el manifiesto Llamada a las armas, de 1934, que defendía la lucha contra el fascismo. Claude Cahun también participó activamente en la resistencia en la década de 1940 y finalmente fue arrestada: el tormento del encarcelamiento la condujo a la muerte, y Lee Miller, tras su periodo surrealista, comenzó a trabajar como corresponsal de guerra en 1944.
El cine también tiene espacio en esta muestra, organizada en colaboración con el Museo de Arte Moderno de Louisiana: se proyecta La concha y el clérigo de Germaine Dulac, considerada la primera película surrealista, y se recuerda la figura de Maya Deren, protagonista de la vanguardia cinematográfica de posguerra en Estados Unidos que tempranamente desafío las tendencias narrativas dominantes en Hollywood y su propensión a acercarse a la feminidad desde un punto de vista masculino.
“Mujeres fantásticas: mundos surrealistas desde Meret Oppenheim hasta Frida Kahlo” finaliza, y mira hacia el futuro, de la mano de Louise Bourgeois, que exploró temas como la sexualidad y la identidad femenina en trabajos como los de la serie Femme maison (1945–1947) y en sus objetos. Aunque pertenece a la misma generación que Meret Oppenheim, su obra solo fue apreciada mucho más tarde y hoy la asociamos más a las corrientes actuales que al surrealismo.
Hay que recordar, en este sentido, que algunas de las artistas presentadas solo estuvieron brevemente ligadas a esta corriente. Dorothea Tanning se vinculó a ella en el período de entreguerras persiguiendo encontrar una narrativa diferente para su arte, la sociedad y ella misma. Al igual que Oppenheim y Carrington, posteriormente rechazó ser etiquetada como “surrealista” o mostrar su trabajo en exposiciones exclusivas para mujeres. Las creadoras que fueron surrealistas se consideraban a sí mismas como individuos y querían ser percibidas independientemente de su género y sin estar limitadas a un estilo particular.
“Fantastic Women. Surreal worlds from Meret Oppenheim to Frida Kahlo”
Römerberg, 60311
Frankfurt am Main
Del 13 de febrero al 24 de mayo de 2020
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