Entre los fondos permanentes de fotografía del Museo Universidad de Navarra destaca el legado Ortiz Echagüe, formado por un millar de positivos, veinte mil negativos y otro material documental. Cuarenta de esas imágenes, representativas de la trayectoria y la mirada de este autor, pueden verse hasta el próximo octubre en el Museo Evaristo Valle de Gijón, en una muestra que reivindica la producción del alcarreño y, en conjunto, los orígenes de la fotografía española.
Piloto y empresario a la par que fotógrafo (estudió ingeniería militar en la Academia de Guadalajara y estuvo al frente de la empresa aeronáutica CASA y de SEAT), se inició con la cámara en la adolescencia, atendiendo a su entorno más cercano, antes de desarrollar su primera serie ya importante en África, donde fue destinado como militar en varias ocasiones en los años diez. En el tiempo libre que el ejército le dejaba, tomó imágenes que registraban los modos de vida de las gentes del Rif; también paisajes, pero le interesaba sobre todo retratar a sus habitantes, a menudo en primeros planos que les conferían monumentalidad.
Aquella obra temprana y africana ofrece ya rasgos significativos de su fotografía posterior: la atención a las particularidades de lo local, más allá de modernidades homogeneizantes y el trabajo a partir de la observación in situ, de ahí el carácter fundamentalmente documental de sus series. Decimos fundamentalmente porque, aunque siempre aparecen en su obra personajes reales, recurría en ocasiones a las puestas en escena, de ahí la apariencia muy cuidada de sus composiciones y las poses clásicas de sus figuras, situadas a veces sobre naturalezas que se desdibujan.
En cuanto a técnicas, manejó Ortiz Echagüe el carbón directo sobre papel Fresson, que otorga a sus fotos casi un sello propio. Hay que recordar que el carbón era uno uno de los llamados procedimientos pigmentarios y que vivió su mejor momento a finales del siglo XIX, siendo la opción preferida por quienes se oponían a la estandarización de la fotografía industrial promovida por empresas como Kodak. Quienes empleaban el carbón no obtenían sus imágenes finales a partir de los negativos de la cámara, sino que habían de trabajar en pasos intermedios: tomando el negativo original, obtenían un positivo sobre soporte transparente, llamado interpositivo; este se proyecta en la ampliadora para lograr un negativo fotográfico en papel.
A partir de ese negativo de gran formato se obtiene la imagen final y esta se imprime sobre un papel emulsionado con varias capas de gelatina, dicromato potásico y los pigmentos de carbón, que se exponen a la luz solar en contacto con el negativo, provocando que la emulsión se vuelva más o menos insoluble en función de la luz recibida. En un baño final con agua y serrín, los pigmentos no insolubilizados por la luz se eliminan y así nace la imagen final. En suma, se trata de un procedimiento muy laborioso, que supone una pérdida progresiva de información en el paso de un soporte a otro pero que permite al fotógrafo trabajar de manera directa el aspecto de la copia final, que ofrece ricas tonalidades en una imagen muy estable. Ortiz Echagüe continuaría utilizando este método a su regreso a España, en 1915.
Coincidiendo con su abandono del ejército y sus inicios en la empresa (en 1923 fundó CASA), inició su proyecto España. Tipos y trajes, recuperando el espíritu de su labor en el Rif y atendiendo a tipismos y particularidades regionales, a la vertiente hundida en el tiempo de nuestras costumbres. Trabajó de forma sistemática, manteniendo composiciones muy clásicas e imprimiendo aún, como decíamos, sus imágenes al carbón.
La serie de trajes populares centraría su primer libro, que se publicó primero en Alemania como Spanische Köpfe (1929) y sería traducido en 1930 como Tipos y trajes de España. En adelante, continuarían apareciendo sucesivas ediciones ampliadas, hasta llegar a la duodécima en 1971 y, tras esa primera serie, desde 1934 se centró en otros proyectos. El primero de ellos fue España. Pueblos y paisajes; le seguiría España mística, en el que continuó su indagación sobre la figura humana y los modos de vida tradicionales, haciendo hincapié en procesiones, romerías, templos y en la vida y tradiciones monásticas. Por último, en 1956 apareció España. Castillos y alcázares, en el que seguiría profundizando en su labor de documentación de la cultura española desde un enfoque más abstracto: la figura humana apenas aparece y todo se centra en las arquitecturas populares o históricas y en la diversidad de paisajes de nuestro país.
Finalizada su tetralogía de libros sobre España, el fotógrafo pensó publicar un quinto volumen con el trabajo que había comenzado a realizar a principios de siglo en los territorios españoles del norte de África. A mediados de los sesenta viajó en varias ocasiones a Marruecos con ese fin y continuó fotografiando sus arquitecturas y paisajes, enlazando con las últimas series realizadas en la península. No llegaría a completar este último libro, pero en esas zonas realizaría las que hoy son algunas de sus imágenes emblemáticas.
En vida contó Ortiz Echagüe con gran reconocimiento internacional: su obra se expuso en el Metropolitan de Nueva York y, en 1935, la revista American Photography le consideró uno de los tres mejores fotógrafos del mundo en aquel momento. A finales de los noventa también le brindó una antología el Reina Sofía.
“José Ortiz Echagüe. Fotografías, 1903-1965. Fondos del Museo Universidad de Navarra”
Camino de Cabueñes, 261
Gijón, Asturias
Del 18 de julio al 3 de octubre de 2021
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