Desde Durero a Gerhard Richter, pasando por Leonardo, Rafael, Rembrandt, Goya, Toulouse-Lautrec, Picasso, Schiele o Vasarely, el Museo de Bellas Artes de Budapest cuenta con una relevante colección de dibujos y estampas fechados a lo largo de siete siglos, una de las más destacadas internacionalmente en lo que tiene que ver con estas técnicas. 150 de esas composiciones, seleccionadas por la diversidad de sus géneros, la innovación de su estética o sus soluciones formales, forman parte hasta mayo de una muestra en el Museo Guggenheim Bilbao que quiere poner de relieve la vigencia del dibujo en la plasmación más espontánea de ideas o emociones y su adaptabilidad a las exigencias de cada época y el peso histórico del grabado a la hora de difundir imágenes y facilitar la accesibilidad a las mismas, especialmente en el Renacimiento y la Reforma.
Doce secciones articulan esta exposición, que ha sido comisariada por Kinga Bódi y Marta Blávia y que recalca las conexiones entre las dos disciplinas; aunque esos apartados se estructuran cronológicamente, se ha pretendido trascender las etiquetas tradicionales para proporcionar aproximaciones más amplias a las posibilidades de estas creaciones en papel: por un lado, se encuentran representadas en el recorrido muy diversas técnicas tanto del dibujo (carboncillo, clarión, tinta china, acuarela, procedimientos mixtos) como del grabado (xilografías, serigrafías, calcografías, tecnologías digitales); por otro, se incide en la funcionalidad diversa de estos trabajos, desde los bocetos o estudios preparatorios en diverso grado hasta las composiciones autónomas, las experimentales o aquellas que avanzan ya hacia los terrenos de otras disciplinas. El objetivo último es que el espectador pueda descubrir hasta qué punto estas piezas, en buena medida consideradas menores en cuanto a su divulgación expositiva hasta hace unas décadas, han tenido un impacto a tener en cuenta en la cultura visual en su conjunto.
Conviene tener en mente que el dibujo fue la primera forma de expresión artística y que nunca ha perdido su carácter dinámico, y que el grabado, que emergió en el siglo XV y se consolidó en el Renacimiento, vino a transformar de forma evidente tanto la producción de imágenes como su expansión, y con ella también la circulación de ideas de las que sería catalizador, en el espacio y en el tiempo.

Se inicia la exhibición revisando la evolución de estas creaciones gráficas en los siglos XV y XVI; en sus inicios, estas composiciones fueron anónimas y es probable que tuvieran un uso colectivo en los talleres de artista. La proliferación de molinos de papel hacia 1400 tuvo mucho que ver con la expansión de la creación de dibujos y también fomentaría después la de estampas, ejecutadas las primeras con planchas de madera y paulatinamente, más tarde, con planchas de metal. Desde un principio estas obras tuvieron carácter religioso o seglar, y un capítulo importante lo protagonizaron los naipes.
Entre los primeros grandes grabadores se encontró el citado Durero, figura crucial para el conocimiento de las novedades del Renacimiento italiano en el norte de Europa y padre artístico de Cranach el Viejo y Hans Baldung Grien. De la mano de ese mismo artista floreció igualmente el interés por el paisaje y por la captación de escenas urbanas y naturales, una corriente que fructificaría en Brueghel el Viejo y sus seguidores, quien llevaron esos temas a dibujos, además de a pinturas. Ya en el siglo XVI, y en Italia, cobró importancia la representación del cuerpo humano, que tuvo en Leonardo y Rafael a dos de sus principales dibujantes: el primero desde el verismo, el segundo desde la idealización.

Una segunda sala de la exposición nos conduce desde el siglo XVII al XIX, y del norte europeo a Francia, Roma y Venecia. Si los autores holandeses observaron minuciosamente y con espíritu naturalista rostros y paisajes bajo la influencia del calvinismo y de la doctrina de la Iglesia, poniendo su grano de arena en el realismo después aplicado a bodegones y naturalezas, en Francia la creación de la Academia Real de Pintura y Escultura, impulsada por Charles Le Brun, supuso un hito en la enseñanza (europea) del dibujo, siendo sus temas fundamentales el desnudo masculino y la historia. Al Guggenheim han llegado obras de Poussin y Claudio de Lorena, que repercutirían en la estética neoclásica.
En cuanto a Italia, no perdió su relevancia artística en el siglo XVIII gracias a Tiepolo y a las vedute de Canaletto, extraordinariamente difundidas entre los viajeros europeos, mientras que William Hogarth o Goya se valieron de estas técnicas con fines de sátira y crítica social.


Subraya la exposición hasta qué punto el arte del siglo XIX, y desde luego sus dibujos y grabados, brotan de manera directa de la observación, nexo común de realistas e impresionistas: unos y otros utilizaron el dibujo para reproducir formas y trasladar esencias. Postimpresionistas (Van Gogh, Munch) y austriacos (Klimt, Schiele, Kokoschka) siguieron su estela en la exploración de la psique humana, en ocasiones derribando convenciones.
Finaliza este proyecto revisando el reflejo en dibujos y grabados de las tendencias anteriores y posteriores a la II Guerra Mundial, desde el expresionismo a la abstracción: ambos se consolidaron en el siglo pasado como prácticas autónomas, no tanto preparatorias, destinadas a la exploración y el descubrimiento. Antes de acabar nuestra visita, un capítulo documental nos permite ahondar en la historia, azarosa, de estos fondos húngaros, desde su atesoramiento primero por los aristócratas Esterhazy a su ampliación esforzada por los sucesivos directores y conservadores del museo de Budapest.


“Obras maestras sobre papel de Budapest”
Avenida Abandoibarra, 2
Bilbao
Del 28 de febrero al 25 de mayo de 2025
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