Por Juan Antonio Valentín-Gamazo
Tanto da que sea un museo (el del Prado, el del Romanticismo, el de Artes Decorativas son los últimos que he visitado), como que sea una exposición (la de Maruja Mayo, la de Marañón, la de los Pintores Impresionistas, por no citar más), el curioso visitante que quiere enterarse de lo que está viendo, siempre topa con graves dificultades para desentrañar los textos que aparecen en las que deberían ser tarjetas explicativas, que acompañan a cada elemento expuesto. El tamaño de la letra, su iluminación y muchas veces hasta el lugar en que se ha colocado dicha tarjeta (en ocasiones hay que arrodillarse para poder leer el texto), son ocasión de incomodidades, molestias e indignación de los visitantes. Si a eso se añade la absoluta falta de zonas de descanso, que tanto echan en falta las personas mayores, todo ello supone un verdadero suplicio para el que se siente atraído por estos lugares tan fundamentales para extender y popularizar la cultura, la historia y el arte.
Es inútil presentar un escrito de queja. A veces hasta contestan diciendo que se van a enmendar, pero todo sigue igual. Es inconcebible, por ejemplo, que en la exposición de Marañón en la Biblioteca Nacional, el cuchitril dedicado a la exhibición de un vídeo, sólo tiene asientos para ¡CUATRO! personas, sin otro espacio para gente de pie, y el vídeo dura cerca de una hora, con colas en el pasillo.
Juan Antonio Valentín-Gamazo. Madrid