Arte egipcio

Arte desarrollado en el valle del Nilo, habitado desde el Paleolítico.

Tras la unificación del Alto y del Bajo Egipto, la evolución del Egipto faraónico se divide en tres periodos: el Imperio Antiguo (2778 – 2263 a. C.), que abarca las dinastías III, IV, V y VI; el Imperio Medio (2065 – 1788 a. C.), cuyo núcleo fundamental lo forman las dinastías XI y XII, y el Imperio Nuevo, que comienza con la XVIII dinastía y la expulsión de los hicsos en 1580 a. C., que habían invadido el país en 1730 a. C.

Su arte, fundamentado en la religión y en sus ideas sobre la vida de ultratumba, en el carácter divino y sagrado del faraón, así como en la influencia del vivir agrario, se caracteriza por el colosalismo y monumentalismo de su arquitectura, por el hieratismo y frontalidad de sus esculturas y por la preponderancia del elemento lineal en su pintura.

La arquitectura se proyecta pensando en la eternidad, como una especie de prolongación de la vida en la tierra, donde el Ka (réplica inmaterial del cuerpo) puede seguir disfrutando del ambiente terreno. De estas premisas derivan acciones como construir en sus tumbas habitaciones para guardar todos los bienes, ornamentos y dones que contribuyan a alegrar la vida futura y la momificación.

Al hablar de arquitectura en Egipto, debemos referirnos a las construcciones que disfrutaron los faraones y las clases privilegiadas, de un lado; y de otro, a la de carácter eminentemente funerario: se trata de un arte de tumbas (mastabas, pirámides e hipogeos) y de templos, en los que todo gira en torno al Más Allá: se utilizan materiales con gran capacidad de resistencia, como adobe y piedra, y joyas para alabar y engalanar a los muertos.

Las formas estatuarias están subordinadas a la arquitectura, son funerarias, sólidas y duraderas; se guían por algunos convencionalismos no rígidos (frontalismo de cara, hombros anchos), se relacionan con el poder y manifiestan una perspectiva jerárquica, por lo que las figuras tienen distintos tamaños según su jerarquía social.

Las pinturas suelen decorar las paredes de tumbas, cámaras mortuorias y sarcófagos, tienden al realismo y la frontalidad y presentan contornos marcados. Se elaboraron con colores minerales aplicados a la cola sobre paredes de yeso blanco; abundan en ellas los colores planos, obedecen a los cánones del relieve y las figuras están situadas en franjas consecutivas.

Su temática se refiere al mundo funerario y a la vida cotidiana.