Cuenta Colm Toíbín, en La mirada cautiva, que tanto a Joan Miró como a Alexander Calder, antes y después de conocerse, les interesaban las relaciones (de tensión dramática) entre la mente que crea y el objeto creado: eran conocedores de cómo afectaban los colores puros al sistema nervioso y del impacto visual que podían suscitar las formas soñadas, las que brotan de las zonas más profundas de la consciencia. Cuando ambos iniciaron sus trayectorias, bajo el involuntario impulso de las teorías de Freud, Nietzsche o Jung, se consideraba que tonalidades y pinceladas podían ocultar tanto como desvelaban, que poseían una fuerza simbólica, y ambos autores advirtieron que lo que ocurría cuando cerraban los ojos tenía un poder de ese tipo.
Profundidades y superficies acabaron importándoles aproximadamente por igual y los dos apreciaron que aquella tensión que permite la creación se sitúa a medio camino entre la poesía y la geometría: su abstracción era un medio y no un fin; era útil para un propósito, pero no constituía un tema. Aunque la forma geométrica fuese interesante en sí misma, solo valía realmente la pena cuando cobijaba misterio y conducía a algo más, no si solo albergaba certezas. Por razones parecidas, se fijaban más en lo voluble de la energía que en la estabilidad, en el resplandor más que en la imagen fija: lo aparentemente simple, lo externo, había de servir para evocar el alma, la interioridad; terminaron atendiendo a imágenes que contenían o liberaban formas, y en estas cuando sugerían sueños, rebeliones internas, lo reprimido.
Más allá, compartieron también su tendencia a la fluidez y la intuición y un cierto modo de ser a la hora de bucear en la imaginación: cultivaron la modestia y el humor, la ligereza, y un peculiar sentido del tacto que manifestaron, por ejemplo, en su tratamiento de las superficies en blanco o de los vacíos; sabían cómo hacer que sus piezas respirasen, conjugar la plenitud cromática con la austeridad: rechazaban que sus trabajos fuesen complejos o densos únicamente para impresionar al espectador por esa ruta fácil. Y para ambos el acto de imaginar no implicaba limitaciones, sino búsquedas: en el caso del español, relacionadas con los sueños; en el del estadounidense, con la fragilidad y la liviandad.
Es evidente, asimismo, que los dos utilizaron elementos lúdicos -eran contrarios a la solemnidad, a la retórica pesada- y que supieron articular una iconografía personal, muy reconocible, pero que aún así parecía recién inventada en cada ocasión que volvían a crear una imagen.
Calder y Miró se conocieron en 1928, en París, en una etapa decisiva en la carrera de ambos, y mantuvieron contacto y amistad desde entonces, consolidando una relación que Joan Punyet Miró, nieto del catalán, ha calificado como mística. A priori, sus personalidades divergían -el primero era extrovertido, muy expresivo; el segundo, tímido y reservado-, pero, como hemos visto fue mucho más lo que los unió: se han llegado a describir los móviles de Calder como abstracciones mironianas en tres dimensiones.
Esa es la razón de que la Fundació Pilar i Joan Miró de Palma de Mallorca haya vuelto a reunirlos en una muestra, “Convidats”, abierta hasta el próximo marzo en su Espai Cúbic: cuenta entre sus piezas con dos stabiles del estadounidense, datados poco después de su encuentro, en 1931, que señalan rasgos característicos en sus creaciones futuras, como la aspiración al equilibrio y el manejo de la ingravidez. En esta etapa, la producción de Calder se encaminaba hacia la abstracción y también a la apertura a la tercera dimensión, mientras el rumbo de Miró se centraba en exploraciones espaciales y formales distantes de su figuración primera. En cualquier caso, los dos dejaron hasta cierto punto de lado la observación de lo externo como punto de partida para emprender obras que habían de constituir universos por sí mismas, siendo secundarios sus referentes concretos o haciéndose estos dependientes de la interioridad de cada uno.
Cuando Miró acababa de finalizar las veintitrés piezas que forman parte del conjunto Constel.lacions, que había comenzado en Varengeville-sur-Mer en 1940 (allí se había reunido con Calder) para continuarlo entre Mallorca y Mont-roig, el estadounidense llevó a cabo sus propias Constellations, en 1943 en Roxbury, Connecticut. Era solo cuestión de tiempo que ambos se dejaran llevar por la seducción de los cuerpos celestes, cuyos movimientos resultan aparentemente aleatorios al contemplador profano pero obedecen a reglas estrictas. En la Fundació podremos ver una selección de Constelaciones extraídas del libro de artista publicado por André Breton, en 1959, con reproducciones en pochoir de los gouaches originales del español.
Otra gran ocasión de reencuentro se la proporcionó el encargó a Miró de un mural, a finales de esa década de los cuarenta, para el Terrace Plaza Hotel de Cincinnati, pues hubo de viajar el artista, con ese motivo, en sucesivas ocasiones a Estados Unidos, y Calder también diseñó uno de sus mayores móviles para ese lugar; fue uno de los primeros proyectos que permitió a ambos sacar su obra a la calle de manera que pudiera ser vista por un número lo más amplio posible de personas. Pronto, en 1948-1949, llegó otro: el mural Scrolls, al que igualmente se sumaron los dos y del que en esta exposición se recogen pruebas mironianas.
En los años siguientes las confluencias entre ambos fueron casi constantes: desde el proyecto de la Fondation Maeght, en el que pudo materializarse una unión muy anhelada entre arte y arquitectura, hasta la inauguración de la Fundació Joan Miró barcelonesa, a la que Calder donó su Fuente de Mercurio, evocadora de sus momentos compartidos en París y Barcelona, de las representaciones del Circo en Mont-roig, las exposiciones de ADLAN y el Pabellón español en París de 1937.
Mientras Calder depuraba sus composiciones, que devenían prácticamente signos en el aire, Miró exploraba los vacíos y las huellas apenas visibles que la obra de arte deja en los espacios que ocupa y en quien la ve; estudiaban la posibilidad, en último término, de que el mundo entero pudiese ser contenido en un objeto. La parquedad, en su caso, confiere fuerza trascendente.
Calder & Miró. “Convidats”
Carrer de Saridakis, 29
Palma de Mallorca
Del 18 de septiembre de 2024 al 30 de marzo de 2025
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