Desde hace tres veranos, la Galería Rafael Pérez Hernando de Madrid viene mostrando proyectos artísticos de los autores que representa en la abadía cisterciense de Bujedo de Juarros (Burgos), que se fundó en la segunda mitad del siglo XII y mantuvo su actividad monástica hasta la Desamortización de Mendizábal en 1835. Su arquitectura fue después abandonada hasta acometerse su restauración hace algunas décadas, una intervención esa reconocida con el Premio Europa Nostra, en 1981.
Desde el pasado junio, el artista cuya producción nos espera en Santa María de Bujedo es el turinés Giorgio Griffa, que bajo el título de “materia spirituale” expone telas que entran en relación con la depuración y el silencio propios de este lugar. Nacido en 1939, Griffa dejó a un lado la figuración en 1968 para adentrarse en las posibilidades del trabajo con el signo como emblema del lenguaje ancestral y sin fronteras de la pintura; ha declarado que ese gesto antiguo y primordial significa abrazar al menos los últimos diez mil años de memoria, contaminar el tesoro inmenso e inestimable de la tradición, trayéndolo al presente.
Genera el italiano ritmos a partir de la repetición de signos que articulan secuencias, que remiten al devenir continuo de la vida y la naturaleza y también al gesto constante de la mano en su trazo: en un tiempo en que en su país dominaban las tendencias artísticas lo conceptual y lo povera, él defendió las opciones de la pintura para ahondar en reflexiones filosóficas y humanísticas y no se cansaba de aprender de Giotto. Su apuesta por el retorno a las fuentes tempranas del lenguaje la desarrolló sobre lienzos naturales que desplegaba en el suelo de su estudio.
En el transepto de la abadía encontraremos Dioniso, obra que debemos entender como hermana gemela de la que Griffa creó en 1980 para la Bienal de Venecia y que pertenece a su serie Transparenze: consta de fragmentos ejecutados con transparencias, de signos que se yuxtaponen y conectan entre sí. Aquí se relaciona con Spirale, pieza de 2023 que se ha dispuesto al otro lado del transepto y que incorpora la referencia del número áureo, símbolo de la perfección en la naturaleza e infinito, como infinitas podrían ser las composiciones de este autor, que carecen de marco en sus presentaciones.
En la antigua cilla del monasterio nos espera Nurkoszop (2019), trabajo de la serie Shaman que pudo verse en la 34ª Bienal de Sao Paulo de 2021 y que aquí se pone en relación con la repetición y el ritmo presentes en los signos de la puerta mozárabe, datada a inicios del año 1500. Esta serie incorpora la palabra como signo y los pliegues del lienzo le aportan un carácter más escultórico.
El catálogo de aquella Bienal, por cierto, enlazaba en la misma doble página a Griffa y Giorgio Morandi: ambos artistas se centraron en temáticas sencillas de las que prácticamente no se despegaron; el boloñés llevó a cabo bodegones domésticos con ecos existenciales, el de Turín los mencionados despliegues de signos como base de historia y de lenguaje.
Además, Griffa menciona frecuentemente en sus escritos la figura del antihéroe, en contraposición a la del artista creador muy ensalzado. Él se considera transmisor de ese legado humilde de los signos, que a través de su cuerpo sobre el lienzo, su mano y colores, recoge sobre las telas.
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