Nunca, hasta este momento, la figura de Luis Paret (1746-1799) había sido tratada con el detenimiento que merece. Pintor coetáneo de Goya —nacieron en el mismo año y fueron nombrados el mismo día académicos de mérito por la Academia de Bellas Artes de San Fernando—, la suya representa, sin embargo, una pintura radicalmente opuesta, aunque complementaria, a la del aragonés.
Sus circunstancias personales, marcadas por un largo exilio en Puerto Rico y Bilbao, ahogaron su prometedora carrera en España. Y a su regreso, la exitosa trayectoria de Goya no solo no ayudó a su consolidación sino que acabaría eclipsándolo.
Tampoco la historiografía parecía estar de su lado y nunca demostró un gran interés por entender su obra. Quizás tuviera algo que ver el hecho de que su estilo refinado y cosmopolita, y su afinidad a la tradición del Rococó francés que le valió el sobrenombre del “Watteau español”, fuera visto como algo ajeno a nuestra historia, incluso como algo negativo.
La realidad a día de hoy es otra y especialistas como Gudrun Maurer, comisaria de la exposición que acaba de abrirse en el Museo del Prado, se atreven a situar la pintura de Paret a la misma altura que la de Goya por su calidad técnica y originalidad. Por su parte, el director del Museo, Miguel Falomir, señala que no fue “ni más ni menos importante, pero igualmente necesario para entender la España de la segunda mitad del siglo XVIII. Quedarse solo con la obra de uno sería tener una visión muy fragmentada de la realidad”. Si el aragonés nos mostró la alta nobleza y las clases más populares, la visión de Paret, más culto y más comprometido con la ciencia y con las ideas de la Ilustración, se centró en la sociedad burguesa de nuestro país.
Hasta el 21 de agosto podemos recorrer su obra en esta monográfica que da cuenta de la diversidad, riqueza y eclecticismo de su pintura. Dividida en nueve secciones, organizadas temática y cronológicamente, reúne más de 80 obras, entre las que se encuentran la mayor parte de sus pinturas y una selección de sus dibujos.
CONOCIENDO A PARET
Nacido en Madrid el 11 de febrero de 1746, Paret se formó en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde en el año 1766 coincidió con Goya en los concursos de pintura. Mientras que aquel se presentó a la categoría de mayor dificultad, el concurso de primera clase, y no obtuvo ningún voto, Paret participó en el de segunda clase y consiguió el máximo galardón por unanimidad. Ese primer éxito lo llevaría a iniciar una prometedora carrera en la corte de Madrid, que culminó en 1774 cuando el infante don Luis lo nombró su pintor. Es una etapa en la que Paret demuestra su singularidad y su capacidad para tratar de forma original y con maestría técnica las temáticas más novedosas del momento: la vida en la corte, escenas de baile o de tocador que reflejan detalles de la sociedad burguesa del momento, así como algunos asuntos clásicos que reflejan también su asimilación del estilo neoclásico aprendido en sus años de formación en Roma. Es el momento en el que empieza a introducir en sus pinturas pequeños personajes a los que consigue dotar de numerosos detalles, demostrando su habilidad como retratista, así como de pintor de paisajes.
Son representativas de esta etapa obras como Baile en máscara, La tienda de Geniani, Las parejas reales o la icónica La Puerta del Sol, en la que Paret captó con maestría el ambiente comercial y de ocio, así como la variada extracción social de los personajes.
Como pintor de cabecera del citado infante don Luis, hermano del rey Carlos III, realizó numerosos encargos hasta 1775, año en que fue desterrado a Puerto Rico por el monarca, acusado de procurar relaciones amorosas a su protector. Antes de eso, sin embargo, llevaría a cabo una serie de dibujos de las especies animales que el infante conservaba en su Gabinete de Historia Natural, en su residencia en Boadilla del Monte, donde además tenía ejemplares vivos. En la exposición podemos ver varios de esos magníficos dibujos.
Otro de los apartados de la muestra está dedicado a su faceta de retratista, en la que de nuevo destaca por su exquisitez técnica. Los retratos de su esposa, sus hijas e incluso varios autorretratos que cuelgan en las salas del museo nos permiten apreciar su caracter íntimo y el gusto del artista por el detalle.
En 1778 Paret regresa a España y se establece en Bilbao, donde permanecerá hasta 1789, cuando, tras el fallecimiento del rey, puede por fin regresar a Madrid.
Siguiendo el orden cronológico que nos ofrece la exposición, nos encontramos con otra de las obras capitales dentro de su trayectoria: La circunspección de Diógenes (1780), que abre la quinta sección del recorrido. Esta escena en la que conviven figuras de la mitología clásica y de la tradición bíblica relacionadas con el Inframundo, reportó a Paret el honor de ser nombrado académico de mérito de la Academia de Bellas Artes de San Fernando (Goya recibiría, como dijimos, el mismo nombramiento ese día, en su caso gracias a su Cristo crucificado).
La obtención de este título abrió la puerta a Paret para acceder a nuevos encargos públicos y privados, varios de ellos de carácter religioso, que le permitieron desarrollar una nueva perspectiva dentro de su carrera. Gracias a su inteligencia y virtuosismo consolidó un nuevo estilo que aunaba de forma armoniosa poderosos recursos barrocos y elementos neoclásicos impuestos desde la Academia, a los que sumaría su gusto por los tonos pastel o por adornos como las rocallas.
También cultivaría el artista el gusto por las escenas amorosas, ya fuera en su forma idealizada o cotidiana. Coincide este momento con su estancia en Bilbao, desde finales de 1778 a 1789, y encontramos pinturas y dibujos dedicados a asuntos mitológicos y bucólicos así como de galanteo, gracias a la complicidad de criadas y celestinas. Llama la atención en estas obras de género el cambio frente a su primera etapa madrileña en cuanto a que las escenas ya no son tan multitudinarias y se centran en figuras más individualizadas y con mayor peso psicológico. Son representativas de este momento Joven dormida en una hamaca, El triunfo del amor sobre la Guerra II o La celestina y los enamorados.
De su etapa bilbaína son también una serie de paisajes de Vizcaya, algunos de los cuales fueron encargos de Carlos III en 1786 para conocer los enclaves portuarios del Cantábrico, así como anteriormente del Príncipe de Asturias, el futuro Carlos IV. Gracias a estas vistas, Paret recuperó su sueldo y su prestigio en la corte.
Poco después, en 1789, Paret se traslada a Madrid para realizar el encargo de pintar la jura como heredero de la Corona de don Fernando, Príncipe de Asturias, en la iglesia de San Jerónimo. Concluido en 1791, el cuadro le valió su nombramiento como vicesecretario de la Academia de San Fernando y secretario de su Comisión de Arquitectura. Sin embargo, la fuerte competencia artística que existía en ese momento en la corte no le permitió acceder a encargos de importancia, por lo que durante el resto de su trayectoria, hasta su fallecimiento en 1799, centró su actividad en los dibujos y las ilustraciones para libros y estampas de muy distintas temáticas.
El recorrido por la exposición nos permite adentrarnos en la obra de un pintor sobresaliente al que, casualmente, le tocó compartir cronología con uno de los grandes genios de la pintura universal, motivo por el que quizás su nombre haya quedado relegado a un segundo plano en la historia del arte español. Sin duda, merece la revisión que ahora le brinda la pinacoteca madrileña, donde se conservan 12 de sus pinturas y 25 dibujos.
“Luis Paret y Alcázar (1746-1799)”
Paseo del Prado s/n
Madrid
Del 24 de mayo al 21 de agosto de 2022
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