Veintiséis años después de la muerte prematura de Luigi Ghirri, y en colaboración con el Jeu de Paume francés y el Folkwang Museum de Essen, el Museo Reina Sofía nos presenta la primera retrospectiva fuera de Italia de este fotógrafo autodidacta que también fue escritor y teórico de las imágenes y que siempre se movió entre ellas desde la curiosidad y la intuición, conjugando juego y pensamiento.
Ese doble rol lúdico e intelectual de su obra se aprecia claramente en esta antología, en la que predominan los fotomontajes (qué es el mundo sino el más grande de ellos, opinaba Ghirri), pero también se articula un discurso riguroso ligado a la noción –tan cultivada por los artistas contemporáneos y presente en la línea expositiva del Reina Sofía– de atlas, de archivo y de cartografía de lo cotidiano. En su caso, además de a ese impulso creativo compartido, ese vocabulario territorial se debe a su oficio primero: fue topógrafo y su producción fotográfica más cohesionada –por más que trabajara siempre de forma abierta– la desarrolló en la década de los setenta, periodo en el que se centra “El mapa y el territorio”, la muestra que mañana abre al público el MNCARS. Su título está tomado de aquella novela de Houellebecq dedicada a un artista del siglo XXI que alcanza reconocimiento gracias a sus fotos de los mapas de las guías Michelin, y luego explicaremos más la relación.
En un principio, Ghirri fotografiaba sobre todo los fines de semana, mientras caminaba por las calles de Módena, ciudad cercana a su Scandiano natal, y se fijaba en temas eminentemente urbanos, muy pegados al suelo: vallas publicitarias, puertas y ventanas abiertas y cerradas, detalles anecdóticos de los edificios, persianas, andamios…Su mirada hacia ese entorno cercano y cotidiano era tan amable como suavemente irónica: captaba las modificaciones humanas en el paisaje y las incipientes formas de vida modernas desde un enfoque más cercano a lo conceptual que a la crítica social, pero sobre todo a la mirada del ciudadano que explora el lugar donde habita con ojos curiosos.
Todo parecía interesarle: la arquitectura efímera de las celebraciones de provincias, los objetos considerados kitsch, en los que él no encontraba mal gusto sino representaciones de deseos aspiracionales; paisajes y escenarios que evocan deseos y frustraciones colectivas, ventanas, espejos, palmeras, estrellas, libros, museos, globos terráqueos y también seres humanos convertidos a menudo en observadores observados, en turistas fotografiados. A muchos de ellos los retrató mientras contemplaban otras imágenes o mapas, abriendo así en nuestra percepción de esos individuos un número infinito de posibilidades.
Al final de esa década de los setenta, ya había acumulado Ghirri miles de vistas y fotomontajes y también había logrado dotarse de un estilo reconocible y de un marco conceptual definido. Quedó claro en la publicación Kodachrome (1978), un libro formado por imágenes emparejadas y tituladas en función de su lugar y año, compuestas a partir de la superposición de lugares encontrados y construidos, y, un año más tarde, en la excepcional muestra “Vera Fotografia”, que pudo verse en el centro de exposiciones de la Universidad de Parma y que permitió al público adentrarse en su forma de pensar y mirar a partir de catorce series.
Son las mismas que articulan “El mapa y el territorio”, bajo el comisariado de James Lingwood, quien ha explicado hoy cómo la fotografía de Ghirri elude tanto la óptica social (y su habitual compañero entonces, el blanco y negro) como el drama, el incidente y la emocionalidad. Tomó en aquellos años múltiples direcciones, esbozando múltiples preguntas e interesándose más por ellas que por sus respuestas. Por esa mencionada influencia de su labor bien conocida como topógrafo y observando sus motivos siempre de frente, trazó con su cámara límites, delineó territorios, se fijó en árboles, nubes y suburbios y en esos lugares de los mapas que, vistos desde muy cerca, dejan de ser escenarios físicos para convertirse en poéticos.
Además de esa Italia ajena a las convulsiones romanas que caminaba hacia la modernidad sin dejar de lado las tradiciones, le interesaban los lugares construidos de forma ficticia, como las recreaciones de montañas de cartón piedra o la Italia in Miniatura de Rimini, un parque temático que fotografió a la vez como lugar real y como ficción absoluta.
Jugó a fondo con los encuadres, que todo lo transforman en sus trabajos (pasó su vida profesional al completo mirando a través de visores); también con las escalas, los dobles desenmascarados y los viajes en el espacio y el tiempo: no son otra cosa sus líneas de bombillas en primer plano frente a las montañas.
Hasta tal punto dedicó su trayectoria como fotógrafo al poder de las imágenes y a su valor para mapear el mundo, que también brindó varios trabajos (reunidos aquí en la sección Still life) a las vidas múltiples de las fotografías en el mundo, a lo que ocurre cuando se ponen en circulación. Ponen punto y final a la muestra junto a las agrupadas como Identikit: algunas de las escasas imágenes que dedicó a interiores, en este caso a sus libros, discos y objetos, componiendo un autorretrato íntimo e intelectual.
No busquéis aquí ni inmediatez, ni pureza ni grises: decía Ghirri que la realidad se está transformando en una fotografía colosal y que el fotomontaje ya existe, y se llama mundo real. Afirmaba también que fotografiaba en color porque el mundo es así y el cine ya también lo era (y porque no le importó aproximarse al amateurismo dada su nula pretenciosidad).
Subyace en el conjunto de su obra una reflexión sobre nuestra actual –más profunda ahora que entonces– vivencia del mundo a través de sus simulaciones, sobre las distancias y cercanías entre la vivencia directa y la experimentada a través de la imagen. No podemos saber cuáles hubieran sido sus lecturas del imperio del selfie y el narcisismo en redes, pero probablemente hubiesen conjugado humor y leve acidez. Sus textos recogidos en el catálogo de la exposición pueden darnos pistas.
“Luigi Ghirri. El mapa y el territorio”
MUSEO NACIONAL CENTRO DE ARTE REINA SOFÍA. MNCARS
c/ Santa Isabel, 52
Madrid
Del 25 de septiembre de 2018 al 7 de enero de 2019
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