La primera ocasión, y quizá la más importante, en que un episodio fundamental del arte contemporáneo quedó condensado en una fotografía llegó en 1950: la imagen nos la brindó Nina Leen en Life y retrataba a quince de los dieciocho artistas que, aquel año, protestaron públicamente contra el Metropolitan Museum of Art de Nueva York, buque insignia de los museos de la ciudad y del mundo, por considerar retrógrados sus criterios expositivos. Sin muchos de aquellos autores no podríamos entender el arte del presente, así que efectivamente sus trabajos eran futuro: se trataba de William Baziotes, James Brooks, Fritz Bultman, Willem de Kooning, Jimmy Ernst, Adolph Gottlieb, Hans Hofmann, Weldon Kees, Robert Motherwell, Barnett Newman, Jackson Pollock, Richard Pousette-Dart, Ad Reinhardt, Mark Rothko, Theodoros Stamos, Hedda Sterne, Clyfford Still y Bradley Walker Tomlin.
La controversia comenzó cuando el centro puso en marcha un concurso nacional de pintura que habría de derivar en una exposición en sus salas con las piezas de los seleccionados: “American Painting Today: 1950”, estableciéndose un jurado propio en cada uno de los estados de EE.UU. Estos dieciocho artistas consideraron que las elecciones del jurado correspondiente al estado de Nueva York obedecían a criterios anclados al pasado y decidieron organizar un encuentro, de tres días de duración, en el que debatir el estado de la cuestión y el futuro del arte contemporáneo norteamericano y cuestionar cómo debían ser llamados, e interpretados, quienes defendían postulados “avanzados”.
Al término de esos tres días de discusiones, Gottlieb puso de manifiesto la necesidad de tomar decisiones, de volcar su repulsa hacia la ausencia de innovación en las muestras del MET en forma de acciones. Finalmente, y junto a cinco autores más, decidieron escribir una carta, meticulosamente elaborada y respetuosa, al presidente del Museo, Roland L. Redmond (que no llegó a contestarla); también enviaron la misiva a The New York Times. Su sorpresa llegó cuando el periódico no la publicó en su sección de arte sino en portada, y cuando el diario “rival” Herald Tribune se sumó a la polémica, contestando en un artículo tanto a The New York Times como a los artistas rebeldes, a quienes bautizó como irascibles, apodo que quedó para la posteridad.
El Metropolitan, finalmente, abrió “American Painting Today: 1950” tal como la exhibición se planteó en inicio, pero el siguiente paso de la victoria de los irascibles en el tiempo llegó de la mano, como avanzábamos, de la revista Life, que decidió hacerse eco de este capítulo polémico y crucial en la historia reciente del MET y de la pintura estadounidense, comparándolo con el rechazo de los impresionistas en el Salón oficial francés y su decisión de exponer de forma independiente como colectivo. La foto, como decíamos, corrió a cargo de Nina Leen, que ya llevaba tiempo trabajando para Life, y se negociaron todos sus detalles: se evitó que estos autores posaran portando sus obras (evitando que fuesen considerados artesanos) o en las propias escaleras del MET (como si no tuvieran derecho a mostrar su producción en sus salas). La imagen se tomaría en un aséptico estudio propiedad de la revista, y las poses de los quince pintores retratados fueron libres: Leen evitó darles indicaciones temiendo que se echaran atrás. Alguno de ellos, en efecto, parece especialmente incómodo con el hecho de aparecer en los medios, manifestándose ante el público, en lugar de dedicarse a pintar: nos referimos sobre todo a Rothko.
De la docena de fotografías que Leen tomó, en Life eligieron aquella en la que los artistas se mostraban más serios, con aspecto de enfadados, y la obra se convertiría en icono: en retrato extraoficial de la Escuela de Nueva York, aunque algunos de sus miembros, como Franz Kline, no aparezcan. Solo forma parte del grupo una mujer, Hedda Sterne, autora de origen rumano (y esposa de Saul Steinberg) que había llegado a Nueva York en 1941 y que más tarde se lamentaría de ser recordada solo gracias a esta imagen y no en base a sus siete décadas de trayectoria.
La Fundación Juan March exhibe ahora, bajo el comisariado de Manuel Fontán, Inés Vallejo y Bradford R. Collins, abundante documentación referida al reflejo en los medios estadounidenses de este episodio, que nació como anécdota y se convirtió en protesta esencial, y dieciocho pinturas representativas de la concepción artística de cada uno de los pintores que se sumaron a la queja. Tres de ellas, hay que subrayarlo, proceden del propio Metropolitan, que no suele realizar demasiados préstamos, y el gesto prueba, como ha recalcado Fontán, que cuanto mayor y más relevante es la acusación a la institución museística, mayor puede ser la voracidad con la que esta la engulla: el mismo centro que rechazó a estos autores hace setenta años hoy los acoge y realza.
El montaje del proyecto es peculiar y tiene significado propio: en la sala donde se exhiben las dieciocho pinturas, nada recuerda la capacidad consagratoria propia de los museos; se ha optado por la madera (abedul y pino seco) en lugar de por el célebre y aséptico cubo blanco, con el fin de acercar este espacio al de los estudios de los artistas o sus galerías, allí donde ellos trabajaban y exponían antes de alcanzar su gran reconocimiento. Aunque uno de ellos había comenzado a cosecharlo poco antes y en algo tuvo que ver Life: esa publicación dedicó en 1948 a Pollock el artículo ¿Es este el artista más importante del mundo?, que influiría notablemente en su carrera y disparó su proyección y sus ventas. A veces, los medios también consagran.
“Los irascibles: pintores contra el museo. Nueva York, 1950”
c/ Castelló, 77
Madrid
Del 6 de marzo al 7 de junio de 2020
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