Este 2020 se cumplen cuarenta años de la muerte en Gallifa de Josep Llorens Artigas, el escultor barcelonés que conjugó con maestría clasicismo y contemporaneidad en piezas cerámicas que nos continúan seduciendo por su pureza y simplicidad. Formado en la Academia Francesc Galí, uno de los centros conocidos en Barcelona por su libre enseñanza, y después en el Cercle Artistic de Sant Lluc, donde coincidiría con Joan Miró, Joan Prats y Gaudí, fue asimismo uno de los primeros miembros de la Escola dels Bells Oficis, germen del noucentisme catalán, y en este último espacio es donde comenzó a interesarse por el torno.
A partir de 1916, ampliaría conocimientos y experiencia sobre la cerámica en París: sus viajes a la capital francesa serían cada vez más frecuentes, sobre todo en los veranos, hasta que en 1924 decidió instalarse allí, contando ya con un nutrido grupo de amistades vanguardistas, como Raoul Dufy, Pablo Gargallo, Albert Marquet y Georges Braque. Su prestigio en el país vecino, donde viviría hasta los cuarenta, llevó a que la UNESCO le encargara, en 1955, la decoración de su nueva sede, para la que Llorens Artigas realizó dos murales cerámicos.
Muy poco después recibió el artista el Gran Premio internacional de la Fundación Guggenheim y a ese galardón le sucedieron otro buen número de encargos: un mural en la Universidad de Harvard (1960), el Handels-Hochschule de Saint Gall (1964), el del Guggenheim de Nueva York (1966), el del Aeropuerto de Barcelona (1970), el de Osaka (1970), el de la Cinemateque de Paris (hoy instalado en el Museo de Vitoria) y el gran conjunto de piezas que llevó a cabo para el laberinto de la Fundación Maeght de Saint Paul de Vence, también en Francia. Sus últimos trabajos se fechan en los setenta.
Hasta el próximo febrero, Elvira González presenta su primera muestra dedicada al artista, una exhibición que subraya su rol como renovador de la cerámica en nuestro país y en el ámbito de la vanguardia y que recuerda cómo, además de recoger en su trabajo el espíritu noucentista, estudió a fondo la estética propia de la época de la dinastía china Song.
En ese medio, el de la cerámica, desarrolló fundamentalmente Llorens Artigas el grueso de su trayectoria, reivindicando constantemente sus raíces y subrayando su rol como continuador de una extensa tradición mediterránea: Yo recojo la forma primitiva: la que da el torno. Así, las formas de mis trabajos se emparentan con las de las cerámicas primitivas de todos los países y todas las civilizaciones, y de mi no tienen sino el haber salido de mis manos. Mi trabajo inventivo y personal está en los esmaltes y los colores: aquí si que busco lo nuevo. Tendía a minimizar o eliminar en sus piezas atisbos ornamentales en pos de la depuración en el manejo de esos tonos.
En la galería madrileña se ha reunido una selección de obras datadas desde 1936 (cuando aún residía en París) y pertenecientes a diversas etapas: contemplando su evolución apreciaremos su perseverancia en las formas heredadas y el desarrollo de su estilo en acabados, texturas y cromatismo. Su material preferido fue el gres, tipo de arcilla que incorporaba figulina, sílice y arenas cuarzosas y en cuyas posibilidades investigó durante décadas.
Aprovechando su densidad, su opacidad y su carácter impermeable, creó con él trabajos resistentes y refractarios. En su estado natural, la arcilla de gres es gris, pero tras la cocción deviene marrón claro o beige y los primeros ejemplos de cerámica con este material los encontramos precisamente en la citada dinastía Song; a Alemania llegarían en el siglo XV. Dos siglos después, se produciría en Inglaterra una forma de gres esmaltado con sal.
Para entender el papel pionero de Llorens Artigas en esta disciplina, hay que recordar que, hasta entrado el siglo XIX y sobre todo hasta comienzos del XX, la cerámica era considerada en Europa un arte menor que no podía competir en calidad con la desarrollada en China, Corea o Japón. Entre quienes primero la cultivaron como práctica artística se encuentra el francés Ernest Chaplet, tras descubrir la relevancia del gres oriental: fue él quien invitó a Paul Gauguin a producir cerámicas en 1886. Algo después destacó, también en el país vecino, André Methey, que colaboraría con Matisse, Vlaminck o Derain. En su estela, el catalán incidiría en su autonomía artística frente a su consideración secundaria o dependiente respecto a la escultura.
“Llorens Artigas. Cerámicas”
c/ Hermanos Álvarez Quintero, 1
Madrid
Hasta febrero de 2021
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