Si Jorge Luis Borges consideraba relativamente fácil convertirse en un buen escritor, y tremendamente complicado ser un lector de talento, las obras de Liliana Porter, bonaerense como él, nos retan a que seamos paulatinamente mejores espectadores, a que superemos la barrera de la observación para trasladar lo que encontramos en sus pinturas, esculturas o instalaciones a nuestros propios campos de interés, extrayendo quizá conclusiones personales o lecturas creativas.
El año pasado la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre – Real Casa de la Moneda le concedió el Premio Tomás Francisco Prieto de Medallística en reconocimiento tanto a su trayectoria internacional como a la diversidad de técnicas que ha empleado (dibujo, grabado, fotografía, escultura) en su reflexión sobre los métodos de reproducción y las posibles fronteras de la representación. Actualmente predominan en sus creaciones la fotografía, el vídeo, los collages y las pequeñas instalaciones: figuritas y recuerdos discretos tomados de sus viajes -con trasfondo histórico y geográfico- que dispone sobre fondos vacíos monocromáticos para aludir a cuestiones filosóficas y estados emocionales. Ese galardón está dotado con 20.000 euros e implica el compromiso de diseñar una medalla que después es acuñada por esta institución, además de una antológica en el propio Museo Casa de la Moneda, que podemos visitar hasta marzo de 2025 y lleva por título “Huellas y vestigios”.
Comisariada por Agustín Pérez Rubio, director del MALBA argentino hasta el pasado noviembre (Rodrigo Moura ha tomado su relevo), esta exposición abrió sus puertas justo cuando se clausuraba “Otros cuentos inconclusos“, su última exhibición en Espacio Mínimo, su sala habitual, así que este otoño nos ha proporcionado una doble ocasión de introducirnos en la capital en los juegos lúdicos a la vez que significativos de esta artista, que maneja para sus fines tanto el espacio como las proporciones desde la ironía fina, la sutilidad y una intensidad expresiva que no demanda grandes tamaños ni evidencias provocadoras.
Defiende Porter que el mundo, el relato de la historia y de nuestro tiempo, necesita ser narrado desde enfoques alternativos que quiebren los órdenes establecidos, por eso busca, sea cual sea la disciplina que maneje, romper y desordenar situaciones y comportamientos dados, proponer formas nuevas de entender el tiempo y el espacio y construir lenguajes que puedan responder desde la flexibilidad a entornos cambiantes. Recalca que sus objetos son lo que materialmente vemos, pero también la memoria que albergan, la idea que de ellos tenemos quienes los contemplamos y sus implicaciones emocionales; todo tiene para esta autora, que se define a sí misma como postconceptual, una vertiente real y otra virtual, y a ella le interesa, más bien, profundizar en la segunda.
Despliega habitualmente en sus propuestas una mirada de extrañamiento hacia el entorno, que recrea desde lo pequeño resaltando sus potenciales dimensiones atemporales y abstractas, intentando conjugar todos los lugares y todos los tiempos y buscando fundir lo que un objeto o figura es y su plasmación plástica, es decir, difuminar los límites tan debatidos entre lo real y lo representado. Si en la sala de Doctor Fourquet pudimos ver la instalación La barrendera apropiándose prácticamente de todo el espacio expositivo (una mujer reparaba los desaguisados de un hombre con hacha destruyéndolo todo, como metáfora del tiempo, de la memoria, de lo que se construye y reconstruye durante la vida), este nuevo montaje cuenta con piezas representativas de todas las etapas de su trayectoria, varias inéditas en España y articuladas en cinco secciones: Dejar rastro: potencialidad de una acción; Líneas de tiempo; Naturalezas muertas: entre el desorden, el colapso y la vuelta a la normalidad; Hilando en perspectiva; y Desestabilizar la representación: Arruga del papel al cubo blanco.
Se fechan estos proyectos desde los años sesenta y dan testimonio de las implicaciones poéticas y conceptuales de las que Porter dota a los materiales y de sus peculiares caminos para entrelazar geometría y humor a través de gestos con los que necesariamente podrá comulgar el espectador, dada su raíz completamente cotidiana; el terreno de reflexión de Porter es el de la mundanidad, sus excesos y paradojas. Del recorrido forma parte la medalla que la argentina realizó tras ser galardonada en 2023: una pieza en oro y sin título que se incorporará a los fondos de la Casa de la Moneda. Esther Ferrer, su sucesora en la convocatoria, llegará a estas instalaciones en 2025.
Liliana Porter. “Huellas y vestigios”
C/ Dr. Esquerdo, 36
Madrid
Del 7 de noviembre de 2024 al 9 de marzo de 2025
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