LEE MILLER
Del 8 de mayo al 16 de agosto de 2015
Cuando los aliados liberaron París en 1944, Lee Miller llegó a la capital francesa para documentar el momento como corresponsal del ejército americano y comentó a la directora de la edición británica de Vogue: no seré la única reportera en París, pero si la única dama fotógrafa, a no ser que llegue otra en paracaídas.
Antes se había iniciado como fotógrafa surrealista en el París de 1929, abriendo allí su propio estudio, y había sido musa de Man Ray, que la retrató diseccionando su cuerpo en múltiples fotografías. Aunque el artista surrealista popularizó la técnica de la solarización, fue ella la primera en aplicar este procedimiento experimental que permitía, quizá más que ningún otro, subrayar el lado más paradójico y enajenado de la realidad. Se supone que varios trabajos firmados por Ray son en realidad de Lee.
Aunque sus imágenes propiamente surrealistas son hoy las más populares, también realizó fotografía de moda, de viajes (confiriendo a los paisajes unas sugestivas formas ambiguas que recuerdan las del arte modernista), retratos y, por supuesto, fotografía bélica, vertiente esta última de su obra en la que se centra la exposición que hasta el 16 de agosto presenta la Albertina vienesa y que cuenta con un centenar de obras.
Como bien decía ella, en su tiempo apenas hubo reporteras gráficas, y Miller consiguió fotografiar, desde una mirada aparentemente neutra pero muy volcada en el reflejo de la desolación, las desastrosas consecuencias de la II Guerra Mundial en 1940, el ataque a Londres por la Luftwaffe alemana y la citada liberación de París, la Viena devastada por el conflicto en 1945 y la penosa situación de los hospitales infantiles entonces. Buena parte de estas imágenes son inéditas y se exponen ahora en la capital austriaca bajo el comisariado de Walter Moser.
Miller consiguió fotografiar, desde una mirada aparentemente neutra pero muy volcada en el reflejo de la desolación, las consecuencias de la guerra
Aunque recordamos quizá más que ninguna otra su imagen de la Torre Eiffel envuelta en la bruma que simbolizaba el pasado nazi, el trabajo de Miller en París no cayó en el triunfalismo en el que sí se regodearon algunos medios de comunicación: sus fotografías se hicieron eco de la desconfianza, y el profundo cansancio, de la población liberada, que se enfrentaba, tras lograr sobrevivir, a las pesadas consecuencias de la posguerra. Pese a su rechazo profundo hacia los colaboracionistas, no esquivó captar momentos en los que, acabada la contienda, se convirtieron en víctimas de la venganza de sus conciudadanos.
Por su crudeza, algunas de sus obras tuvieron serias dificultades para editarse en los medios.
No falta en Viena el famoso retrato, a cargo del también reportero –para Life- David E. Scherman, en el que aparece desnuda en la bañera de Hitler. Se tomó en Munich el 30 de abril de 1945, justo después de que Miller realizara las terribles imágenes que documentaban las atrocidades cometidas en Dachau y Buchenwald (las botas que aparecen en el baño llevan el barro de los campos y el retrato de Hitler aún sigue allí). Ese día, el dictador y Eva Braun se suicidaron en un búnker; la suya fue –dado su furibundo odio al nazismo- una especie de venganza con elegancia.
Es complicado explicarlo, pero, por el horror que nos muestran, sus fotos de los campos parecen rayar cierta estética de lo irreal: nuestra vista sólo puede defenderse ante las pilas de cadáveres escuálidos contemplándolos como imágenes surrealistas. En ningún momento pensó en no herir sensibilidades: ella quiso que el espectador no retirara los ojos, que se creyera lo que veía porque existió frente a su cámara. Creánselo, decía.
Tras la guerra, como podemos figurarnos, la moda o la fotografía de ciudades y pueblos en paz no volvio a llenarla.
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