Tras “Algunos pasajeros”, la muestra con la que Juan Fernández Álava se estrenó en La New Gallery de Madrid el año pasado, el artista regresa a esta sala el próximo 26 de noviembre con “Felices coincidencias”, una selección de retratos realizados en óleos sobre lienzo de formato pequeño y mediano.
Su telón de fondo es la magia del instante que el artista descubre en los encuentros de conocidos y desconocidos, a menudo breves y aparentemente banales, en nuestros espacios más o menos cotidianos; “felices coincidencias” que tienen una vertiente de emoción en la que no solemos reparar.
Así explica el artista cuál fue el germen de estas obras: Recuerdo que hace años, debía de ser 1997, entré en un bar por la tarde y miré asombrado la intensa presencia de todos los que allí estaban, cada uno a lo suyo, sin darle importancia a lo que para mí era algo muy especial, y que en ese momento sentí como un milagro: los que allí estábamos, conocidos o desconocidos unos para otros, coincidíamos en el espacio y el tiempo de una larguísima Historia que incluía a miles de millones más en otros lugares y en el mismo tiempo. Me dieron ganas de gritárselo a todos: ¡Nosotros estamos aquí, ahora!
Esa feliz coincidencia le sucede a todo el mundo en todo momento. Yo no la siento siempre con la intensidad de aquella tarde, pero sí de vez en cuando, y a veces la recupero jugando a pensar qué estarán haciendo ahora algunas personas a las que admiro que viven el mismo tiempo que yo. Qué hará ahora Philippe Pettit, qué estárá haciendo Chan Marshall, qué hará mi amigo Fermín Jiménez Landa… Me emociona compartir la vida con ellos, incluso sin conocerlos personalmente, qué importa eso. Sé que están ahí.
De las sensaciones derivadas de esos encuentros surgieron estas pinturas, cuyos resultados no fueron siempre los que Fernández Álava predijo: Cada retrato que comienzo es el primer retrato de la historia. Es una suerte poder pintar a la gente que me apetece pintar. Quedar con ellos, hacerles fotos y luego pintarlos. No sé por qué algunos cuadros salen mejor que otros. Pero tampoco importa, porque las ganas de empezar un retrato nuevo no se agotan. Desearía pintar fácilmente, como cuando observo a la gente que pasa por la calle. Pero también es reconfortante ver cómo la pintura se empeña en ser otra cosa distinta a lo que ve el ojo, esquivando lo que sentí en aquel momento como verdad, para transformarse en otra verdad diferente. Es lo mejor de pintar sin tener ideas. Marlene Dumas acierta, hablando de los retratos de Alice Neel, cuando dice que desprenden energía. Es la energía que llevaba a sus cuadros a partir de la química que establecía con sus modelos. Ya se sabe, la energía ni se crea ni se destruye. La pintura tampoco.
Los retratos de Juan, sean de amigos o de desconocidos, son claramente personales y exploran hasta qué punto gestos y fisonomías pueden hablarnos del carácter de las personas. En sus lienzos trata, explorando esa vía, de dejar que esa vida interior de sus modelos sea perceptible por el espectador. Por eso estos retratos son todo menos estáticos y translucen el interés profundo del artista por la profundidad, la complejidad de cualquiera, incluidos los compañeros efímeros de cafetería.
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