Hace una década Salamandra presentó en castellano el primer libro de Florian Illies, 1913. Un año hace cien años, un ensayo que, en la senda de los que Giuseppe Scaraffia o Agnès Poirier han dedicado a París y la Costa Azul o de La liebre con ojos de ámbar de Edmund de Waal, entre otros, aunaba en cierto modo historia y crónica social al desvelar anécdotas que, en su conjunto, aportan información relevante sobre un periodo significativo, enhebrando las vivencias de políticos, artistas o escritores a quienes no habíamos imaginado, por alguna rigidez mental habitual, compartiendo días y lugares, a veces cafés, hoteles, teatros.
Illies, periodista alemán formado en Historia del Arte que fue redactor del suplemento literario del Frankfurter Allgemeine Zeitung y luego director del de Die Zeit y de la revista Monopol, y es uno de los responsables de un exitoso podcast de asuntos artísticos en su país, Augen zu, regresa parcialmente a esos esquemas narrativos en su segunda obra, La magia del silencio. El viaje en el tiempo de Caspar David Friedrich, pero extendiendo su cronología y centrando su temática en el gran pintor alemán del XIX, cuyo legado, trayectoria y fortuna crítica están estrechísimamente unidos al devenir de Alemania durante y después de su vida.
Articulando su texto en cuatro secciones correspondientes a los elementos de la naturaleza, el crítico revela con datos y pormenores, pero sobre todo apelando a lo emocional para llevar al lector a su terreno, episodios sintomáticos y poco o nada conocidos de la andadura del autor de El monje frente al mar. Profundizan en su personalidad -ensimismada como apunta el difundido retrato de Gerhard von Kügelgen, aunque Illies no deje de reseñar los momentos más plácidos junto a su tardía esposa Caroline Bommer-; en el sentido de su producción, casi siempre mística y en su época muchas veces mal interpretada y menospreciada -veremos que con insistencia, incluso, por su admirado Goethe-; y en los avatares, físicos y críticos, de algunas de sus obras (muchas no nos han llegado, pasto de las llamas o de las bombas; otras no se libraron del robo, las identificaciones tardías e incluso del posible daño material por algún no interesado al que hemos mencionado).
Hondamente religioso y amante de la cultura germánica y de los paisajes que rodeaban su ciudad y los de la sureña Dresde, donde residió buena parte de su vida, Friedrich apenas viajó, más allá de su formación primera en Dinamarca y pese a la insistencia de su amigo, el romántico noruego Johan Christian Dahl, para que acudiese a Italia. De hecho, apenas conoció parajes fuera de los que le brindaba Alemania del Este (razón por la que la RDA llegó a homenajearlo, paradojas), pero el mundo sí fue a buscarlo a él: cualquier aficionado o probable comprador podía asistir a verlo trabajar a su taller, austero y limpio en línea con su carácter, salvo cuando pintaba cielos; entonces su mujer impedía la entrada, explicando que para él ese momento era una ceremonia espiritual -fue esa misma la razón de que se negara a captar las nubes para Goethe, cuando por fin el poeta recurrió a él queriendo que las representase como cirros, estratos y cúmulos, y no como creación divina-. Tampoco le hizo falta irse más lejos para mantener algún encuentro indeseado (con Napoleón, en la lejanía); más conveniente (con la aristocracia que lo admiró, y después emparentaría con los zares y llevaría a Rusia sus composiciones) o neutro (con un Wagner aún por descubrir, en los inicios de su trayectoria). Como en el caso del músico, el nazismo invocó su obra para ensalzar las raíces alemanas e introdujo láminas de sus paisajes en los bolsillos de los soldados; Rainer Maria Rilke lo alabó y Stalin lo odió, pero una vez asentados su prestigio y su influencia ninguno de estos capítulos motivaron lecturas cortas de miras.
En este trabajo tremendamente ameno, compuesto a partir de esos cuatro elementos y de saltos en el tiempo, en una suerte de collage que permite al lector idear asociaciones propias entre las partes, Illies bucea en el diálogo íntimo que el artista mantuvo con la naturaleza y que explica por igual su vida y su pintura; nos adentra en su hallazgo de lo humano y lo sagrado en el paisaje, en los mensajes pietistas presentes en sus piezas… y también en lo que de la sociedad europea cuentan las derivas de su recepción, muy cambiante. Ninguno de sus lienzos carece de un pesado simbolismo, pero Friedrich siempre caminó ligero de equipaje.
TÍTULO: La magia del silencio
AUTOR: Florian Illies
EDITORIAL: Salamandra
IDIOMA: Castellano
PÁGINAS: 236 pp
PRECIO: 24 euros
TRADUCCIÓN: Carlos Fortea
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